La lucidez y la grieta: reflexión de Oswaldo Salazar


Basta recordar a Beethoven (foto), el sordo de Bonn, a Juan Pablo II cuya imagen fí­sica de agotamiento total invita a la meditación.

Raúl Hernández Chacón

El Acordeón del 20 de julio de 2008, publicó el articulo LA GRIETA, del filosofo Oswaldo Salazar. Hace algunos años el Lic. Salazar participó en un panel sobre la carta pastoral Urge la Verdadera Paz. En esa oportunidad fue muy crí­tico y profundo en su pensamiento. La lectura del artí­culo es la misma: crí­tica profunda y análisis punzante, que despierta interés, que llama a la lectura entre lí­neas. Que requiere madurez para establecer nexos de comunicación e intercomunicación. La profundidad de sus análisis, al comentar la vida y la obra de Francis Scout Fitzgerarld, deja una sensación de vací­o existencial, de impotencia, de frustración, de deshumanización, de desconsuelo y de angustia, de miedo, miedo a lo que el llama «conocimiento del desierto real». Pero también invita a buscar una respuesta, una salida a lo que serí­a la tormentosa angustia «que endurece el presente y nos reclama».


2. Inicia su trabajo con la afirmación de que existen cinco situaciones que pueden dar origen a la lucidez: la relación religiosa, la ciencia, la Filosofí­a, la sabidurí­a popular y la depresión, «quizá la figura más radical y la última». En la medida que se reflexiona este maravilloso artí­culo sí­ntesis, en la medida de su relectura, de su interiorización personal, í­ntima, se encuentra un hilo conductor: LA SOLEDAD. Dice Salazar: Se termina el talento y sólo queda el camino tortuoso y la peregrinación lenta a la ruina del cuerpo, la soledad, el abandono y el olvido». Mas adelante señala: «el lamento solitario de un escritor», en el torbellino del trágico perí­odo histórico mundial, de los años 30, 40 y 50 del siglo pasado. ¿qué perí­odo histórico de la humanidad no lo es? Después de cierta etapa de éxito «viene la soledad y el tiempo empieza a pasar lento y escuchamos el segundero del reloj como si fuera el martillo de quien construye el cadalso donde seremos ejecutados una madrugada y sin testigos». Sin duda la soledad, ese estado de ánimo interno y silencioso puede ser el ámbito personal para, lo que Oswaldo Salazar llama «su meditación sobre la locura, el delirio, como espacio único de lucidez creativa», refiriéndose al trabajo de Fitzgerald.

3. El artí­culo está dividido en cuatro apartados, con una introducción: El vértigo, La ruina, Muerte del autor y Desmoronamiento. En este último expresa que «por su puesto, la vida es un proceso de desmoronamiento», en palabras de Fitzgerald. Es aquí­ donde se plantean dos tipos de golpes que llevan a cabo la parte dramática de la tarea: «los golpes de la vida y esa falla imperceptible que siempre estuvo allí­: la fragilidad humana, la grieta. Los primeros golpes son de fuera, los segundos son desde dentro del ser. Aquí­ cita a otro autor, Guilles Deleuze. A la soledad sigue la muerte. Hay dos clases de muerte: como acontecimiento y la personal, la propia. La primera nos muestra el rostro en el abandono de un amante, en la enfermedad. La segunda, la muerte personal, que permite «la libertad de morir y el riesgo mortal».

4. Es un tema personal que adquiere dimensiones mayores cuando se viven situaciones extremas: el Alzheimer, la soledad en un mundo lleno de ruido y de comunicación tecnológica globalizante. Sin embargo, este artí­culo contradictoriamente también puede invitar a reconocer la actitud humana ante una realidad irrenunciable. La variedad de actitudes y de acciones de solidaridad, no para rehuir al fatal desenlace de la condición finita, mortal, de la inalcanzable inmortalidad, del poder absoluto. Sino para que al donarse, al gastarse, al entregarse al otro, al necesitado, al más frágil, al desvalido, al que desconocer, se revalorice en lo más í­ntimo de su existencia, y trascienda y se proyecte, desde otra visión, más humana y más solidaria. La agrieta está allí­, el dolor de la conciencia de la soledad está allí­, la tragedia de perder vitalidad y fuerza fí­sica es una certeza cruel y verdadera, pero lo es también la esperanza, la solidaridad y el amor.

Basta recordar a Beethoven, el sordo de Bonn, a Juan Pablo II cuya imagen fí­sica de agotamiento total invita a la meditación. Se puede entender el suicidio, pero no es comprensible la debilidad humana del Holocausto judí­o, el genocidio guatemalteco y la tragedia humana del asesinato de tantas mujeres de la sociedad guatemalteca.

Es un tema personal que adquiere dimensiones mayores cuando se viven situaciones extremas: el Alzheimer, la soledad en un mundo lleno de ruido y de comunicación tecnológica globalizante.