La libertad de expresión como estrategia para la evolución de las sociedades


La libertad ha sido uno de los tesoros más valiosos de la humanidad, sin embargo, representa también muchos peligros. En la gráfica, un grabado antiguo que muestra a la libertad rodeada de muchas trampas.

Casi es por defecto que se relaciona el derecho a la libertad de expresión con el periodismo sobre todo; también con tener el derecho a decir lo que se nos venga en gana. Relacionando este derecho con la literatura, talvez recordemos que tiempos atrás más de algún dictador prohibió los libros de algún escritor, quemó sus obras o persiguió de muerte al autor. Hoy dí­a hay mayor libertad de opinar, ya que vivimos en tiempos un poquito más tolerantes.

Mario Cordero
mcordero@lahora.com.gt

Una ilustración de un libro de El artista Michel Duchamp utilizó la parodia y la burla para ser uno de los artistas más destacados del siglo XX. En la gráfica, una burla de Duchamp a la pasividad y el clasicismo de la Gioconda de Leonardo.

Sin embargo, algunas veces se han provocado conflictos llevando por delante la bandera de los «derechos humanos». Por ejemplo, recuerdan el cercano caso de las caricaturas de Mahoma que ofendieron a varios musulmanes. Y que algunos radicales incluso llevaron a cabo atentados suicidas como protesta en su derecho a la libertad de culto. Por el lado del caricaturista, el derecho a la libertad de expresión; por el otro lado, el derecho a la libertad de culto. Bueno, yo no soy quién para darle la razón a alguien en este caso, pero, tomando en cuenta todos estos supuestos para esbozar la relación entre la libertad de expresión con la literatura.

Para empezar, remontémonos a los orí­genes de la literatura, y recordemos el caso de Homero. Hoy dí­a, la literatura de este autor es reconocida y casi obligatoria para cualquier amante de las letras. Pero, en su tiempo, también sufrió de algún tipo de censura.

Cuando el filósofo Platón esbozó su teorí­a polí­tica, que ahora se encuentra recopilado en el libro República, él expresaba que admiraba a Homero y consideraba que la poesí­a de éste habí­a sido fundamental para la formación de la cultura helénica. Platón argumentaba que Homero era su maestro, salvo en una cosa: se burlaba de los dioses.

En las ediciones originales de La Iliada, se burlaba de los dioses, haciéndolos actuar en situaciones ridí­culas mientras tomaban parte en las guerras o aventuras de los humanos. También los mismos héroes, actuaban de un modo inmoral. Platón y otras autoridades de ese tiempo, consideraban valioso el aporte de Homero, ya que su literatura era muy amena, pero, para fines de lo planteado en su teorí­a polí­tica en La República, estas burlas a los dioses no podí­an enseñar la moral a la niñez.i

A pesar de que muchos en esa época argumentaban que las escenas inmorales de La Iliada eran válidas sólo porque éstas daban placer estético, Platón defendí­a que ni por ello deberí­an ser leí­das a la niñez y a la juventud.ii Por tales razones, Platón considera que algunas partes de la obra de Homero debí­an ser cercenadas, lo cual hizo, y no sólo él, sino que la mayorí­a de poetas, al ser en ese momento la literatura fundamentalmente oral, cambiaban su contenido, para que éste fuera polí­ticamente correcto.iii

En este punto quisiera hacer un alto; observemos que uno de los conflictos fundamentales es «burlarse de los dioses», lo cual tiene que relacionarse con las mencionadas caricaturas de Mahoma. En ambos casos, también se presenta un conflicto de libertad de expresión.

Ahora, luego de hacer esta relación para que no se pierda el camino que trato de establecer, desde la antigí¼edad clásica de Grecia, Homero y otros poetas más, habí­an encontrado una de las mejores formas de crí­tica a la sociedad: la sátira, que, técnicamente, es una composición poética u otro escrito cuyo objetivo es censurar acremente o poner en ridí­culo a alguien o algo.

Homero, en su gran creación de La Iliada, no sólo querí­a proporcionar entretención, sino que, como muchos escritores de la actualidad han hecho, por medio de la literatura, hacen comentarios mordaces para ridiculizar aspectos de la vida cotidiana.

