«Por dignidad debería de renunciar» es posiblemente una de las frases más repetidas en estos días cuando se habla del tema del escándalo en el Congreso por el desvío de 82 millones de quetzales sin que nadie se diera cuenta, según la versión oficial dada por el mismo doctor Meyer. La frase va dirigida al actual Presidente del Congreso que está en el ojo del huracán y cuya posición es insostenible, por más que en el partido de gobierno se diga que hay que darle el beneficio de la duda, puesto que una de dos: si Meyer sabía de la operación es dolosamente responsable o si no se dio cuenta es dolosamente irresponsable.
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Quien tiene a su cargo el manejo de los fondos de un organismo del Estado no puede alegar que no se percató del desvío de 82 millones de quetzales. Puede decir el doctor Meyer que no se dio cuenta de los robos que hizo descaradamente su secretario privado porque lo encubrió el director financiero, extremo que cuesta de todos modos tragarse, pero decir que no supo que 82 millones fueron triangulados para invertirlos en una corredora de valores de alto riesgo lo coloca en muy pobre predicado.
Recordemos que cuando el doctor Meyer era el representante del Congreso en la Junta Monetaria se dieron los casos de las quiebras bancarias y también dijo en esa ocasión que él no se dio cuenta de lo que había ocurrido. Por ello es que pienso que por una u otra razón, el presidente del Congreso está frito. Si no tiene capacidad para darse cuenta de lo que hacen sus subalternos con 82 millones de quetzales, por dignidad tendría que someter su renuncia al pleno simplemente por incapaz e ignorante de sus responsabilidades al frente del Organismo Legislativo, no digamos si eso de que no se dio cuenta es apenas una patraña para no encarar su culpa en la forma en que se comportaron su Secretario Privado y el Director Financiero.
Por cierto que ambas joyas fueron parte de la administración en el Congreso desde los tiempos de Méndez Herbruger, por lo que se puede decir que forman parte de su mara y obligaría al Contralor de Cuentas a revisar todo lo que se hizo desde que ese tenebroso individuo llegó a presidir el Legislativo y se reeligió mediante la compra de voluntades. Porque no puede ser que piezas del calibre del secretario y del director financiero pudieran operar libremente sin la complicidad y sin estar salpicando a quienes los mantuvieron en sus puestos.
Por amistad y vínculos, es natural que Espada y Colom ofrezcan el beneficio de la duda a Meyer, pero él por dignidad y decoro tendría que entender que, como decimos en buen chapín, la chorreó de ayote y no tiene otro remedio que retirarse porque su permanencia en la presidencia del Congreso enloda a todo el organismo, lo cual ya es mucho decir. El Congreso ha sido consistentemente desprestigiado por escándalos que involucran a sus miembros, pero cuando es el mismo Presidente el que está en la picota, sea por largo o sea por baboso, no hay otro remedio que irse. Triste final de un político que se creyó la mamá de Tarzán para que las únicas opciones para juzgarlo nos dejen con la disyuntiva de si es pícaro o pendejo.