Para Nequita, con especial cariño.
Aunque el consumismo exagerado trata de robarse el sentido prístino de la Navidad y la modernidad intente sustituir el Nacimiento, Portal o Belén por el árbol y a su personaje principal que es el Niño Jesús, por un personaje glotón y rechoncho vestido de colorado, la tradición de la Navidad guatemalteca se impone y se reviste de fe, de color, aroma, luz, música y alegría. Es una manifestación festiva con cierto aire de ternura y a veces de nostalgia, que se vive en el seno familiar y en el ambiente flota de tal manera que contagia. Los guatemaltecos somos otros en el afecto, durante la época navideña. La ternura infantil toca la sensibilidad humana y nos prodigamos con cierto aire cristiano y sentimos al prójimo muy cercano de nosotros. Ojalá que así fuéramos siempre.
El cruce de tarjetas y el saludo diario de manera diferente, expresa que el guatemalteco vive la Navidad desde lo profundo de su ser y lo manifiesta con alegría. El amor a los niños ?que son quienes tienen que disfrutar más de la Navidad- lo reciben en forma de regalo que, según la lejana tradición familiar, lo trae el Niñito Jesús y en caso no disponga del tiempo suficiente para hacerlo, son los Reyes Magos quienes lo traen, a modo de que la ilusión no se pierda. En Santo Domingo, es la Vieja Belén la se encarga de mantener viva esa ilusión, cuando los recursos económicos de los padres no están disponibles en el momento preciso. Para Navidad el Niñito Jesús lo deja cerca del Nacimiento y los Reyes Magos dentro del zapato viejo debajo de la cama.
El Nacimiento es una síntesis de todas esas características de la Navidad guatemalteca. Es también, una reminiscencia de la que celebraba con tanto júbilo, el Hermanito Pedro en su Enfermería para Convalecientes y en su Oratorio dedicado a Nuestra Señora de Belén.
En el Nacimiento se dan todos los colores y los olores. El cielo formado con papel de china azul y la tarlatana para simular las nubles, las estrellas, las bombas de diversos colores, formas y tamaños diferentes, el bricho plateado que las sostiene, el portal viejo hecho de cartón y madera, los embreyados para formar montes, los ángeles y serafines de papel a colores, los montes, las casitas de cartón, los pastores de barro y otros con alma de alambre forrados de tela, las ovejas de algodón, los chompipes hechos de piñas o piñuelos, diversidad de figuras de barro que representan los oficios de la vida cotidiana, los Reyes Magos son sus pajes, el quiebracajete en largas ramas, la Estrella de Belén hecha de hojalata con rayos retorcidos, el ángel con su mensaje de Gloria In Excelsis Deo, el buey y la mula hechos de barro cocido, las luces de colores, velas de cera y todos los elementos que se colocan para darle más sentido de lo real.
La artesanía tiene en el Nacimiento, una fuente riquísima para elaborar tantas cosas bellas y curiosas.
Los hilos de manzanilla, el musgo, el serrín de colores, la cera, el incienso, los racimos de naranjas, mezclan sus aromas exquisitos.
En mi niñez, el Nacimiento se iluminaba con candelas de cera pura, con farolitos chinos ?que se encogían y estiraban- con una candela pequeña el medio, y con unas candelitas pequeñas ?también- que se sostenían con una pinza. Después vinieron los foquitos de colores que le dieron brillantez al Nacimiento.
En el rezo de su novena, eran infaltables los tradicionales villancicos, por ejemplo: ?Celebre el mundo con gran contento, el nacimiento del Niño Dios?? Y otro tan tierno como el ?A la rorro, rorro niño. A la rorro, rorro, rorro, duérmete bien mío, duérmete mi amor.? El canto de los villancicos se acompañaba con el toque de tortugas, pitos y chinchines, para despertar un ambiente de alegría y para el final del novenario con armonio, violín, flauta y contrabajo.
Entre cada misterio se quemaba una bomba y al finalizar el rezo, eran decenas de bombas y cohetes las que se quemaban con manifiesto alborozo.
Los faroles de cuatro caras forrados con papel de china de diferentes colores, ponían una nota especial en las casas y calles semi-oscuras.
Los niños nos divertíamos con las luces de colores y las estrellitas. También con unos cohetillos pequeñitos que se quemaban en la yema de los dedos. Apenas sonaban: puff, lo que hizo que les llamáramos con el nombre de ?peditos de vieja?
Las manzanas y las uvas despedían un aroma delicioso y también los barriles donde se embalaban con el serrín que en el largo trayecto había absorbido su aroma.
La flor de pascua, era una explosión de fuego en las casas antigí¼eñas, mientras que el verde oscuro de las hojas de pascua, era una expresión serena de fresca clorofila. El amarillo pálido de la manzanilla, ofrecía tranquilidad junto a los racimos de limas o naranjas, que regalaban un aroma suave y embriagante.
