La muerte de cien mil haitianos


 Cuando se trata de hablar de la muerte las cosas se dicen fáciles.  Seis millones de judí­os exterminados durante la Segunda Guerra Mundial, siete millones de rusos fusilados por Stalin, un millón de tutsis asesinados en Ruanda, doscientos mil muertos en tres décadas de conflicto armado interno en Guatemala.  Los números salen sin complicaciones, no afectan ni causan demasiado dolor.  Pero la muerte es una tragedia cuando incluso apenas nos acaricia personalmente.

Eduardo Blandón

Es eso lo que deben sufrir las familias de los cien mil o trescientos mil haitianos que murieron por el terremoto.  La ayuda un dí­a va a dejar de fluir y la prensa ya no transmitirá imágenes, pero el dolor quedará y la huella no sanará fácilmente.  Los muertos aunque se entierren siguen vivos y superar el desastre requiere dí­as, meses y años.  No hay bálsamos para sanar con milagros. 

No es cierto que los haitianos estén acostumbrados al dolor, como dijo un periodista de CNN.  Al dolor no nos habituamos como quien por acto reflejo se despierta a las cuatro de la mañana, cada golpe de la vida nos agarra como nuevos, ingenuos y ví­rgenes.  Y aunque estemos familiarizados con el sufrimiento, vivir la vida duele a cada momento.  Por eso, los humanos lloramos, el dolor hace sufrir.

El mismo Jesús, modelo para muchos hombres de fe, que era al mismo tiempo Dios (según alguna teologí­a), lloró también ante la tumba de su amigo Lázaro.  Lloró a moco tendido, sin vergí¼enza ni complejos.  Se enfrentó a la muerte y compartió el dolor que produce la ausencia, el vací­o y la pérdida de alguien a quien se ama.  Por eso los haitianos sufren y atraviesan esa noche oscura en la que cuesta reconocer el rostro de Dios, de la misericordia y la bondad.

Con tanta ausencia, algunos hasta se han atrevido a declarar «maldita» a la isla.  Es eso lo que hizo el famoso pastor evangélico, lí­der del Club 700, Pat Robertson: «Ellos hicieron un pacto con el diablo. Te serviremos si nos quitas de encima a los franceses. ¡Es una historia auténtica! El diablo les dijo: Ok, denlo por hecho.  Se deshicieron de los franceses, pero fueron maldecidos. Esa isla fue partida en dos. De un lado Haití­ y del otro República Dominicana. La República Dominicana es próspera, sana, llena de balnearios.  Haití­ es desesperadamente pobre. La misma isla».

Es una vergí¼enza escribir semejante cita, pero es la explicación rápida, ligera y a la mano de algunos para encontrarle un sentido al dolor humano.  Y si explicar la desaparición fí­sica de una sola persona es harto complicado, imagí­nese resolver tantas muertes en cuestión de segundos.  Por eso el mercado de significados se pondrá de moda en los siguientes dí­as y no nos extrañemos de tantas estupideces. 

La crisis de Haití­ es un apuro global.  Nos enfrenta con la muerte, nos hace considerar nuestra finitud y reconocernos débiles.  Como los haitianos, somos efí­meros, pasajeros, mortales.  Hoy somos y mañana quién sabe.  Nuestra vida pende de un hilo.  Nuestros dí­as están contados.  Es un reconocimiento que se nos vuelve revelador y que debemos asimilar.  No queda de otra.  Hagamos que los números nos pongan a pensar.