Ayer ofreció su primera conferencia de prensa monseñor í“scar Julio Vian Morales, quien el sábado será investido como nuevo Arzobispo Metropolitano de la Arquidiócesis de Guatemala, reemplazando al cardenal Rodolfo Quezada Toruño, quien cumplió la edad de retiro y además está sufriendo quebrantos de salud. Y dijo el nuevo Arzobispo que su misión será eminentemente pastoral, aunque se ocupará de cuestiones mundanas porque le preocupan los problemas de injusticia que afectan a la población.
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Indudablemente que cada obispo tiene su propio estilo y su propia forma de manejar la misión pastoral, pero indudablemente que no puede ninguno de ellos sustraerse de los problemas cotidianos que afectan a sus fieles. No puede haber una correcta misión pastoral si no se preocupa, por ejemplo, del tema de la inseguridad que agobia a la población y que nos contamina de tal forma que afecta nuestra estabilidad espiritual. No pocos católicos, por ejemplo, terminan aceptando la limpieza social por considerar que la falta de un sistema de justicia nos obliga a hacer justicia por propia mano y hace falta una clara visión pastoral para explicar que el ojo por ojo y diente por diente no son acciones correctas.
No se puede concebir la misión pastoral sin explicar a los fieles que así como el trabajador tiene que dar lo mejor de sí en el desempeño de su función diaria, también el empleador tiene que pagar con justicia las prestaciones que le corresponden al trabajador. Promover la justicia no es meterse en cuestiones mundanas, sino es cumplir exactamente con las enseñanzas del evangelio que está repleto de orientaciones sobre ese tipo de cuestiones que pretenden preservar y promover la dignidad del ser humano.
Por supuesto que muchos católicos quisieran tener pastores que se dediquen única y exclusivamente a hablar en el plano espiritual, sobre todo si entienden las bienaventuranzas como una justificación de la pobreza y recomiendan resignación a quienes más sufren los efectos de la injusticia. Pero precisamente ese tipo de religión es el que Marx definía como el opio de los pueblos, porque no busca más que adormecer conciencias en contra precisamente de la promoción de la dignidad que a todo ser humano le corresponde simplemente por ser hijos de Dios.
Guatemala es un país sumamente complejo para cualquier pastor porque las contradicciones en nuestra sociedad son enormes y se manifiestan en una doble moral que está presente en muchas de las expresiones de vida, incluyendo desde luego la religión. Por ello es que muchos buscan acomodar sus creencias religiosas a su estilo de vida, en vez de ajustar su estilo de vida a la fe, tal y como lo pregonó en Guatemala el mismo Papa Juan Pablo II al recordar a los fieles en el Campo de Marte que no puede haber divorcio entre fe y vida.
Creo que la misión pastoral del cardenal Quezada Toruño fue ejemplar en ese sentido porque nunca dejó de trabajar por la expansión y propagación de la fe, pero tampoco descuidó sus obligaciones con los fieles para convertirse en voz de los que no tienen medios para hacerse oír en nuestra sociedad. Monseñor Vian Morales tendrá su propio estilo, como nos ha pasado ya con tantos arzobispos a lo largo de la historia del país, pero la realidad nacional no ha cambiado, sigue siendo la misma y por lo tanto se demanda de un pastor el compromiso constante y permanente con quienes, siendo hijos de Dios, son tratados con menosprecio a su dignidad y sufren los efectos de la injusticia.