La montaña encantada


Luis-Fernandez-Molina_

Es una visión de fantasía, una escena propia de la mitología griega o de los recuentos de magia. Es una semblanza, solo que en grande, del bíblico momento en que Moisés con su vara hace brotar agua de las rocas. Y es que estando enfrente de esta maravilla la mente no acierta a comprender cómo surge la corriente de las entrañas de la montaña. Cómo se desborda en borbotones la esencia misma de la tierra y sale como interminable torrente de cristal.

Luis Fernández Molina


No es un nacimiento pasivo e imperceptible en el que se va asentando el agua para formar pozas que por gravedad van incrementando un cauce. Por el contrario, es un violento salto de las aguas subterráneas que luchan por corretear en la superficie. Como espíritus que habitan la montaña que empujan por salir. Activo a toda hora, día y noche, al mismo ritmo los 365 días del año. Agua fría y cristalina. Tal es su raudal que a los pocos metros se forman varios ramales como ríos tormentosos llenos de espuma. A este lugar se le conoce como el nacimiento del río San Juan. No cuesta mucho llegar si uno ya tiene alguna referencia. De Huehuetenango se toma la carretera hacia Aguacatán (dirección este, como yendo a Quiché). En este pueblo que se encuentra en la base del macizo de los Cuchumatanes, los vecinos lo guían por señas. En el lugar la municipalidad mantiene cierto ornato y hace un cobro adecuado. A todo esto ¿cuánta información se brinda al turista nacional o extranjero? Nada. Alguna invitación o señalamiento. Cero. Ciertos datos técnicos que serían muy interesantes. ¿De dónde proviene toda esa agua? ¿Qué volúmenes tiene? ¿Para dónde va la corriente río abajo? Nada.

Pero aún hay más. Muy en secreto y a menos de dos kilómetros de este prodigio, existe otro nacimiento, muy parecido solo que no tan en campo abierto sino que más metido entre la montaña. Casi del mismo caudal. A este segundo le llaman del Río Blanco. ¿Rótulos del Inguat o de la municipalidad? Ninguno. Ni siquiera de empresas que se hagan publicidad brindando información a los turistas (como existe en la cumbre de los Cuchumatanes un rótulo informativo, con datos muy interesantes, de un hotel ecuestre que se encuentra rumbo a Chancol). ¿Por dónde es el Río Blanco? Siga ese camino de terracería y después de un puente, donde empieza el terraplén de cemento allí deje el carro. Claro, casi nos pasamos. Ninguna referencia al lugar. Dejamos el vehículo y nos adentramos en una encantadora cañada de exuberante vegetación y sombras de luz escondida y a cuyo pié se acomodan varias pozas de aguas esmeraldas que caen en cascada (parecidas a las de Semuc Champey). Al final, en el encuentro con la montaña un torrente inagotable de agua que proviene igualmente de las entrañas mismas de la tierra.  Parece un lamento perenne de la madre tierra, una lágrima que no cesa o acaso es una constante promesa de nueva vida.

Huehuetenango tiene muchos parajes y secretos que deben visitarse, sobre todo por los guatemaltecos. Es nuestra tierra. Son los prodigios que Dios colocó en nuestras vecindades para que podamos disfrutarlas. Lástima que la inseguridad limite un poco los viajes y la pasividad de las entidades encargadas de promover el turismo que, por cierto, privilegian, entendiblemente, al que trae dólares. Pero el conocer nuestras maravillas naturales va más allá de algo meramente material. Es un elemento que nos debe identificar y unir a los chapines.

PD. Llama la atención el escudo de Aguacatán en el sentido de que muestra varios árboles con sus raíces expuestas; un realismo y visión muy propia de los mayas. Cabe también agregar que las carreteras están en aceptables condiciones.