La muerte de Cristo


Cristo de las Misericordias. Foto Santiago

Mario Gilberto González R.

A Elba Natividad Tejeda López y hermanas y Javier Gómez, Mechitas Tejeda e hijos, con sentimientos de hermandad y agradecimiento.


Cristo del Perdón. Foto cortesí­a de Fredy Carcúz.

Refiere San Lucas que «como al mediodí­a, se ocultó el sol y todo el paí­s quedó en tinieblas hasta las tres de la tarde. En ese momento la cortina del Templo se rasgó por la mitad y Jesús gritó muy fuerte: «Padre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu», y, al decir estas palabras, expiró.»

Entre las joyas de la imaginerí­a que se veneran en la ciudad de Antigua Guatemala, hay dos Crucificados muy significativos. El Cristo de las Misericordias en la Escuela de Cristo, que expresa la agoní­a, el Cristo del Perdón en la S.I. Catedral, que representa el instante de la expiración y la del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, cuando todo está consumado. Estas imágenes van a ser las referentes para reflexionar sobre la muerte fí­sica de Cristo.

Después que le arrancaron con brusquedad sus vestiduras, la sangre volvió a brotar de su espalda destrozada a latigazos.

Los brazos los clavaron en el patibulum y los pies en el stipes. Los clavos eran triangulares, romos y con cabeza ancha., llamados también, clavos de herrero.

Con el auxilio del estudio médico del Dr. Francisco Ortega Viñolo, nos impacta saber que «Los clavos, lesionan el tejido celular subcutáneo, fibras nerviosas superficiales, arterias, venas y tendones. Produciendo hemorragias discretas y un dolor fulgurante indescriptible, muy intenso y atroz, por la lesión del nervio mediano. Esta lesión, casi siempre, entraña un cuadro sincopal, pero Jesús, no quiso perder el conocimiento durante el tiempo que duró su agoní­a en la cruz, donde soportó, sed y dolores lacerantes.»

Los brazos fueron clavados entre la articulación cúbito-radial y carpiana (la muñeca) y los pies, entre el segundo y tercer metatarsiano. El clavo perforó los dos pies uno sobre el otro y para seguridad, la punta de los clavos fue doblada en la parte trasera de la cruz.

El Dr. Ortega Viñolo nos dice que ese clavo de larga dimensión «Le produce una herida contusa, con estallido de la piel, desgarro del tejido laxo, aponeurosis, fibras nerviosas, musculares y vasos sanguí­neos. Las lesiones sobre los nervios peroneo profundo, plantar y medio, le producen sobre los miembros inferiores, dolores lacerantes muy intensos.»

El peso del cuerpo dificulta la respiración normal. Su pecho se ensancha por el esfuerzo de querer expulsar el aire inspirado, mientras el vientre se contrae. La asfixia le daba sensación de ahogo por falta de oxí­geno. «la anoxia muscular, determinaba calambres y tetanizaciones con terribles dolores.»

La deshidratación le produce sed, la «posición ortostática en la cruz» impide que le llegue sangre al cerebro, el intenso derramamiento de sangre le genera anemia aguda y el corazón sufre múltiples infartos.

La agoní­a de Jesús fue lenta. El semblante de su rostro lo refleja. La cabeza levemente inclinada hacia el lado derecho. Las espinas punzantes clavadas en la frente, no dejan de sangrar; la mirada perdida hacia lo alto; los ojos semi cerrados; los párpados edematosos; los pómulos hundidos y la boca semi abierta expulsan el último aliento. Las piernas flexionadas resisten todo el peso del cuerpo; las rodillas con heridas sangrantes y la espalda con heridas contusas y señales equimóticas. Manos y pies en pérdida constante de sangre. La imagen de Cristo en ese estado, es impresionante y el Cristo de las Misericordias lo expresa admirablemente.

Tres horas después de haber sido clavado en la cruz y sufrir tan dolorosa agoní­a, exhala el último suspiro y su cabeza se inclina serenamente.

Según José Antonio Lorente «A medida que la persona reduce el ritmo respiratorio, entra en lo que se denomina acidosis respiratoria: el dióxido de carbono de la sangre se disuelve como ácido carbónico lo cual causa que aumente la acidez de la sangre. Finalmente eso lleva a un pulso irregular. De hecho al sentir que su corazón latí­a en forma errática, Jesús se hubiera dado cuenta de que estaba a punto de morir, y es entonces que pudo decir: «Padre, en tus manos encomiendo mi espí­ritu» y luego murió de un paro cardiaco.»

Para el doctor Varela Seijas, Cristo murió de una «anoxia cerebral aguda» y para el doctor Ortega Viñolo, determinaron fundamentalmente su muerte:

«El shock hipovolémico, por pérdida de sangre y lí­quidos; la asfixia por inhibición y agotamiento de los movimientos respiratorios y por paro cardí­aco, por arritmia ventricular.»

No conforme con tal cruel agoní­a y muerte y aun con la duda de su divinidad, Longinos aprieta el vástago de su lanza y con fuerza bruta la hunde en el costado derecho. Le rompe el pulmón y el corazón y en pago recibe sangre y agua. La aurí­cula derecha se abre generosa al daño recibido.

La imagen del Cristo del Perdón de la iglesia Catedral de Antigua Guatemala, recoge con maestrí­a todo el sufrimiento que Cristo padeció cuando fue clavado en la cruz. Basta un poquito de atención para comprobar que hasta el sudario muestra la rapidez con que su Madre no toleró la ofensa de verlo desnudo y apresurada se quitó la mantilla que le cubrí­a su cabeza y se la ató a los muslos.

Ante la oscuridad que envolvió el Monte Calvario al momento cuando expiró Cristo, Pérez Escriche nos dice que «Las tinieblas de la noche luchaban para usurpar el cetro al padre del dí­a.» Y el poeta Joaquí­n Balaguer resalta su perdón de esta manera:

«Tú pediste, Señor en la colina/ donde fuiste de espinas coronado,/ que se cumpliera la misión divina/ en tu cuerpo de Dios crucificado./ Tú pediste también que cada espina/ enterrada en tu rostro macerado,/ despidiera una luz como la fina/ rosa de tu perdón iluminado./ Si eso pediste tú, Dios justiciero,/ desde el altar sangrante de un madero,/ tras las crueldades de un martirio impí­o/ que puedo yo, con una simple pena/ sino pedir también, con voz serena:/ ¡cúmplase en mi tu voluntad Dios mí­o!.»

Y la imagen de la Consagrada Imagen del Señor Sepultado de la Escuela de Cristo, en su divina serenidad, nos dice «Todo está consumado»

* Mario Gilberto González R., ex Cronista de la ciudad de Antigua Guatemala.

BIBLIOGRAFíA


Hermosilla Molina, Dr. Antonio. «La Pasión de Cristo vista por un médico».

López Alonso, Dr Antonio. «La muerte de Jesús vista por un médico creyente.»

Ortega Viñolo, Dr. Francisco. «El pregón de Semana Santa en Almerí­a», 2009

Pérez Escrich, Enrique. «El Mártir del Gólgota». tomo II