Hoy Siglo Veintiuno publicó un trabajo sobre la forma en que el Ministerio de Finanzas les entregó a los transportistas 80 millones de quetzales para que implementaran la tarjeta prepago sin ponerles ninguna condición ni requisito, menos aún determinar controles para establecer la forma en que se gastaban el dinero del pueblo. Literalmente hablando, el Ministerio de Finanzas mostró su más ancha manga para disponer del dinero de todos los guatemaltecos en un proyecto que tiene un profundo olor a pago de favores.
Algunos consideran que cualquier crítica que se haga al nuevo sistema de transporte y de tarjeta prepago es por oponerse a que se pueda establecer un servicio público eficiente en beneficio de los usuarios y así lo han manifestado, en el sentido de que los críticos son los que tienen carro y jamás se preocupan por los que viajan en bus. Puede que en algunos casos eso sea cierto, pero en La Hora nos hemos preocupado siempre por el transporte público y hemos exigido que a cambio del subsidio se aseguren mejoras en la calidad del servicio, situación que nunca se ha dado y que, tristemente, no se dará con el nuevo aporte porque, como dijimos en editorial anterior, no hay ninguna muestra de que se hayan aprobado normas estrictas para obligar a los transportistas a invertir y reinvertir adecuadamente para beneficio de los pasajeros de buses. Así como se manejó el dinero de la tarjeta prepago, 80 millones de quetzales que, como los ahorros del Congreso dilapidados por Meyer, serán utilizados sin control ni rendición de cuentas por los dueños del sistema de transporte; se han gastado cientos de millones de quetzales en subsidiar un servicio que es una auténtica calamidad. Si tuviéramos un Ministro de Finanzas responsable en el gasto público, seguramente que antes de cumplir la orden que le dieron de regalar el dinero a los transportistas, hubiera exigido que se cumplieran elementales requisitos para asegurar que hasta el último centavo sería bien utilizado. En cambio, tenemos a un funcionario timorato, con fama de capaz pero también con fama por su poco carácter (se acuerdan de «Fuentes Light»), que sabe que está haciendo mal pero se aguanta como los grandes. No hace falta ser genio para entender el juego de la pareja presidencial en este negocio y salta a la vista la intención que hay atrás de todo ese manejo descarado que se hace con el dinero de los guatemaltecos. Sume usted a los 80 y pico millones que se «esfumaron» de las cuentas del Congreso, otros 80 regalados a los transportistas para que los gasten sin control y mantenga abierta la columna de las sumas porque la manga ancha no termina ahí. Como para que Fuentes no quiera reforma fiscal… A ese ritmo, no hay pisto que alcance.