La misma historia del pinabete


Problemas de siempre. Año con año sale a luz pública, como series navideñas de miles de foquitos, pendiente de solución. Resulta entonces cuesta arriba, puesto que fuertes intereses están de por medio que lo impiden. El epí­logo forzoso de esta historia anual no cambia por nada del mundo compulsivo.

Juan de Dios Rojas
jddrojas@yahoo.com

Termina sólo en palabras arremolinadas por ventiscas causadas por el poder e influencia de sectores involucrados que no sacan la mano en este sainete. De nuevo dan a conocer un combo de medidas en defensa dizque de una especie enraizada en nuestro paí­s. Pero talada inmisericordemente por sujetos sin moral y sin ley.

Tremenda acción, pese a las prohibiciones y sanciones supuestamente para los contraventores. Sin embargo, los peces gordos jamás caen. Se mueve todo mediante el contrabando evidente. No es porque olviden el hecho que tal especie se extingue, la mano dura de los depredadores inconscientes va corre y corre.

Y los controles ¿donde están? Acerca del asunto, equivalen al juego del ratón y el gato en campo abierto. Cuando las cosas repercuten en poderoso caballero es don dinero, como que nadie se entera y si acaso arman pronto las evasivas del momento, encargadas de cubrir las pruebas contundentes. Se las saben todas.

Pero lo cierto del caso está a la vista general, conformante de un movimiento a nivel superior. Existe tráfico ilegal desde áreas boscosas hasta sitios donde funciona el mercadeo, pasando por otras partes (habrí­a dicho José Milla), con una libertad asombrosa, que denota sin duda alguna, la más completa complicidad.

Grandes cantidades de nuestro pinabete incomparable, vienen y van en transporte motorizado, rayano ello en verdadero escándalo vegetal. Nada ni nadie tiene ojos y oí­dos, de consiguiente constituye negocio redondo, a costa y en detrimento de la especie.

Hay considerables motivos, responsables de dicha apetencia generalizada. Entre ellos, su presencia atractiva, junto al aroma que desborda donde se le instala. Además, del aspecto y color digno de una apologí­a. Inclusive representa el otro lado de la medalla, referente a la ambición desmedida.

Cada año las autoridades del ramo emiten disposiciones que a la postre dan lugar a la interrogante si son mera broma, o algo más. Apelan al grueso poblacional moderar su apetencia y demanda, y otra vez las acciones son cometidas con enorme vigor. Les viene del extranjero y punto.

Actúan a semejanza de encontrarse frente al muro de los lamentos, con acento triste, que la población debe poner cuidado sumo que los arbolitos de pinabete, lleven un precinto de garantí­a blanco. Cuyo significado es que los mismos proceden de bosques cultivados directamente a propósito de la ocasión de mérito.

El pinabete es el í­cono navideño en el paí­s y a eso justo se atribuye la cuantiosa demanda durante esas fechas de renombre universal. Tampoco puede omitirse que como quiera que sea, a falta de árbol de pinabete, buenas son las llamadas ramillas.

Todo por centrar a modo de prioridad uno la celebración pascual de Navidad con el tradicional arbolito. Los Nacimientos han perdido devoción, a causa de la trasculturación censurable y envolvente. Ojalá Natura haga algo que los humanos no lo hacen, en el sentido que el pinabete gane la partida definitiva.