Acostumbrados a la impunidad, los políticos actúan como si nadie les pedirá cuenta. Se habitúan a hacer su voluntad, viven en otro universo, son reyezuelos, sienten la experiencia de la omnipotencia. Tanta magia hace olvidar que su buena estrella puede desaparecer y abrir paso así a la noche oscura, tenebrosa y de pavor.
Examinemos a lo lejos a Pinochet. Dudo que algún buen espíritu le haya dejado entrever la finitud de su poder. Estoy seguro que nunca se imaginó perseguido hasta su muerte. Tengo la certeza que ni en sueño pensó verse humillado lejos de Chile, embargado y con la justicia pisándole los talones. El militar terminó sus días de manera miserable.
Tan humillante fue la partida del dictador chileno como la muerte del líder libio Muammar Kadafi. Sergio Ramírez escribió a propósito un artículo que subraya la perplejidad del sátrapa al momento de su captura y su nacimiento de conciencia expresada en él «¿qué pasa?» registrada por las cámaras.
Sergio escribe: «La ilusión del poder para siempre, que no es sino una forma de locura, desvanece la idea de la muerte y la sustituye por otra perversa, la idea de la inmortalidad. La soberbia del poder crea un juego de espejos infinitos donde la figura del caudillo se refleja hasta la eternidad, y por eso mismo, cuando la muerte se le presenta al coronel Kadafi en su último y precario refugio de la alcantarilla, uno de esos espejos se rompe, y él pregunta, asombrado, incrédulo, a quienes lo buscan para matarlo: ‘¿qué pasa?’ ‘¿qué pasa?’».
No sería raro que el exmandatario salvadoreño, Francisco Flores, se pregunte en su escondite lo mismo que Kadafi ‘¿qué pasa?’ ‘¿qué pasa?’. Sintiéndose desubicado por una adversidad incalculada. El mismo sentimiento experimentado por el expresidente Alfonso Portillo, quien ya había tenido fortuna con la justicia y estaba acostumbrado a su vida de pícaro.
El poeta latino, Horacio, dejó escrito que «la justicia, aunque anda cojeando, rara vez deja de alcanzar al criminal en su carrera». Si los criminales y ladrones tuvieran conciencia de ello, no se sintieran desconcertados con la justicia que les alcanza. Pero, claro, el poder no les permite ver y así viven la ilusión de su infinita impunidad.