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Cruzando a todo galope por unas montañas, un viajero vio a un grupo de hombres sentados a la entrada de una mina, en cuyas caras se veía la preocupación y una honda pena.
Aproximándose y con el deseo de ayudar, el jinete les preguntó:
Parecéis muy preocupados, ¿puedo hacer algo por vosotros?
Señor, dijeron los hombres, estamos muy afligidos porque hemos perdido la más preciosa de todas las joyas.
¿Qué joya era esa?
Era una joya, dijeron, como no volverá a hacerse otra. Estaba tallada en un pedazo de piedra de la vida y había sido forjada en el yunque del tiempo. La adornaban veinticuatro diamantes, a cuyo alrededor se agrupaban sesenta más pequeños. Ya veis que tenemos razón al decir que no volverá a producirse jamás joya igual a la que hemos perdido.
Seguramente, dijo el viajero, vuestra joya debió haber sido muy preciosa, pero ¿no creéis que con el producto de vuestra mina pueda hacerse otra igual?
No, no es posible, respondieron los mineros, la joya que hemos perdido era un día, y el tiempo perdido ya no se recupera jamás.
Siendo su vida corta como es, el hombre
la abrevia aun más desperdiciándola.