La música en Richard Strauss


celso

En esta columna continuamos con el análisis de varias de las obras de Richard Strauss, ese gran músico postromántico, autor de extraordinarios poemas sinfónicos. En columnas anteriores hicimos un breve bosquejo del programa de Muerte y Transfiguración, y veremos ahora el entorno histórico musical de esta extraordinaria partitura, no sin antes decir que esta columna es un homenaje a Casiopea, cuyo sonido único se convierte en cascada de miel, esposa dorada, quien es barco despeñado en mi corazón ardiente y a quien ciño la cintura en la plenitud del alba.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela.

 


De tal manera que empezaremos diciendo que los amigos de Richard Strauss protestaron contra la ortodoxia del desenlace de la obra en el poema de Strauss y Seidl, Jorissenne y Wilhelm Maule pretenden que el tema es más elevado: es el eterno sufrimiento del alma combatiendo a sus demonios interiores y su liberación en el seno del arte. No intervengo en la querella, porque considero que ese simbolismo banal y frí­o ofrece mucho menos interés que la lucha contra la muerte, perceptible en cada lí­nea de la música; obra relativamente clásica y de un sentimiento amplio y majestuoso, casi beethoveniano. El realismo del tema, las alucinaciones del moribundo, los temblores de la fiebre, los latidos de la sangre en las arterias, la agoní­a desesperada se transfiguran por la pureza de la forma. Es realismo a la manera de la Sinfoní­a en do menor y de los diálogos de Beethoven con el Destino. ¡Suprimid todo programa y la sinfoní­a queda clara y punzante por la unidad de su emoción interior! Para muchos músicos de Alemania, Muerte y Transfiguración sigue siendo la obra cumbre de Richard Strauss.

  Estoy muy lejos de compartir esa opinión porque el arte del músico adquirió posteriormente al poema un prodigioso desarrollo. Es cierto que señala un momento culminante de una época de su vida, la obra más perfecta que resume un perí­odo. Una vida de héroe habrá de ser la segunda etapa, la más alta cima del perí­odo siguiente. ¡Qué desarrollo han alcanzado, desde entonces, la fuerza y la riqueza de los sentimientos!

  Pero nunca ha vuelto a hallar esa pureza delicada y melodiosa del alma, esa gracia juvenil que brilla una vez más en la obra siguiente, Guntram, y parece borrarse de inmediato.
   
   Desde 1889, Strauss dirigí­a en Weimar los dramas wagnerianos. Bajo su obsesión, se inclinó al teatro y escribió el poema de una ópera: Guntram. La enfermedad vino a interrumpir este trabajo que reanudó en Egipto. La música del primer acto fue escrita desde diciembre de 1892 hasta febrero de 1893, de El Cairo a Luxor. El segundo acto fue terminado en junio de 1893 en Sicilia. Finalmente, puso fin al tercer acto en Baviera, a comienzos de septiembre del mismo año. Con todo, no hay la menor huella de sentimiento oriental en esta partitura, aunque sí­ algo de melodí­as italianas, una suave luminosidad, una calma un poco tétrica. Ve en ella, sobre todo, un alma convaleciente, lánguida, un poco infantil, que ansí­a una sonrisa de ternura, y lágrimas siempre dispuestas a asomar.

   Es seguramente por esas indefinibles impresiones de la convalecencia, que Strauss debe de haber conservado, según creo, una oculta preferencia por esta obra. Su fiebre se ha adormecido en ella. Un sentimiento acariciante de la naturaleza impregna algunas páginas, que recuerdan a Los Troyanos de Berlioz. Pero, con demasiada frecuencia, la música es vací­a, convencional; y la tiraní­a de Wagner aflora, hecho muy raro en las obras de Strauss le ha volcado mucho de sí­ mismo y, así­, asistimos a la crisis que trastornó a esa mente generosa, atormentada y orgullosa.

    Strauss acababa de leer un estudio histórico sobre una orden de Minnesanger mí­sticos, fundada en Austria durante la Edad Media para combatir la corrupción en el arte y salvar las almas por la belleza del canto: se llamaban Streiter dei Liebe (combatientes del amor). Strauss, lleno en esa época de aspiraciones neocristianos, y bajo la influencia de Wagner y de Tolstoi, fue ardiente presa de esa idea; y de uno de esos Combatientes del amor hizo su héroe: Guntram. He aquí­ un extracto de su argumento. Lo incluimos por lo difí­cil de encontrar literatura al respecto:
  
    La acción transcurre en Alemania, durante el siglo XIII.
El primer acto representa el claro de un bosque, cerca de un lago. Los campesinos, sublevados contra sus señores, han sido aplastados. Guntram y su maestro les distribuyen limosnas. Los vencidos huyen a través del bosque y Guntram queda solo, abandonado su pensamiento a la alegrí­a de la primavera, al inocente despertar de la naturaleza. Pero la idea de la miseria que se oculta bajo esa belleza lo oprime. Piensa en el hombre pecador, en el sufrimiento humano, en la guerra civil. Agradece a Cristo por haberlo llevado a ese desdichado paí­s, besa la Cruz y decide ir al antro del pecado, a la Corte del tirano, para llevarle la revelación divina. En ese instante aparece Freihild, esposa del duque Roberto, el más cruel de los señores. Siente horror por los que la rodean, la vida le resulta odiosa e intenta ahogarse. Guntram se lo impide. La piedad que le inspiran su dolor y su belleza se convierte, involuntariamente, en un profundo amor cuando reconoce en ella a la princesa bienamada del pueblo, la única bienhechora de los desdichados. Le dice que Dios la ha enviado para su salvación; y se encamina hacia el castillo, adonde se cree llamado para la doble misión de salvar al pueblo y a Freihild.

Las notas anteriores las basamos en los escritos del propio Richard Strauss, y en los estudios de Kurth Palhen