La masa dócil


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El mundo y la noción de su realidad se aceleran, se quiere alcanzar la velocidad de la luz; queremos todo en 3D aunque el ser humano ya viene con esa capacidad; pasamos de lo local a lo global pero consumiendo desde los productos glocales para atender la aspiración mundial; en un abrir y cerrar de ojos la noción dejó de ser sobre el país propio y sus vecindades, para ampliarse hacia el horizonte de todos los rincones del planeta.

Julio Donis


Se impone la sensación y la medida de lo planetario, lo que se ve en el aquí también se digiere en el allá lejano, y por lo tanto termina siendo muy cercano. Y sin embargo seguimos siendo tan limitados en nuestra conciencia sobre los límites de la
Tierra. La finitud ha triunfado pero no lo podemos aceptar porque nuestra existencia se aliena con el ardid de la infinitud. Al que toma plena conciencia de ello, corre el riesgo de caer al vacío de la frustración, esa que ocasiona conocer las respuestas para preguntas que en ese mismo instante fueron cambiadas; es de lo que sufre la generación de los Occupy. Casi se han disuelto las verdades inamovibles de la modernidad, ellas se han desquebrajado al mismo ritmo que los referentes culturales se han ecualizado en una misma frecuencia, desjerarquizándose todo a su paso; de tal manera que un niño que crece hoy día, fácilmente puede deglutir sin masticar la biografía de Michael Jackson en el mismo nivel de trascendencia histórica que la de John F. Kennedy. En ese contexto, la vida tiende a la masificación, es tiempo de multitudes que creen que consumen el mismo perfume aquí y en la China, de muchedumbres que emiten un voto pero no eligen, de masas que se enredan socialmente en Facebook para “hacer revoluciones”, es el tiempo del control masificado. Hoy existen mil prerrogativas para el conocimiento y otras mil herramientas tecnológicas que pueden hacer la vida más fácil, pero paradójicamente nuestra conciencia está finamente encausada por mecanismos de persuasión y sistemas de control, algo que ya Snowden nos lo ha dejado clarísimo.  En realidad la idea de un consumo ilusoriamente exclusivo, nos dispuso en la misma plataforma aspiracional, en el mismo cauce para la observación del comportamiento, para la investigación de los hábitos, y finalmente para la docilidad. En este proceso ha sido vital el trabajo de la corporación publicitaria. Avanzamos pues hacia la incertidumbre en medio de tantas certezas, tantas finitudes, tantas opciones que el vértigo producido nos desmoviliza políticamente pero nos organiza en una gran masa de consumidores. Cada uno ha contribuido a tejer esta enorme red, cual telaraña en la que todos vamos quedando atrapados. Pasamos de la compartimentación a la vida en red; todo se comparte y se expone en el balcón voyerista de nuestras aspiraciones. Las relaciones humanas se reconfiguran a partir de nuevos hábitos auto inducidos, existe una nueva dimensión virtual en la que todos pretenden ser. Las redes sociales nos enlazan y nos envuelven tan profundamente que parece imposible dejar de existir en esa virtualidad que se ha vuelto la realidad. Si no se es virtual no se existe. Fue fácil pues tomar la primera hebra para que todos tomaran participación del tejido de esta malla de control masificado. Pero es difícil la resistencia a un orden que establece uniformidad a través de la hipnosis de la falsa necesidad, porque el contexto es una carrera desbocada por el capital multinacional que no escatimará costos, para hacerse de lo último que queda en el planeta.