Vivir en Guatemala, bajo las condiciones políticas existentes, obliga a estar validos a la matatusa, como cuando antaño los niños en las escuelas establecían ese pacto que les permitía arrebatarle cualquier objeto al vecino. Ese juego desapareció del escenario nacional como tal y los niños de hoy no saben lo que es estar validos, es decir, de acuerdo para participar en ese peculiar arreglo que por generaciones fue entretenimiento de la niñez.
Pero aunque los niños no lo jueguen es obvio que en Guatemala vivimos bajo esas reglas de juego y si no que lo diga la aprobación del último Presupuesto del Estado que es literalmente patente de corso para hacer matatusa con los bienes nacionales. Lo mismo mediante asignaciones a misteriosas y jugosas ONG que con la compra de conciencia de los diputados para lo que haga falta. Validos a la matatusa están los concesionarios de Puerto Quetzal con el interventor del negocio y los dueños de los bienes nacionales, es decir, los guatemaltecos que son propietarios de ese patrimonio.
El más vivo, el que dice primero “matatusa” se queda con lo que agarre y así es como funciona nuestra administración pública porque, en verdad, estamos validos. Para que se pueda jugar la matatusa tiene que haber un acuerdo de aceptación de parte del matatuseado. Si alguien no estaba “valido”, no se le podía arrebatar nada sin que se cayera en la figura del robo o, cuando menos, de hurto; el acuerdo entre las partes permitía el arrebato impune y por eso es que decimos que los guatemaltecos estamos participando en ese viejo juego de niños que ahora se convierte en una tragedia para el país porque significa la pérdida de nuestros recursos y el alzamiento con los bienes necesarios para impulsar el desarrollo que brinde oportunidades a todos los habitantes del país.
La forma en que sellamos el pacto y terminamos “validos” para jugar es mediante el voto. Cuando elegimos a una fuerza política en Guatemala estamos dando una carta blanca, un poder omnímodo, a sabiendas de que lo único que realmente les interesa es robar y enriquecerse. No nos hagamos los tontos al final de cuentas, puesto que hace un año, cuando estábamos en las postrimerías de la campaña electoral, ya sabíamos qué perseguían nuestros dirigentes y cuál era la meta de los que fueran electos. Nadie piensa en cambiar las reglas de juego en Guatemala porque de una u otra manera las mismas o son lucrativas o despiertan la esperanza de que lleguen a serlo. Y por eso, porque la corrupción salpica o porque puede salpicar, al final todos terminan jugando a la matatusa.
Minutero
Nadie puede sorprenderse
del tamaño de los trinquetes;
es mejor desentenderse
porque al fin, p´que te cuetes