La música de Ludwig van Beethoven, el gran clásico


celso

En el estilo clásico, Ludwig van Beethoven fue uno de los últimos compositores; en el romántico, quizá el primero. Está junto con algunos otros, en el período de transición, pero se le considera un músico romántico porque sus obras más importantes encajan en ese estilo. Sus obras clásicas son las de su juventud y no tiene la fuerza ni la calidad de la obra de su madurez, que es ya definitivamente romántica, lenguaje musical que sirve de marco sonoro para Casiopea, esposa de miel y tul que como átomo de luna en los ángulos del firmamento de mi corazón, se vuelve caracola dulce, en cuyos caminos todo es celeste.

Celso A. Lara Figueroa
Del Collegium Musicum de Caracas, Venezuela


Ludwig van Beethoven es un romántico, pero no debe entenderse, en su caso, al romanticismo un tanto enfermizo y melancólico que vino después, Beethoven es, por el contrario, un gigante de la música.  Con él nace una música de fuerza, de potencia, como nunca antes la hubo.  Parece que los sonidos son capaces de mover montañas y semejan a los vientos huracanados, que con su fuerza arrasan lo que se interpone en su camino.  Es romántico, porque sus emociones se reflejan en su obra, pero son de hombre fuerte, poderoso, dominador.

El romanticismo adquirió posteriormente un carácter de melancolía, que implicaba ante la vida, una actitud más bien débil que fuerte. La autocompasión, la resignación, el sufrimiento enfermizo, características del arte romántico posterior, no son de la obra madura de Beethoven.  Su obra es la de un titán que lucha contra la adversidad y la vence.  Es la de quien se sobrepone al dolor y sin quejarse lo domina; es la del luchador que domina su debilidad y se eleva por encima. Beethoven sufrió intensamente y fue herido en lo más sensible de su genio musical, en su oído.  Su angustia es comparable a la del pintor que pierde la vista o la del escultor que pierde sus manos.  Sin embargo, no se da por vencido, ni se aparta de la lucha para sufrir y compadecerse.  Lucha infatigablemente y vence.  Su obra es tan grande, tan importante y eterna, que difícilmente hubiera sido mejor si hubiera sido realizada disfrutando de un oído y una función auditiva normal.  Imaginaba el sonido en lugar de oírlo, imaginaba el timbre de los diversos instrumentos y con su pensamiento los combinaba para producir las armonías y melodías más dramáticas, emotivas y apasionadas que nunca antes se habían logrado.

Ludwig van Beethoven nació en Bonn, Alemania, el 17 de diciembre de 1770.  Algunos autores consideran que fue el 16 y que el registro se hizo el 17, aunque un día de diferencia no es de mayor importancia.  Era hijo de un tenor y de una sirvienta.  Su padre a su vez fue hijo de un músico de la corte del arzobispado de Bonn, de nombre Ludwig como el nieto.  Johann, su hijo era tenor pero se aficionó demasiado al vino en la tienda de licores de su padre.  Así, Beethoven tuvo un padre adicto al alcohol. Su madre fue siempre bondadosa y muy querida de su hijo.  No obstante su humilde origen, era una mujer amable, digna y protegió a su hijo contra los malos tratos del padre borracho.

Cuando el tenor Johann descubrió las extraordinarias facultades musicales del niño Ludwig quiso explotarlo como niño prodigio, recordando la infancia de Mozart y obligó al pequeño a estudiar despiadadamente siendo su primer maestro.  Sin embargo, otros maestros, entre ellos Tobías Pfeiffer –otro alcohólico– le dieron clases y  quien puede considerarse como su verdadero maestro en la infancia.