Y no es casualidad que en el contexto de la cultura griega, surja la comedia. En este punto, surge uno de los conceptos más interesantes que intento mostrar. Aristóteles, en Poética, definió la comedia como la imitación de personas de inferior calidad y de los vicios, pero sólo de los risibles.iv

Incluso, Aristófanes, el mayor exponente de la comedia griega, tomaba figuras públicas de la sociedad, para ridiculizar algunos vicios. Como en Las nubes, que toma la figura de Sócrates, y ridiculiza por medio de él, el vicio de que algunas personas se hací­an pasar por filósofos para aprender retórica y poder ganar cualquier juicio, incluso sin tener la razón. Claro, Sócrates no era aún el filósofo reconocido que ha llegado hasta nosotros, sino que en ese tiempo, era un filósofo, con algunos seguidores y con cierto respeto. Pero se trata de valorar la intención satí­rica de Aristófanes, cuya intención es burlarse, pero con un objetivo adyacente: destruir el vicio, para mejorar la sociedad. Y es que parece que es una fórmula aceptada en cualquier tiempo que con risa cualquier comentario sabe mejor.

Hasta acá, he expuesto únicamente dos conceptos: el primero, Homero se ganó una censura parcial de Platón por burlarse de los dioses; y el segundo, la comedia sirve para burlarse de los vicios, pero sólo los risibles.

No sé que tan ambiguo pudiera ser este término risible, ya que, para algunas personas una burla puede ser muy chistosa, y para otros, no. Pero si tomamos en cuenta el ejemplo de Aristófanes, lo risible será entonces aspectos que se deberí­an cambiar de las sociedades. Continúo, ya que aún me faltan dos conceptos para llegar a donde quiero.

Luego de la tradición satí­rica griega, existen pocos ejemplos en los siglos sucesivos, principalmente porque la cultura latina del Imperio Romano, no dio mucha importancia al valor estético de la literatura, sino que predominó el valor funcional. También, en la Edad Media predominaron valores del Cristianismo, y, además, un clima de mayor represión, no permitieron cultivar la sátira.

Es hasta el Renacimiento, cuando nuevamente se retoma este aspecto, principalmente con El Decamerón de Bocaccio, y con Franí§ois Rabelais.

Este último, Rabelais, merece especial atención. Su mayor obra está compilada en lo que hoy conocemos como Gargantúa y Pantagruel. Cierta vez, llegó Gargantúa a Parí­s, y sucedió lo siguiente:

Algunos dí­as después de que hubieran repuesto sus fuerzas, Gargantúa visitó la ciudad, siendo admirado por todo el mundo en gran manera, porque el pueblo de Parí­s es tan bobo, papanatas e inepto por naturaleza, que un titiritero, un portador de reliquias, una mula con campanillas, una vieja en el centro de una encrucijada, son capaces de reunir más gente que un buen predicador del Evangelio.

Tan inoportunamente lo seguí­an, que viose obligado a descansar sobre las torres de la iglesia de Nuestra Señora, desde donde, al ver tanta gente a su alrededor, dijo claramente:

– Creo que estos bribones quieren que les pague mi bienvenida y mi derecho de entrada. Tienen razón. Voy a darles vino, pero no será más que para reí­rme.

Entonces, sonriente, se desabrochó la bragueta y, sacando al aire su méntula, meóse sobre ellos con tanta fuerza que ahogó a doscientos sesenta mil cuatrocientos dieciocho sin contar las mujeres ni los niños.

Cierto número de ellos se libró de esa meada gracias a la ligereza de sus pies y, cuando estuvieron en lo más alto de la Universidad, sudando, tosiendo y escupiendo, jadeantes, empezaron a jurar y renegar, unos con ira, otros con risa: «¡Carimari! ¡Carimari! Por santa «Mamie» nos bañan para reí­rse» por lo que, desde entonces, la ciudad fue llamada Parí­sv (Rabelais 31 s)

Existe un juego lingí¼í­stico en esta última frase, que dice: «nous sommes baignés par ris», que se oye como el Parí­s. El texto no es simplemente una burla cualquiera. Para empezar, retoma tres elementos considerados «sagrados» para los franceses: Parí­s, la Catedral de Notre Dame y la Universidad de La Sorbona.

El nombre Parí­s, como se explicó, se formó, según el narrador de Gargantúa, ya que serví­a «para reí­r»; la Catedral de Notre Dame, sí­mbolo del catolicismo francés, y de la tradición gótica, sirvió para que Gargantúa se subiera y desde ahí­ orinara al pueblo parisiense. Y la Universidad de La Sorbona, sólo fue utilizada por aquellos que lloriqueaban la burla que les habí­an hecho.

