El pasado conflicto armado interno todavía hoy es un grave lastre. No sólo en términos de lo que pesa para las actuales autoridades, que saben de su inculpación propia, sino lo que deriva en las élites y aún más en los grupos conservadores. Pero no son solo ellos. Todas las víctimas directas e indirectas como las poblaciones indígenas y aquellos grupos de clase media que perdieron a sus padres o hijos, para todos constituye un enorme peso humano cargar con semejante recuerdo.
El presente no deja de remecerse con aquellas situaciones que acontecieron en el pasado y hoy con más precisión retorna y produce escozor, genera cólera, provoca frustración pero principalmente deja un ambiente lleno de incertidumbre sobre nuestro futuro.
Hoy vemos con pena, que todavía cualquiera que cuestiona algo sobre el pasado, toda persona que critica las formas de convivencia social actuales, se le endilga rápidamente algún adjetivo que lo descalifica arteramente. La idea de generar opinión es justamente plantear otras ideas con respecto del derrotero de nuestra sociedad, la idea del columnista, es tratar de producir reflexiones para que las autoridades o nuestras élites comprendan muchas veces que se equivocan y que de continuar en esa forma inercial, ilógica y aleatoria, únicamente se abona mayor conflictividad, se profundiza la crisis social y se ahoga el oxigenamiento del ámbito político.
Los políticos actuales no pretenden, ni por asomo, cambiar de actitud y se niegan a dejar la comodidad que sus puestos o curules les brindan a partir de la generación de excedentes obtenidos por la corrupción y aún más tratan de incorporar a sus descendientes para que el deleite de esa actual fortuna continúe intergeneracionalmente y con ello se reproduce un esquema perverso de riquezas mal habidas dentro de las familias.
De esta cuenta, es que los actuales candidatos no pretenden generar una transformación real del tejido político, sino al contrario se suman a una dinámica en donde ellos han sido beneficiados directa o indirectamente, para ofrecer propuestas que anuncian cambios, pero al contrario, sólo consiguen pequeñas modificaciones de forma, sin cambiar el fondo y dejando intacto el camino para seguir en esa espiral de corrupción y fortunas mal habidas.
Hace treinta o cuarenta años, cuando eran los militares quienes se beneficiaban del control del Estado, la campaña contrainsurgente constituía el salvoconducto para el ilícito y las élites aceptaban a cambio del control social; hoy, todavía quedan muchos militares en ese beneficio, pero la mayoría son civiles, quienes han entrado a esa ilógica e irracionalidad de seguir ampliando riqueza a costa de los recursos públicos y dejando de hacer lo que les corresponde: gobernar buscando reducir las brechas sociales que hoy se siguen profundizando.
Persistir en esta lógica irracional de la corrupción, sin dejar un legado trascendente y profundo en el ejercicio de gobierno, nos deja nuevamente ante una elección que no propone nada de fondo y busca continuar en esa sin razón de generar fortunas y le da la espalda a la población que más necesita, no produce condiciones para la inversión, desarticula aún más la ya maltrecha institucionalidad, desprestigia aún más la democracia como forma civilizada de articular los conflictos y de producir acuerdos o pactos sociales de largo plazo y pignora, cada vez más, nuestro futuro como sociedad.