«Los gobiernos (centroamericanos) se comprometen a impulsar un auténtico proceso democrático pluralista y participativo.»
Acuerdo de Esquipulas
Otra era la situación de América Central en mayo de 1986: Guatemala y El Salvador eran escenarios de conflictos armados internos entre grupos guerrilleros y el Ejército; el gobierno sandinista en Nicaragua le hacía frente al hostigamiento de la «contra» financiada por Estados Unidos; Honduras era prácticamente territorio yanqui con el funcionamiento de la base militar de Palmerola que resguardaba (todavía hoy) a la Fuerza de Tarea Conjunto Bravo, un enclave militar estadounidense en el vecino país; Costa Rica se mantenía tan neutral y reconciliadora como ahora.
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En ese contexto, e impulsados por la Declaración de Contadora que hizo un «llamado urgente a todos los países del área centroamericana para que a través del diálogo y la negociación se reduzcan las tensiones y se establezcan las bases para un clima permanente de convivencia pacífica y respeto mutuo entre los Estados», los presidentes de la región se reunieron en Esquipulas para trazar un plan de paz para la región.
Fue así como surgió la idea de crear una instancia política regional que avanzara en el proceso de integración centroamericana y que fuera garante del fortalecimiento de la democracia en los cinco países: el Parlamento Centroamericano (Parlacen).
«Es necesario -señala la Declaración de Esquipulas firmada en 1986- crear y complementar esfuerzos de entendimiento y cooperación con mecanismos institucionales que permitan fortalecer el diálogo, el desarrollo conjunto, la democracia y el pluralismo como elementos fundamentales para la paz en el área y la integración de Centroamérica».
Otras de las consideraciones de Esquipulas para la creación del Parlacen fue «que la paz en América Central solo puede ser fruto de un auténtico proceso democrático pluralista y participativo que implique la promoción de la justicia social, el respeto a los derechos humanos, la soberanía e integridad territorial de los Estados».
Un poco más de dos décadas después, con el golpe de Estado en Honduras, el pasado 28 junio y el papel que jugó posteriormente esta instancia regional, la declaración de Esquipulas puede ser declarada muerta: en América Central no existe una institución política y regional lo suficientemente fuerte como para garantizar el avance de la democracia.
Durante los últimos años, pese a las causas por las que fue creado, el Parlacen se ha mostrado totalmente inútil para contribuir en el proceso de integración de la región. Pero el colmo, lo casi inaceptable, es tu total pasividad ante la crisis política que se presentó en Honduras durante los últimos cuatro meses. Tal parece que los diputados que integran el Parlacen no valoraron el impacto y las consecuencias de las acciones de los golpistas hondureños sobre las incipientes democracias de la región.
El papel del Parlacen se limitó a emitir una declaración en donde condenaban el golpe de Estado y el desconocimiento del gobierno de facto del dictador Roberto Micheletti, pero jamás se posicionó como un espacio para retomar el orden constitucional y la defensa de la democracia representativa en Honduras.
Pese a estar llamado a ser una institución para «fortalecer el diálogo, el desarrollo conjunto, la democracia y el pluralismo», el Parlacen ha firmado su propia esquela. Le ganó la fuerza del Mercosur y del ALBA, le ganó el papel protagónico de los presidentes Luiz Inácio Lula da Silva, Cristina Fernández y í“scar Arias, sin cuyos esfuerzos tampoco se hubiera logrado nada.
Sin bien es cierto que la democracia en Guatemala, al igual que en los demás países centroamericanos, presenta una serie de errores y contradicciones que ofrece pocas esperanzas a las necesidades de la población, la representación y la participación, es indispensable contar con instituciones políticas regionales lo suficientemente fuertes como para hacer frente a posibles crisis como la de Honduras. No hay duda, se necesita el Parlacen, pero hay que repensar en cómo lo queremos.