La línea lúcida y vital de Rubín Solórzano


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Hoy sábado 28 en el Hotel Casa Santo Domingo se inaugura la exposición titulada “Vector” del artista Rubín Solórzano (Guatemala, 1964) que reúne pinturas y principalmente dibujos centrados en la figura humana y en el espacio, no sé si se puede decir arquitectónico y urbano o simplemente espiritual, que le abre la contemporaneidad.

POR JUAN B. JUÁREZ

De evidente formación académica, Rubín Solórzano deja, sin embargo, de lado las reglas de la representación clásica y realista de la figura humana para adentrarse en el terreno incierto de la investigación formal y expresiva.  Lo hace, eso sí, con rigor y disciplina, diseñando sus experimentos con método, controlando las condiciones críticas a las que somete el objeto de su estudio y presentando los resultados con impecable objetividad.  Lo que investiga con rigor, pero también con pasión, son las posibilidades expresivas de la línea y del dibujo, sometidas en nuestra época intensa y desmesurada a tensiones psicológicas y a exigencias técnicas e imaginativas alejadas totalmente del equilibrio espiritual que buscaban los clásicos. 

Se trata siempre de la representación del ser humano, pero ya no como objeto de una descripción anatómica o como encarnación de un ideal de belleza sino como manifestación expresiva de sus tensas energías vitales.  Y en aras de la objetividad, el artista renuncia tanto a las convenciones académicas sobre el realismo y la idealización de la figura humana como a las distorsiones formales del expresionismo, pues sabe que por ambos extremos se introducen prejuicios estéticos y morales que comprometen el sentido de su trabajo.  De allí que sea en la línea y no en la figura donde Rubín Solórzano enfoca su investigación, atento a lo que en ella se concentra de energía, no sólo descriptiva y expresiva sino también conceptual y, por tanto, comunicativa.  Así, no es extraño que reúna sus dibujos bajo el título técnico de Vector, pues en ellos la línea es, en efecto, la expresión gráfica de una magnitud, de una intensidad objetivamente percibida.

Sin embargo, no podemos decir que los metódicos y laboriosos dibujos de Rubín estén trazados con esas líneas cargadas de antemano de energía; al contrario, sus líneas van adquiriendo fuerza propia a medida que van acumulándose sobre el objeto cuya forma y sentido tratan de captar y expresar; forma y sentido que, constata el artista una y otra vez, no se resuelven en un concepto único, en una unidad armónica, sino en un desgarramiento espiritual que, aunque objetivamente percibido, no puede ser medido por ningún instrumento. Así, sus desnudos, por ejemplo, no describen la sensualidad o la armonía del cuerpo humano sino que encarnan la curiosidad morbosa e insaciable que, en nuestra época desmesurada, violenta los límites de la intimidad hasta los huesos y la muerte.

Con este esfuerzo —y con estos logros formales y expresivos— Rubín Solórzano le devuelve al término y a la noción de “académico” el sentido de estudio riguroso, de oficio exigente al servicio de una intuición poderosa, de observaciones exactas y metódicas, de conceptos claros e inteligibles y de la imaginación y la fantasía poética que distinguen al artista responsable y consecuente.  Trabajo académico el suyo que no tiene nada que ver con cánones, convenciones o conceptos dogmáticos sobre la belleza y que, en su caso, se realiza con impecable técnica y con plena conciencia de sus objetivos expresivos.

Igualmente, hay que decir que no se trata de las elucubraciones de un personaje atormentado, sino de una visión metódica y objetiva de nuestro espacio vital, dentro del cual el artista lúcido encuentra no sólo al ser humano desgarrado sino también al ambiente desgarrador que lo con-forma y lo de-forma.