Es con cierta frecuencia que en mi consultorio le pregunto a mis pacientes: «y usted? ¿de cuántos años se quisiera morir?». La inmensa mayoría de ellos responde: «lo que el Señor me quiera conceder».
Y, si el Señor le dijera: «Te la voy a poner más fácil, dime tú, cuántos años quisieras vivir y yo te lo concederé; usted, ¿cuántos años le pediría?
A esa mi pregunta, generalmente le sigue una pausa, durante la cual el paciente amigo antes de decidirse, piensa y baraja algunas cifras que toman en cuenta los acontecimientos por venir y de los cuales nietos y bisnietos, serán los protagonistas, tales como graduaciones universitarias, matrimonios y nacimientos, pero, también cuenta muchísimo la soledad, la viudez y también, en mucho, el tener amigos y plata para no depender.
«Bueno, mire doctor, si acaso estoy en aceptables condiciones de salud física y mental, me gustaría vivir hasta los 85». Esa es la edad más frecuentemente escogida.
Hay, como es natural, casos de casos, como el de la ancianita que vive solitaria y que me dice: ¡¡Ay doctor, ¿por qué será que el Señor no me recoge?!!
Y me recuerdo del caso de un viejecito de 96, prácticamente inválido y a quien lo cuidaba su abnegada y anciana mujer. La sufrida esposa, al oír la respuesta que me dio su marido, se estremeció de auténtica sorpresa y algo de miedo. Es que su marido había dicho que, para él, 100 serían suficientes. No he vuelto a tener otro caso así.
Cuando uno tiene gentes a quienes querer y que se siente querido, no se quiere morir. No quiere desprenderse de aquellos a quienes ama y que lo aman. Y ese es el caso de la Lila mi mujer.
La Lila nació el 4 de julio de 1931, es decir que hace dos días cumplió 76. Los ha vivido a cabalidad. Fue mediante tres cesáreas, una cada año, 1951, 52 y 53 que, cuando vivíamos en New York nos regaló con nuestros hijos María Mercedes, José Carlos y Carmen Elena, quienes, a su vez nos han regalado 12 nietos, 8 bisnietos, y otros dos que ya vienen en camino para que así ajustemos los 10. Fueron esos abrazos, de hace dos días, los que con sus correspondientes «que las pase muy felices», hicieron que la Lila pasara un cumpleaños muy feliz.
No cabe duda que el sentirse abrumada de cariño le permite a la Lila soportar los dolores que a diario le afectan por la fibromialgia, el glaucoma de sus ojos y los regaños de su marido que sinceramente creo, son lo que más la enferman. Pero ahí va, contenta, dando, todos los días, diarias gracias a Dios por poder despertar y levantarse, y pedirle a su íntima amiga, María, que la ayuda a sonreír y a decir que sí, a todos los reclamos de éste matasanos.
Ha sido una vida para alegría de los que con ella compartimos nuestra existencia.
La Lila la ha sabido vivir a lo largo y a lo ancho encontrándole un sentido a su dolor. Es que ha sido amada y ha amado mucho. Por eso es que ella, al hacerle aquella pregunta, ¿a cuántos quieres llegar? nos contesta: «cuando cumpla 85 se los voy a decir».
Y le repito: como tengo miedo de morirme después de ti, por favor pídele que te conceda, por lo menos, 90.