«La literatura de hoy es como un nieto genio aprendiendo de su abuelo indio»


Alan Mills

Considerado el poeta más influyente de la última generación en Chile y una figura central del actual escenario lí­rico en América Latina, Héctor Hernández Montecinos está de visita en Guatemala para presentar la versión virtual (libro electrónico) del poemario «A-1000 o La Vida Muerta», edición a cargo del proyecto Libros Mí­nimos (dirigido por el poeta guatemalteco Julio Serrano) y disponible para descarga gratuita en el sitio de internet www.librosminimos.org.


Aprovechando su paso por estas tierras de Xibalbá, HH también lanza el sello editorial Santa Muerte Cartonera, fundado junto al poeta mexicano Yaxkin Melchy y dedicado a la publicación artesanal de poesí­a, usando materiales de desecho y procurando «la circulación de la literatura como un desví­o a los abrumadores consorcios transnacionales del libro».

La Santa Muerte es una forma indócil de fe mexicana, en la cual, son delincuentes sus más fieles devotos. Encomendado a Ella, HH viaja por estos incendiarios territorios, dejando aquí­ el registro de una conversación virtual (instalándose como materialidad en las páginas de La Hora), donde el poeta chileno habla sobre la poesí­a como el «género del tiempo», sobre las ciudades latinoamericanas como las ruinas del futuro y de las nuevas dinámicas de la literatura en la actual sociedad de la información y de la web 2.0…

Alan Mills: No hemos podido coincidir esta vez, así­ que ahora tienes la Guatemala de ficción que yo siempre te narré, comparada con la que estás palpando ahora de forma directa…

HH Montecinos: Creo que la relatividad (de relato) sobre la violencia en las ciudades es una de las mejores armas de control, pues por un lado conlleva a que la gente pida y exija más protección, más «seguridad», más vigilancia y por otro lado inhibe la movilidad de las identidades. Habí­a escuchado mucho sobre el tipo de violencia civil de que era ví­ctima Ciudad de Guatemala, pero a simple vista, tanto de dí­a y de noche, no la veo tan así­. Cuando he ido a ciudades «peligrosas» existe una mitologí­a del mal contra la cual te previenen, desde que no tomes agua hasta que no hables con ningún desconocido en la calle. Y en ese caso, la literatura es a la vez propagandista y detractora de esa idea, pues no sólo la sitúa y le da voz, sino que también la enmarca. Al mismo tiempo, esa relatividad del discurso es de igual modo un í­ndice. La literatura sobre el mal no está situada, sino es más bien nómade entre el eterno dialéctico de la modernidad: centro/periferia, rico/pobre, blanco/negro, bueno/malo. El miedo es sinónimo de deseo, la poesí­a es prueba de su contrario.

AM: Y en esta misma onda de confundir testimonio y ficción, te cuento que últimamente me he puesto a analizar los comentarios que la gente hace a los videos musicales en Youtube, o a algunos blogs muy populares, donde me parece que se puede tomar una terrible fotografí­a del ser humano posmoderno, como un ser anónimo, fascista, irascible. Usando tu concepto de «hiperdictadura» (una dictadura sin rostro, manejando los hilos de la virtualidad y las comunicaciones, orientando nuestro deseo), ¿cómo nuestras escrituras pueden generar nuevos horizontes sensibles al interior de ese universo material y virtual?

HH: La diferencia entre lo virtual y lo material me tiene bastante interesado, pues voy viendo cómo cada vez más la materialidad de la virtualidad es algo más que estar frente a una pantalla. Ahí­ tienes ya un mundo paralelo, es decir, las personas hablan sobre Facebook o los blogs, por ejemplo, hay debates, peleas a puño y más sobre ese mundo virtual. Eso me produce curiosidad. Y me atrae, como hecho inverso, la virtualidad de la materialidad, de la historia como relato, de la literatura como corpus. La mezcla promiscua de los géneros literarios interfiere el tecnolecto de la virtualidad, en el que todo está codificado, hipercodificado, funcionalizado, entonces, estos deslices, estos arranques, problematizan el estatuto de soporte de lo virtual, de la red de significaciones y traducciones que se hacen de la realidad. Cuando las personas postean blogs, youtubes, o esos medios se produce una interesante rareza desde el cruce de la verdad y el anonimato, pues se dicen cosas muy ciertas, í­ntimas, desde el recóndito fascista que lleva cada uno, pero también desde el xx, desde quien al desconectarse se siente bien porque pudo expresarse, pero desde la virtualidad de su identidad, desde la materialidad de su verdad. Me interesa cómo la literatura se transacciona con la tecnologí­a de la hipercomunicación, cómo su velocidad tiene que hacerse un correlato de la escritura, es como un nieto genio aprendiendo de su abuelo indio.

AM: Y en este momento, cuando (en lo real y lo virtual) junto a Yaxkin Melchy han fundado la Santa Muerte Cartonera en México, razón por la cual están viajando por Mesoamérica, ¿han podido comprobar que la sabidurí­a chamánica de nuestros paí­ses es una fuente inmensa de conocimiento y resistencia?

HH: Veo cómo los estratos indí­genas están presentes en esa virtualidad que te decí­a antes, o sea, que esos retazos de identidad mestiza se transparentan en el corpus urbano, que a la vez es un corpus de una obra que ya no existe. De ahí­ el sentido de ruina, de la celebración de la ruina, muchas veces como turismo material. Pero las comunidades indí­genas también son ruinas de una sociedad moderna, invirtiendo la imagen. Es que las ciudades latinoamericanas son ruinas presentes de un monumento del ayer. Más o menos, como metáfora, es que recogemos el tema de la ruina como desperdicio y trabajamos nuestro sello cartonero desde ese desperdicio, cuando salimos a buscar cartones por la ciudad y lo usamos como reciclaje, material y simbólico al hacer de ellos libros, objetos, libros de arte. El uso de la basura como materia prima es un modo de tensionar la utilidad del capitalismo económico, pues se construyen nuevos valores para lo que la sociedad ya habí­a anulado. Lo mismo hace la poesí­a.

AM: Por último, en estas épocas de mesianismo reciclado (¡oh, San Obama!) y profecí­as, ¿qué nos trae el futuro, sigues pensando que la poesí­a es el género del futuro?

HH: La poesí­a es el género del tiempo, desde el inicio de él hasta su final. Todos los relatos iniciáticos están escritos en poesí­a, también los que describen el final. La ficción como un desliz al tiempo, a la moral, a la lectura de la escritura y viceversa, es el sustento por el cual la poesí­a se complace de las crisis, los caos, pues los sitúa como escenario de ese nuevo valor que te comentaba antes. El tiempo histórico se está cayendo, nuestro futuro es el pasado, la poesí­a lo sabí­a de siempre, ese es su triunfo: el dí­a de hoy ser la bitácora del mañana y haber sido desde siempre la respuesta a la aparición del dí­a.