Y ¿qué decir del color y del aroma en cada casa? Infaltable el pino recién cortado y regado en los corredores. Los apastes de barro, puestos en la lumbre sobre un trebe o sobre tres piedras grandes, despedían un olorcito peculiar que lo da la hoja de chocón, que cubría los tamales negros y colorados. Y en grandes jarros de barro llenos de agua fresca, la mezcla de canela con pedazos de piña y manzanas y también con frutas secas: ciruelas y pasas endulzadas con azúcar. Al hervir lentamente, despedían su apetitoso aroma, cuando se elaborada el ponche para mitigar el frío de la gran noche.
Las paredes de las casas se adornaban con flor de pascua, hojas de pacaya e hilos de manzanilla. Y la flor ?Pata de Gallo? era para en Nacimiento como el musgo traído de las entrañas del volcán de Agua.
El mercado se torna en un mosaico de colores y aromas. Las figuras de barro con pintura fresca. El serrín recién teñído con variedad de colores, el musgo humedecido, la diversidad de pastores. Las casitas de cartón y una variedad de elementos para colocarlos en el Nacimiento.
En la cena navideña se confunden los aromas de los tamales, el ponche y los buñuelos con su peculiar sabor y olor del anís. Los tamales ?negros y/o colorados, son hechos a base de masa de maíz con un recado especial, llevan carne de gallina, cerdo o chompipe. En cambio, los paches quezaltecos la masa es de papá y los dulces con harina de arroz. La receta de este plato especial de la navidad guatemalteca, alcanza ribetes de ?secreto de familia? y es una lejana tradición de las abuelas. ?Yo hago mis tamales como me los enseñó hacer mi mamá?y ella los aprendió hacerlos con mi abuela?? Así que solo cabe decir ¡Qué deliciosos! Porque la receta se guarda bajo siete llaves.
La Navidad Guatemalteca, es un sentimiento de fe transmitido de lejanas generaciones y su celebración es en el seno familiar. En muchos hogares se acostumbran las posadas. Rezan y cantan y en unión de familiares, inyectan alegría con toques de tortuga y chinchines.
La marimba le pone su toque especial de alegría a la Navidad Guatemalteca. Y más aun, cuando interpreta sones como ?El Pavo Real? que ?al decir de las abuelas- son para sacudir las enaguas y también para levantar polvo, en alusión a que los pisos de las casas de entonces eran de ladrillo y los patios de tierra recién regados.
Después del rezo del último día, se levantaban los petates que sirvieron para que se hincaran las rezadoras. Se llevaba el pino a los lados de la sala y estaba lista para pista de baile. Así que se danzaba sin descanso hasta el amanecer. Los jovencitos que ya esbozábamos aires donjuanescos, aprovechábamos la ocasión para bailar con la chica que provocaba alteraciones coronarias y al estar cerca de ella, se le decían cositas lindas y tiernas al oído, en un descuido de los papás que se entretenían comiendo el tamal o tomando un traguito. El mejor regalo navideño era que ella dijera que sí. A media noche, se servía el apetitoso tamal colorado, con su tacita de café o de ponche y para los mayores, un traguito de aguardiente que alegraba el espíritu.
Todos esos elementos hacen especial la Navidad Guatemalteca y quien la vivió, se le hace imposible no volver a ella con la emoción del recuerdo. A la distancia del tiempo y del espacio, se añora.
Zoila Santa Cruz de Moll
Era un Nacimiento junto a la ventana…
con muchas estrellas pegadas al vidrio
y una luna nueva que bien nos hablaba
de las muchas lunas que la viejecita en las canas llevaba.
Era un portalito de paja rizada…
donde los Señores María y José,
contemplaban al Niño con dulce mirada…
con algo de pena y un… no sé qué…?
Era un caminito por donde venían…
señores y reyes y también esclavos;
parejas de príncipes de amor encantados;
y alegres pastores con tiernos regalos para el Niño Dios.
Eran los ranchitos con fuego allí dentro
y las gallinas y gallos de pasta pintados;
y doce mulitas con blancos costales
llevando el harina para la posada.
Era una pradecillo de musgo muy blando
donde un hombrecito de alto cayado y perro pastor
pace sus ovejas de blanco algodón.
Era un dromedario muriendo de frío,
junto a unos pinitos de cerda escarchados,
mirando las bombas arriba colgadas;
y a los venaditos saliendo del río de talco azulado.
Era una laguna de musgos y espejos…
con patos y peces, tortugas y ranas,
piedras escogidas y conchas del mar…
y la sirenita ¡que nunca faltaba!
Este Nacimiento rodeado de frutas:
limas y limones, piñuelas y piñas,
naranjas maduras, mazorcas del año y melocotones
¡muy rojos y grandes!
Este Nacimiento que olía a montaña…
que olía a zahumerios de inciensos muy finos…
¡Este Nacimiento, perdonen que llore…
este Nacimiento lo hacía mi madre…!
¡Y esto yo lo escribo para mis hermanos;
mis hijos y nietos; y todos los niños en la NOCHEBUENA!
(diciembre 1998)