Muchas cosas se escribirán en los próximos días sobre el libro. Dirán que leer es lo más importante en la vida y un imperativo sagrado inexcusable. Si piensa lo contrario, aténgase a las consecuencias. En lo que a mí respecta, quisiera sumarme al ejército de opinadores con el propósito de aclararme a mí mismo algunas ideas.
En primer lugar, me parece que una persona por sí misma es un relato. Lleva escrita en la sangre no sólo el código biológico que lo distingue, sino más allá, culturalmente, es una biblia andante. Un largo relato que amenaza su originalidad y de la que forzosamente está obligado a escapar.
Cuando el ser humano se condena a lo mismo, por falta de voluntad, oportunidades o ignorancia, no logra producir mayor novedad. Entonces, como diría Ortega y Gasset, se convierte en uno más dentro de la masa. Es predecible y manipulable, vulnerable a la voluntad de otros. Una pelusa movida por el viento. Un fracaso ambulante.
Pero sí el sujeto ya es un relato no es el único que existe. Los libros son la expresión materializada de las angustias, maravillas y asombros de los seres humanos. Son mundos abiertos al público, propuestas que, con o sin intención, permiten la exploración de otras realidades. De ahí que quien lee mucho conoce universos que lo confrontan al propio.
El libro debe democratizarse, en este sentido, para enriquecer el espíritu humano. Nada nos vuelve más miserables que la literalidad de la mente chata. Ese provincialismo cerebral no solo es estéticamente reprochable sino peligroso. Han sido esas mentes carentes de imaginación y cultura mínima que en nombre de la religión, para poner un ejemplo, han descuartizado a otros por “razones nobles”.
Entre las lecturas y libros, sin embargo, hay jerarquías. No es lo mismo la lectura (y estudio) de un texto de física o química, el aprendizaje memorístico de leyes o las consideraciones sobre estrategias de ventas que aplicarse, por ejemplo, en la literatura. Y más aún si nos referimos a la poesía. La literatura es otra cosa.
Los hombres de ciencia (los de verdad), lo reconocen. Valoran la riqueza de las letras (la novela, el cuento, la poesía, el ensayo, entre tantos otros géneros). Saben que no pueden presumir de tener una mente amueblada sin acudir a las artes fantásticas que producen los hombres y mujeres de letras.
Sí, hay gente competente en sus profesiones: médicos, abogados, políticos y hasta curas. Pero la calidad del universo de su cerebro a veces es discutible. Esa rigidez, tozudez e intolerancia, solo puede provenir de ausencia de lecturas más allá de sus textos científicos. Razones por las que hoy hacemos memoria del libro y proponemos su moda.