¿Por qué los cargos de ministros y viceministros tienen, casi siempre, que ser asignados a colaboradores o allegados al partido que hace gobierno y no a personas, las idóneas, las más aptas para desempeñar esos cargos? Me parece una necedad, una falta de civismo y de responsabilidad política dejar los ministerios en manos de gente no calificada o, en todo caso, de gente cuyo único mérito ha sido financiar la campaña o haber hecho algún servicio especial, siempre interesado, en apoyo al candidato ganador.
Nuestra realidad política siempre deja por un lado los intereses reales e inmediatos del país a favor de los intereses del partido gobernante y de sus pseudolíderes. ¿A cuenta de qué tenemos que soportar a ministros y viceministros que más de una vez han demostrado su incapacidad y que, por el contrario, han coadyuvado al caos y al desprestigio de nuestra nación? En la asignación de los cargos públicos está una de las claves para hacer un buen gobierno. El liderazgo debe ganarse a fuerza de ejemplo moral y alto sentido de servicio y no a manera de inversionista con vista a recuperar con creces su capital. Y si el daño que se hace es de dimensiones como las que estamos viendo, más que renunciar, el servidor público está llamado a pedir perdón y a reparar los daños, porque lo que ha hecho vale tanto como traicionar a la patria en tiempos de guerra.
Quien roba al erario, quien deja los puestos públicos en peores condiciones de como los encontró, no tiene ninguna solvencia, ni moral ni cívica, ni política, porque ha defraudado a quienes les han confiado la salvaguarda de lo más preciado y elemental en la fundación y estructuración de un Estado, el derecho a la seguridad, al mínimo de decoro y bienestar para poder vivir en paz, en orden y con futuro.
Si buscamos solvencia moral, cívica y política, debemos, obligadamente, que volver a ver a la sociedad civil y, dentro de la sociedad civil, al sector femenino. Creo y comparto con algunos colegas de otros medios, que la mujer, y sobre todo aquellas mujeres que han demostrado con su austeridad, con su mesura, con su capacidad de diálogo y, sobre todo, con su conducta intachable, políticamente incorrecta pero llena de contenido humano y por humano, ciertamente político y cívico, creo, digo que es hora de ceder a la mujer guatemalteca, los puestos públicos más importantes y significativos. Creo que es una verdadera esperanza porque dentro de su género no encontramos todavía la podredumbre que entre los «hombres» pseudoslíderes de nuestro contexto político han empezado a apestar como un cáncer terminal que señala y predice un cercano y esperanzador cambio sustancial para nuestra bella Guatemala del Quetzal.
Ya en otras naciones del mundo la mujer está marcando el ritmo de la política, ¿por qué, aquí no?
Si nos damos cuenta, ya hay muchas mujeres preparadas para optar a cargos públicos, están ahí, en las universidades y en la sociedad civil, con un gran potencial humano y administrativo acumulado y potenciado por la lucha ideológica y política de hace ya varias décadas.
Ni militares, ni empresarios, ni caciques, caudillos, ni politiqueros vividores. Es hora de exigir honestidad y respeto a nuestra patria.