La Ley de la Selva rige en Guatemala


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Conozco a un señor, de 70 años de edad, quien me contó que en menos de una semana lo asaltaron dos veces en la misma ruta de la camioneta. Afortunadamente, no le robaron mayor cosa, porque a sabiendas de cómo es la situación en el paí­s, viaja en las camionetas sin pertenencias valiosas, y sólo guarda un billete de a Q20, Q50 o, si mucho, Q100, en caso de que le exijan algo.

Mario Cordero ívila
mcordero@lahora.com.gt

 


Hace poco, también, pudo observar desde una calle opuesta, cómo dos hombres –que caminaban como quien no quiere la cosa– hicieron un movimiento rápido para que uno le apretara el cuello a un señor que caminaba por la acera, mientras que el otro delincuente le buscaba entre los bolsillos.

Me llama la atención que los guatemaltecos ya hemos aprendido a vivir, por no decir “conformado”, con la delincuencia. La tomamos como una actividad más o menos probable de la cual consideramos que tarde o temprano caeremos, y que, ante la impotencia de las autoridades, hemos ideado estrategias para que el impacto no sea tan negativo.

Por ejemplo, quizá usted conocerá a más de alguno que tiene dos teléfonos celulares, uno de ellos (el que utiliza habitualmente) podrí­a ser un Smartphone o algo por el estilo, y que siempre lo lleva escondido, mientras que a la mano (en el bolsillo o sobre el asiento del copiloto en el carro) lleva otro, más barato, del estilo “Frijolito”, que le llaman.

O hay quienes llevan su dinero enrollado en el calcetí­n, y sólo llevan un billete en la bolsa, en caso de asaltos. Y, en otros casos más amargos, hay quienes aceptan, hasta con cierto consuelo, pagar la extorsión, con tal de que lo dejen tranquilo.

Más que sociedad, parecemos como esos grupos de cebras o venados que cuando tienen que pasar por el sector de un depredador, leones o cocodrilos, saben y reconocen que deben dejar un “tributo”, habitualmente los más débiles. Lo que llama la atención es que esos depredadores saben qué camino tomarán sus ví­ctimas, y éstas, a pesar de saber que los esperan, insisten en pasar por los mismos caminos.

El comportamiento humano en sociedades altamente criminalizadas es similar. No por nada se dice que en paí­ses tan impunes como el nuestro se vive la Ley de la Selva. Y es que las ví­ctimas de la violencia, a pesar de que somos más, no sabemos por qué se nos empuja a tomar siempre la misma ruta del transporte en donde siempre hay asaltos; o bien, nos vemos a diario enfrascados en el tráfico en el mismo punto donde siempre roban celulares a los pilotos automovilí­sticos.

¿Qué nos pasa? ¿Acaso no hay opciones? Y mientras nuestras fuerzas de seguridad no funcionen (o, peor aún, sean parte del mismo crimen), los depredadores no tienen más que esperar, así­ como los cocodrilos abren la boca en el rí­o esperando que una cebra desprevenida caiga en sus fauces y ¡CRACK!, sólo tenga que triturar los huesos. Mientras que el sabor de la sangre en las aguas no despierte ninguna conmoción ni repudio entre équidos o saurópsidos.

En una cosa debemos quedar claros, que ninguno de los dos candidatos que compiten actualmente por la Presidencia, ni ninguno de los diputados o alcaldes electos, y mucho menos los representantes del Parlacen, podrán hacer algo concreto para combatir la delincuencia.

Ayuda en buena medida que las autoridades conozcan esas “rutas” en donde los depredadores cometen sus fechorí­as, por lo que es muy importante denunciar. Sin embargo, cabe decir (y hasta resulta necio decirlo) que la población ya ha perdido la fe y esperanza en las autoridades de seguridad y justicia. Usualmente, y con razón, se cree que no vale la pena. Incluso, según comentarios de algunas personas que han intentado denunciar, que las oficinas de recepción de denuncias no prestan la suficiente importancia, y que hay hasta quienes les dicen: “Mejor no pierda el tiempo, y no denuncie”.

Es muy importante, antes que nada, que las autoridades vuelvan a recuperar la confianza, enfatizando primordialmente las denuncias hechas, para que la ciudadaní­a vea un efecto inmediato en sus quejas. Sin embargo, sin presupuesto, es muy difí­cil, y es hasta chocante que en el Gobierno y el Congreso haya mucha negativa en no dar recursos a la PNC, al MP y al OJ. No cabe duda que hay cocodrilos que ya se han refinado, y prefieren los grandes bocados, en vez de las ví­ctimas débiles de los grandes grupos de herbí­voros.