El libro llamado Gargantúa, fue posterior al llamado Pantagruel. Es decir, Patagruel fue publicado en 1532, y Gargantúa dos años después. La Universidad de La Sorbona consideró a Pantagruel como obsceno y herético. Con Gargantúa, Rabelais lanza una crí­tica contra esta universidad, y, dicho sea de paso, a la sociedad parisina, catalogándola de boba, papanatas e inepta por naturaleza. Es decir, desacralizó a los «dioses del Olimpo» de Francia, como lo hizo Homero, y criticó mordazmente a la sociedad

Rabelais gozó, años después, en 1540, del mecenazgo del rey Francisco I de Francia, pero que a la muerte de éste, en 1947, hubo una reacción en contra de la libertad de expresión con la que contaba Rabelais, por lo que tuvo que exiliarse en Roma hasta el final de sus dí­as.

Probablemente por esta razón, Rabelais pasó casi inadvertido como uno de los más grandes de la literatura universal. Fue, talvez, hasta 1941, cuando el crí­tico literario Mijail Bajtin, retomó el carácter satí­rico de Rabelais, para crear un concepto: la carnavalización.

Para Bajtin, existen dos tipos de fiestas: las oficiales, en donde se exaltan los valores patrióticos, y se fortalece a las figuras consagradas. En una fiesta oficial, se le rinden honores al poder prestablecido, para que éste siga manteniendo el poder. Es decir, al Presidente, al Emperador, al General, etc.

En cambio, el otro tipo de fiesta es el carnaval, en el cual el orden social prestablecido se revierte, y se puede ridiculizar a aquellos valores que han mantenido la hegemoní­a en la sociedad, incluso desacralizando al Presidente, al Emperador, al General, etc. Pues, para Bajtin, Rabelais es el mejor ejemplo de la literatura carnavalesca.

Es en este punto en donde debo enlazar muchos conceptos. Bien sabemos que hay una libertad de expresión, y que Homero se burló de los dioses, y Aristófanes trató de criticar a la sociedad para que ésta fuera mejor, y que Rabelais se burló de Parí­s para sacarla de pasividad. Ahora, a unir todo esto.

Bien, según el artí­culo 19 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, expresa que todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión, además de no ser molestado por su opinión. Asimismo, tiene el derecho de investigar y de recibir opiniones, y difundirlas por cualquier medio de expresiónvi. Una opinión rápida y que no sale de lo común es que, sí­, por supuesto, todos y todas tenemos derecho a expresarnos. Sí­, también que como escritores, nos gustarí­a que existieran medios libres e independientes en dónde publicar. Pero, vayamos mucho más adentro de todo esto.

En realidad, el derecho a la libre expresión no es absoluto. Existen algunas restricciones permitidas, dado el caso que algún comentario u opinión dañe la reputación de los demás, o haga peligrar polí­ticas de seguridad nacional, al orden público o a la salud o la moral públicas, según el artí­culo 19 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polí­ticos. También, en el siguiente artí­culo del referido pacto, se prohí­be toda propaganda a favor de la guerra, o comentarios que induzcan al odio nacional, racial o religiosovii.

Es decir, para este derecho hay que utilizarlo con la responsabilidad de no incitar la violencia contra otros. Pero, además, deberí­a fomentar siempre el desarrollo y la superación de las personas. Como quien dice, si vas a decir algo, mejor que sea bueno.

Ahora apliquémoslo a la literatura. Si nos ponemos un poco poéticos, y enlazando estas definiciones con literatura, podrí­amos decir que la literatura es la mejor manera de concretar el derecho a la libertad de expresión.

Pero, ¿cómo vamos a utilizar ese derecho? ¿Sólo para decir lo que nos dé la gana? ¿O vamos hacer que nuestra libre expresión, además, mejore a la raza humana?

Dentro de la libertades hay distintas clases de ellas. En nuestro idioma no puede notarse; en cambio, en inglés se pueden denotar dos casos de libertad. En primer lugar, está la libertad liberty, que se refiere a tener libertad de acción. Esta libertad liberty puede ser empleada si no estamos presos, amordazados o secuestrados. El otro término es la libertad freedom, que es un término más alto y mejor. La libertad freedom no incluye al término anterior, ya que se puede tener esta libertad freedom, incluso estando en la cárcel o secuestrados. Esta clase de libertad freedom se logra escogiendo, no entre lo bueno y lo malo, sino que escogiendo, como dirí­a el poeta libanés Khalil Gibran en El profeta entre un bien y un bien mayor.

La literatura ciertamente es un acto de libertad. Si hacemos uso de esta libertad sólo para escribir cualquier sandez, empleamos una libertad liberty. Pero si, además de decir lo que nos venga en gana, escribimos literatura para mejorar a la sociedad, incluso o a pesar de estar coaccionados para no ejercer la libre expresión, hacemos uso de una libertad freedom.

