La moral de los guatemaltecos


Es doble. Es un conjunto de valores fundado especialmente en el cristianismo que inculca desde la temprana edad el sistema culpa/expiación como fórmula sobre la cual transita la actividad social, económica y polí­tica de los habitantes de esta región; naturalmente que dicha contradicción en la moral no es exclusiva de esta latitud, sin embargo la conjugación con otros factores como la historia polí­tica o la cultura han hecho de este rincón un lugar de eterna difusión, o de irresoluta posición. De tal manera, aquel sistema se ha ido especializando en una serie de valores que representan el referente conductual de los chapines, los cuales son finamente implantados y heredados en la institución familiar, más tarde son perfeccionados en las estructuras de la educación formal y siempre son amparados por la iglesia en sus distintas versiones fundamentalistas. Cualquier desviación de esta lógica puede ser refuncionalizada o potenciada por el mercado a través de sus ejercicios de consumismo y desecho.

Julio Donis

Es posible que al analizar la construcción axiológica en la subjetividad, tanto individual como de las colectividades guatemaltecas, podamos encontrar algunas de las razones para comprender muchos de los comportamientos institucionales y culturales de esta sociedad. Identificar con precisión el atávico sistema culpa-arrepentimiento y su ligazón con la intencionalidad o la permisibilidad polí­tica puede ayudar a desconstruir los lí­mites de la formación social y económica de este paí­s. Los guatemaltecos hablan calladito en diminutivo porque la autoestima social está disminuida por una historia de violencia y discriminación, lo cual a su vez se desboca en comportamientos violentos y prepotentes que dejan entrever, como se asoma la culpa y la contradicción. Los altos í­ndices de violencia de todo tipo solo son la prueba del desmoronamiento y la fragmentación social y económica, son las grietas por las que aparece la culpa de las élites que han conducido este paí­s por los caminos exclusivos de sus intereses, la expiación se busca a través de fundaciones asistencialitas o de falsos proyectos cí­vicos; el Estado es su Frankestein al que se le da algunos impulsos de vida para conseguir el expolio.

La doble moral se extiende al campo ideológico y la acción polí­tica; explica en parte la imposibilidad del debate abierto y el disenso constructivo, ayuda a comprender el canibalismo polí­tico y las sinrazones de un debate estéril que lleva por ejemplo, a condenar la discusión sobre el próximo Fiscal General, o la de antemano polarizada posibilidad que Sandra Torres compita electoralmente, si ella lo logra no será por la apertura democrática del sistema. Agota de entrada el camino del debate interétnico; explica y da sustento al régimen de la Ley que impone moral a través de un ejército de abogados. Atrapados en este limbo, la institucionalidad polí­tica demuestra los lí­mites que condicionan su propio desarrollo, los partidos polí­ticos son enanos que evitan el crecimiento y la adscripción ideológica, no hay partidos plenamente de izquierda o de derecha, sino organizaciones polí­tico clientelar que intuyen y actúan según el impulso empí­rico de sus intereses. La historia polí­tica sustentada por esta lógica hace que haya personas de izquierda pero conservadoras, o libertarios que se creen liberales, hace de la clase media un grupo aspiracional que carga en Semana Santa y coleccione bipuntos.

Hace que el tejido social sea de doble cara; mientras la libre opción sexual es satanizada, inexplicablemente hay personas gay que se conducen bajo valores conservadores y con una fuerte práctica religiosa. Los curas hablan de perdón mientras su institución no reconoce la traición. Mientras el Gobierno renueva el contrato a una petrolera, por el otro lado alardea con la vulnerabilidad climática de los ecosistemas guatemaltecos, los dineros de la cooperación internacional sirven para pagar consultorí­as y banquetes en los que se trata de resolver el tema del hambre o la pobreza. Las promesas del Ejecutivo para los pueblos indí­genas se reflejan en un saldo negativo en el Legislativo, no ha pasado una sola iniciativa de ley. Este es el paí­s de las maravillas en el que Alicia sigue la sinrazón. Cómo transformar un paí­s si no somos capaces ni de ordenar o ser coherentes en la vida propia.