Cuando se trata de los valores tradicionales que se promueven en el seno de la familia, que a la vez son «tradicionales» porque este país es conservador, la Iglesia Católica moviliza todos los recursos a su alcance para salvaguardarlos porque la defensa de los mismos, es el mantenimiento de su propia identidad que se basa en una visión conservadora de las relaciones sociales y de la vida. Uno de esos valores tiene que ver con la sexualidad y la forma cómo la niñez, la juventud y los adultos aprenden a relacionarse en torno a ella. En una sociedad como la guatemalteca de larga historia de represión y autorrepresión, la Iglesia ha sido la institución que ha proveído el contenido, la argumentación y la moral para que dichos valores se aseguren y se reproduzcan en el seno de la sociedad. El vacío dejado por el Estado ha sido muy bien aprovechado por la Iglesia para proveer métodos y dogmas que regulen las relaciones humanas en las familias tejiendo de esta forma un poder acosante, que se traduce en formas de control y autocontrol social. Este rol eclesial ha sido consustancial y complementario a la hegemonía del poder oligárquico, para consumar los procesos de acumulación y concentración de capital. Dicho de otra forma, la Iglesia se ha encargado de proveer el opio mientras que la oligarquía socava la riqueza que también la ha compartido con aquella. El resultado ha sido un entramado de relaciones y valores que ha impuesto una visión cerrada y mojigata de la vida.
Esta semana, el mismo jerarca de la Iglesia Católica, el Cardenal Quezada Toruño salió públicamente en resguardo de esos valores, sugirió el llamado a la desobediencia civil para no acatar el Reglamento ni la Ley de Acceso Universal y Equitativo de Servicios de Planificación Familiar, arguyendo inconstitucionalidades, lesiones a la moral, socavamiento del derecho de las familias a educar a sus propios hijos y declarando irregularidades conceptuales. Acompañando al Cardenal como guardianes de la moral cristiana, también protagonizaron abogados, un médico, y un matrimonio, cada uno en representación de su institución, para justificar la abstinencia sexual y el desacuerdo con dicho instrumento legal. El jurista dramatizó la Ley como un dardo al corazón a una Constitución que por cierto en su primera línea textual, invoca el nombre de Dios; el galeno acudió al chantaje reclamando que se gasta en anticonceptivos y no en mitigar el hambre; y los esposos justificaron su moral, separando el espacio privado de su cama del espacio público de la educación. Otros adalides de la moral conservadora cristiana fueron los colegios privados, familias agremiadas en una suerte de ONG y la Iglesia Evangélica que tratándose del tema se permite una correcta alianza con la católica.
El Cardenal Quezada en acto que recuerda la cacería de brujas, satanizó simbólicamente un dispositivo de aspiración manual endouterino, para dejar implícita su doble moral sobre dos temas: la posición de la Iglesia contra el aborto y el papel que debe jugar la Iglesia en asuntos de Estado. Como aderezo de la denuncia quedó claro el tabú que impera sobre la sexualidad, la masturbación, el uso libre de anticonceptivos, métodos artificiales para la planificación, el conocimiento de nuestro propio cuerpo o, incluso, comprender los alcances del placer. El oscurantismo seguirá imperando y miles de niñas se convertirán en madres, otras más serán sujetas de violentos actos de abuso y violación, y un sistema patriarcal seguirá asegurando el poder y la impunidad en esposos, hermanos, jefes y padres.