Y, como he mencionado en casos anteriores, por medio de la risa y de la sátira es el mejor medio, ya que la crí­tica con un poco de humor puede pasar inadvertida, y puede hacer que el mensaje llegue. En varios casos durante la historia del mundo, se han observado este tipo de crí­tica. El caso que más me ha llamado la atención, son los cuadros de los retratos de los reyes españoles que pintó Goya, que fueron colgados en las paredes de los palacios de la Corte, y que sólo mucho tiempo después, cuando el pintor habí­a muerto, se dieron cuenta que Goya pintó a los reyes con caras de idiotas.

Además, la crí­tica es necesaria para denunciar los vicios de estas sociedades. Pero, eso sí­, burlarse de los vicios, pero no los que duelan, sino de sólo los risibles, como decí­a Aristóteles. O como sugieren las declaraciones de derechos humanos, que nuestra libertad de expresión no debe propiciar un clima de guerra, de violencia o discriminación.

Por último, quisiera comentar que en Guatemala hemos tenido casos en que los escritores han hecho uso de su libre expresión, para criticar a la sociedad, por medio del «carnaval» de la risa y del humor.

El caso más antiguo, talvez, sea el de Marí­a Josefa Garcí­a Granados, una mujer nacida en España, cuya familia radicó en Guatemala, durante los años de la independencia de nuestro paí­s. En ese tiempo, no era fácil que las mujeres publicaran en los periódicos. Pero ella, por medio de otro escritor, José Batres Montúfar, logró que se publicaran algunas obras, especialmente poemas, los cuales tení­an un tono burlón, y que criticaban la mojigaterí­a de la población al ver que el paí­s era dividido por la disputa entre liberales y conservadores. Probablemente, el texto más simbólico de Marí­a Josefa Garcí­a Granados se El sermón, en el que critica la hipocresí­a de la sociedad, y en palabras del personaje de ese poema, el cardenal Medés, critica la hipocresí­a de la sociedad ante el sexo:

Para evitar los males de que os hablo,

escuchad las palabras de San Pablo:

Mortales; fornicad, joded sin pena

que la salud sin esto nunca es buena:

joded por la mañana y por la tarde,

y de sólo joder haced alarde:

Refornicar y nade el mundo en leche

y apueste cada cual a quien más eche

vainas o lodo, y si en joder se irrita,

después de fornicar, joda y repita. (Garcí­a)

Otro caso es el de Luis Cardoza y Aragón, quien no se le conoce tanto su postura de poeta burlón. Pero en su libro Maelstrom, su segundo libro de poesí­a, escrito en Europa en el perí­odo de entreguerras, critica a una sociedad europea que quedó derrotada después de la Primera Guerra Mundial:

Un dí­a Keemby, anunciando en el cielo una revista de teatro, decidió destruir un aeroplano. […] hizo una enorme nube negra con el humo denso de la escritura celeste, y , […] fue a caer a Pompierlandia, la tierra donde no ha sucedido nada nunca.

A su llegada los habitantes estaban aterrorizados por la aproximación de los ejércitos de Ubu. Los pompierlandeses no tení­an bandera. Un pueblo sin bandera ?capa de toreo? es un pueblo feliz… y distraí­do. […] Keemby […] sacó de su valija una tela de Picasso y la mostró al Senado. Después de una discusión exuberante se adoptó como insignia de Pompierlandia […].

La bandera de Pompierlandia: un naipe, una guitarra, una botella, un arlequí­n y algunos objetos aún no bautizados. […] El cuadro de Picasso voronoffizó aquel pueblo eunuco. (Cardoza 61s)

Este Pompierlandia se refiere a Francia, el cual quedó destrozado en parte por la guerra; Cardoza criticaba la falta de identidad, la cual la proporciona, según el texto, por medio del arte, o la pintura de Picasso, pero siempre para un pueblo, como dice, eunuco.

Y, por último, está el caso del mayor burlón satí­rico de Guatemala, Augusto Monterroso, que, ya sólo para concluir, hizo hablar a su personaje Eduardo Torres, en el libro Lo demás es silencio, cuando éste se encontraba, al igual que nosotros ahora, en un congreso de escritores, y ofreció una ponencia en donde expresaba, por medio de la estupidez, la ironí­a y el humor, una serie de preceptos sobre las relaciones literarias en el continente, y decí­a en un párrafo:

i) Se declara suficientemente discutido y aceptado que entre los escritores como entre las escritoras el derecho a la opinión ajena es la guerra. (Monterroso 146)

FUENTES DE CONSULTA

ARISTí“FANES. Las nubes. Buenos Aires: www.librostauro.com.ar, 2003.

ARISTí“TELES. Poética. Cuarta edición. Trad. José Alsina Clota. Barcelona: Icaria Literaria, 1998.

