La ley del  monte


No voy hablar de la canción de Vicente Fernández, aun y cuando está próximo a dar un concierto en el paí­s. Hablo de la ley que se está imponiendo en Guatemala, la que nos lleva a actuar en defensa propia a cada momento, la que lleva a buena parte de la población a estar armada; igual no hay una ley que restrinja esto, la que lleva a atacar, a disparar y luego a huir.

Claudia Navas Dangel
cnavasdangel@yahoo.es

Cada mañana al salir a la calle y encontrar más tráfico del normal, imagino alguna tragedia, algo que compruebo al encender la radio o simplemente al avanzar un poco y escuchar las sirenas, ver la gente rodeando un cuerpo cubierto o circulado por un listón amarillo. Personas que hartas de ser ví­ctimas de la delincuencia han optado por andar armados para no ser asaltados, para resguardar sus vidas.

Ojo por ojo dice la Biblia, y eso está sucediendo porque las autoridades no pueden hacer nada para combatir a delincuentes y pandilleros, que visten de luto cada dí­a a más de una familia guatemalteca. Nadie se libra de ellos, subir a un bus urbano o extraurbano es exponerse, caminar por las calles, ya de cualquier zona lo es también, conducirse incluso en un vehí­culo lo es también, un bocinazo, una ventana entreabierta, un semáforo puede ser la ocasión para perder lo que con tanto esfuerzo se ha obtenido o peor aún, morir.

Y así­, en esa vorágine en la que vivimos, temerosos, ansiosos, desconfiados, justos pagan por pecadores: una bala perdida se cuela en cualquier parte, en cualquier momento y siega la vida de cualquier persona, hombres, mujeres, ancianos, infantes.

Al parecer no hay salida, ministros de Gobernación van y vienen, un gobierno dispone, un candidato ofrece y nada cambia, o mejor dicho, todo empeora.

En este paí­s de contrastes en donde más de 16 personas mueren al dí­a de forma violenta, se ofrecen conciertos semanales como el de Vicente Fernández, en otros lugares recónditos son más frecuentes y Los Tigres del Norte, el Chapo y otros tienen presentaciones privadas. Se inauguran centros comerciales con salas de cine impresionantes, circulan jaguares y otros carros rimbombantes por las calles y los gobernantes se confabulan para crear impuestos nuevos, que al paso que va la situación tendrán que ir a cobrar a los cementerios, que no dudo que dentro de poco sean más que lotificaciones para viviendas. Aunque quién sabe, morirse es caro también.

La ley del monte se impone, el mundo de Alicia se queda corto ante las maravillas que nuestro pobre paí­s ofrece al consumidor y al delincuente, y Peter Pan bien podrí­a tener en Guatemala una tierra homónima, porque acá nunca, nunca JAMíS, se resuelve nada.