Los responsables del museo del ex campo de concentración y exterminio nazi de Auschwitz-Birkenau (Polonia) pugnan por salvar a este símbolo del Holocausto del paso del tiempo y el impacto de los elementos.
Texto: Stanislaw Waszak, Fotos: Wojtek Radwanski
Deben hacer frente a enormes problemas para impedir que este lugar se transforme en una ruina y preservar la memoria de aproximadamente 1,1 millones de personas que murieron allí, en su inmensa mayoría judíos, durante la Segunda Guerra Mundial.
«Esta es nuestra última oportunidad», advirtió Piotr Cywinski, director del museo, administrado por el Estado.
Este museo sigue funcionando gracias al gobierno polaco, que cubre aproximadamente la mitad de sus costos, más los ingresos por la venta de entradas. Cerca de 5% de su presupuesto proviene de la Fundación Lauder, cuya sede se encuentra en Estados Unidos, y de los gobiernos regionales alemanes.
El mes pasado anunció un plan para solicitar 120 millones de euros (162 millones de dólares) destinado a autofinanciarse.
Los rudimentarios edificios del campo de Birkenau, construidos por los prisioneros en un terreno pantanoso, se han visto degradados por la erosión del suelo y daños provocados por las aguas.
«Debemos terminar los trabajos de conservación en todos estos edificios en 10 ó 12 años, de modo que tenemos que comenzar en tres años a más tardar», dijo Cywinski.
«El objetivo primordial es preservar la naturaleza auténtica de estas instalaciones y no reconstruirlas, para no cambiar la percepción de este lugar», agregó.
Preservar un solo bloque de barracones cuesta unos 880.000 euros, dijo el jefe conservador Rafal Pioro.
Polonia pidió a la comunidad internacional que apoye este nuevo plan para preservar el campo de Auschwitz-Birkenau.
El emplazamiento del museo cubre 191 hectáreas, con 155 edificios y 300 ruinas, y posee una colección de miles de objetos personales, así como documentos que exponen los detalles de la maquinaria letal nazi.
Inicialmente, los nazis crearon este campo para los combatientes de la resistencia polaca, nueve meses después de invadir Polonia, en septiembre de 1939.
El campo original era un antiguo campamento del ejército polaco, en el borde de la ciudad de Oswiecim (sur), conocido en alemán como Auschwitz.
Dos años después, los nazis expandieron considerablemente el lugar hasta la cercana Brzezinka, o Birkenau.
Aproximadamente 1,1 millones de personas murieron en Auschwitz-Birkenau entre 1940 y 1945 — un millón de ellos eran judíos de Polonia y de otros países de la Europa ocupada por los nazis– algunos por exceso de trabajo, hambre y enfermedades, pero la mayoría en las cámaras de gas.
Era uno de los seis campos de exterminio creados en Polonia –donde existía la mayor comunidad judía de Europa antes de la Segunda Guerra Mundial– por los ocupantes alemanes, que asesinaron a seis millones de judíos durante la guerra.
Entre las víctimas de Auschwitz-Birkenau y los otros campos de exterminio de Chelmno, Treblinka, Sobibor, Majdanek y Belzec también hubo polacos no judíos, gitanos y prisioneros de guerra soviéticos, entre otros.
El museo dedica gran parte de su tiempo a proteger las huellas de la presencia de los prisioneros.
Entre otros, conserva cada uno de los 80.000 zapatos acumulados por los nazis.
La tarea de los laboratorios del museo, financiados por la Fundación Lauder, es única.
Los investigadores identificaron 90 tipos diferentes de tinta o lápiz en unos 40.000 documentos dejados por el servicio médico nazi. Cada uno requiere un método de conservación diferente, según el experto expert Nel Jastrzebiowska.
El museo, creado por el gobierno polaco en 1947, atrajo el año pasado a 1,13 millones de personas. Este flujo de visitantes es crucial para el trabajo de memoria, pero significa una presión enorme para las instalaciones.