BAJTíN, Mijaí­l. La cultura popular en la edad media y en el renacimiento: el contexto de Franí§ois Rabelais. Argentina: www.librostauro.com.ar, 2005.

Biblioteca de Consulta Microsoft Encarta 2005 Washington: Microsoft Corporation, 2005.

CARDOZA Y ARAGí“N, Luis. «Maelstrom. Film Telescopiados» en Obra poética. México: Lecturas Mexicanas (Tercera Serie), 1992.

FOUCAULT. De lenguaje y literatura. Trad. Isidro Herrera Baquero. Barcelona: Piados, 1996.

GARCíA GRANADOS, Marí­a Josefa. El sermón. Página de la Literatura Guatemalteca. www.uweb.ucsb.edu/~jce2/lit.html

JAEGER, Werner. Paidea. Trad. Joaquí­n Xirau y Wenceslao Roces. Bogotá: Fondo de Cultura Económica, 1997.

LEVIN, Leah. Derechos humanos: preguntas y respuestas. Bilbao: UNESCO/ Bakeaz, 1999.

MONTERROSO, Augusto. Lo demás es silencio. Ed. Jorge Ruffinelli. Madrid: Cátedra, 1982.

RABELAIS, Franí§ois. Gargantúa y Pantagruel. Segunda edición. México: Porrúa, 1985.

REAL ACADEMIA ESPAí‘OLA. Diccionario de la lengua española. Vigésima segunda edición. Edición electrónica. Madrid: 2003.

i Ante los ojos del lector actual de Homero o de Hesí­odo aparecen inmediatamente numerosas escena que él no enjuiciará de otro modo que Platón si las midiese por el rasero de su sentimiento moral. Lo que ocurre es que está acostumbrado a contemplarlas sólo desde el punto de vista de lo ameno, y así­ se las contemplaba ya en tiempo de Platón. Difí­cilmente podrí­a afirmarse que estas escenas sean adecuadas para niños. […] Ya Jenófanes atacaba a Homero «porque desde el primer momento Homero habí­a servido de maestro a todos», y le combate porque tiene la conciencia de hallarse en posesión de una sabidurí­a nueva y más alta. (Jaeger 605,606)

ii [Platón] No discute con quienes pretenden salvaguardar al placer poético el lugar que le corresponde y declaran que las escenas homéricas del Hades enriquecen el valor poético de la poesí­a y la hacen más placentera para la masa. Cuanto más poéticas sean menos deben escucharlas los muchachos y los hombres que pretendan ser libres, para que teman más a la servidumbre que a la muerte. (Jaeger 613)

iii Platón no pretende, naturalmente, desterrar del todo a Homero, pero lo somete a mutilaciones […], extirpa partes enteras de su epopeya y no rehuye, como habrá de demostrar prácticamente más tarde en las Leyes, el cambiar, recreándolo, el sentido de los poetas.

iv La comedia es, según dijimos, la imitación de personas de inferior calidad, pero no de cualquier especie de vicio, sino sólo de lo risible, que es una variante de lo feo. Pues lo risible es un defecto y una fealdad sin dolor ni perjuicio, y así­, por ejemplo, la máscara cómica es algo feo y deforme, pero sin dolor. (Aristóteles 27)

v Según el texto original, es ¡Carimari! ¡Carimari! Por santa Mamie nous sommes baignés par ris.

vi Todo individuo tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión; este derecho incluye el de no ser molestado a causa de sus opiniones, el de investigar y recibir informaciones y opiniones, y el de difundirlas, sin limitación de fronteras, por cualquier medio de expresión. (Levin 128)

vii El Pacto Internacional de Derechos Civiles y Polí­ticos declara que el ejercicio de la libertad de opinión y de expresión «entraña deberes y responsabilidades especiales», y por consiguiente, «puede estar sujeto a ciertas restricciones, que deberán, sin embargo, estar expresamente fijadas por la ley y ser necesarias para asegurar el respeto a los derechos o a la reputación de los demás, a la protección de la seguridad nacional, al orden público o a la salud o a la moral públicas» (Artí­culo 19). El Pacto prohí­be igualmente «toda propaganda en favor de la guerra» o «toda apologí­a del odio nacional, racial o religioso que constituya incitación a la discriminación, la hostilidad o la violencia» (Artí­culo 20). Por lo tanto, la libertad de expresión no es absoluta, aunque en general toda restricción deberá cumplir los criterios de legitimidad, legalidad, proporcionalidad y necesidad democrática. La reputación y la intimidad del individuo frente a los medios de comunicación deberán protegerse con normas claras. (Levin 130 s)