La música sacra de Felix Mendelssohn II


Para concluir el homenaje del Diario La Hora al Bicentenario del nacimiento del excelso músico Felix Mendelssohn, nos remitimos a la música más profunda del compositor: su música sacra tan grandiosa como Casiopea, esposa de lucero, que en su alma de puntillas tiene todo el vibrar sonoro de los mares ancestrales y en sus calles de lirio se deslizan mis alas grises.

Pablo (1836)

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela A mi padre, maestro Celso Lara Calacán, con inmenso amor.

El principio de la Obertura introduce el coral «Despiértate», refiriéndose a Saulo. En un «con moto», sigue una fuga sobre un motivo poco significativo en compás de 3/4, e interrumpida por diversas repeticiones del coral.

Primera parte. El primer coro alaba a Dios, y reprocha a los paganos su rebelión contra Cristo; como coda, el coral canta: «Sólo a Dios». Una soprano narra cómo hizo milagros el piadoso Esteban (Hechos, 4, 7), cómo los doctores de la ley excitaron al pueblo contra él y le hicieron prestar falsos testimonios contra el justo. Esteban advierte a los judí­os que los antepasados de éstos han renegado de Moisés y perseguido a los profetas; esto enfurece aún más al pueblo, el cual termina por exigir la muerte de Esteban. La voz de una mujer fiel (soprano) acusa a Israel en el aria de notas agudas: «Jerusalén». La lapidación de Esteban, dramáticamente expresada por el fanático coro «Â¡Lapidádle!», está seguida por el apacible coral «A ti, Señor». El personaje principal, que antes de su conversión se llamaba Saulo, aparece entonces; incidentalmente se advierte que el joven guardó los vestidos de los verdugos. La glorificación de Esteban está confiada al coro. El tenor anuncia que Saulo persigue a los cristianos, precisamente por celo religioso; el aria «Destrúyelos, Señor», nos prueba su fanatismo. La soprano cuenta cómo Saulo se pone en camino para ir a Damasco y prestar sus servicios contra los que confiesan a Jesús; su arioso «Pero el Señor» conmueve por la confianza que su alma tiene en Dios. Mendelssohn se esmeró con la música que representa la conversión de Saulo en Pablo. En el camino de Damasco, Saulo oye la voz de Dios (coro femenino); recibe la orden de seguir adelante, entrar en la ciudad y preguntar lo que debe hacer. El grandioso coro «Levántate» (Isaí­as, 60, 12) subraya la conversión de Saulo en Pablo. Igualmente, el coral «Despiértate» alcanza aquí­ su máxima altura. Saulo, momentáneamente ciego, es llevado a Damasco por sus compañeros. El aria «Dios, sé clemente» nos muestra la desesperación de Pablo y su juramento de propagar por todas partes la gloria del Señor. Ananí­as es enviado por Dios para curar a Pablo su ceguera (recitativo del tenor); antes de que aquel le haya curado, Pablo entona el cántico de acción de gracias: «Gracias, oh Dios mí­o». El coro termina la primera parte: «Â¡Oh, cuánta riqueza!».

Segunda Parte. Los cristianos triunfan. Pablo ha predicado por todas partes; el coro reconoce la fama de este apóstol de la paz. Sin embargo, los judí­os ortodoxos son adversarios suyos y deliberan el modo de matarle. Pablo y Bernabé prosiguen sus viajes; en Lystra curan a un paralí­tico y los paganos, al saberlo, intentan adorarles. Los apóstoles se oponen a ellos y les hablan de Dios, quien les dio el poder de hacer semejantes prodigios. Los paganos consideran tales cosas como blasfemias contra sus dioses y quieren lapidar a Pablo y a su compañero. Una fiel (soprano) exhorta a los apóstoles a la perseverancia. Pablo sabe que debe ir a Jerusalén, donde le espera la persecución. La comunidad de Efeso trata de detenerle, pero Pablo se abandona en manos del Todopoderoso. Con la ayuda de algunas profecí­as sacadas del Antiguo Testamento, la soprano canta el martirio y la muerte de Pablo. A continuación, el coro alaba a todos los que creen en Dios, terminando la obra con una fuga magistral.

Con ello finaliza uno de los oratorios más impresionantes de la música occidental, de los pocos que se acercan a la magnificencia de Bach y Haendel, pero con un nuevo espí­ritu, tanto mí­stico como musical.