La irresistible atracción por el riesgo de los encierros de San Fermí­n


«Es otra dimensión», «es como si flotaras»: para el texano Larry Belcher, de 62 años, correr delante de los toros en los encierros de San Fermí­n de Pamplona (norte) es casi un ritual que, como a él, atrae tanto a locales como a foráneos adictos a la adrenalina.


«Â¿Te puedes imaginar corriendo al lado o delante de un toro de lidia? Miras hacia atrás y… es difí­cil describirlo», «tiene tanto que ver con las emociones…», explica este profesor universitario de traducción que lleva 34 años corriendo encierros y se define como «uno de los de la banda de Hemingway».

El escritor y periodista estadounidense Ernest Hemingway, premio Nobel en 1954, visitó durante cuatro décadas la capital de la región de Navarra y plasmó su pasión por los Sanfermines en el libro «Fiesta» («The sun also rises»), que los dio a conocer internacionalmente, sobre todo en el mundo anglosajón.

La estrella de las fiestas es el encierro, una carrera de toros que durante ocho dí­as (7-14 de julio) se sucede a las 08H00 locales (06H00 GMT) durante unos minutos en un trazado que data del siglo XIX, de unos 800 metros, entre los corrales donde descansan y la plaza de toros, donde serán lidiados.

«Mi abuelo (apodado «Marobel») fue uno de los grandes corredores y poco a poco fue metiéndome la afición», relata José Luis Ayensa, navarro de 35 años y corredor desde hace 15.

A la tradición le añade «bastante preparación fí­sica, durante todo el año todos los dí­as al menos una hora y media de deporte» y en Sanfermines «nada de alcohol», «a las 23H00 en la cama».

Esa afición la comparte Javier Hualde, «pamplonica» que ha tenido que esperar a ser mayor de edad para correr su primer encierro, la ví­spera: «Estaba deseando empezar, llevaba 18 años esperando», relata, y confiesa que sintió «muchos nervios, pero merece la pena».

Incluso ha «estado viendo ví­deos (de encierros) y midiendo tiempos» antes de estrenarse para calcular cuándo tení­a que empezar a correr: «Me ha parecido mucho más difí­cil que en la tele», valora.

A Joseph Distler, de 60 y tantos años, profesor de inglés neoyorquino residente en Parí­s, la primera vez que corrió en 1967 «casi» le da «un ataque al corazón». «Pensé: «Esta gente esta loca»», pero tuvo «una corazonada» y volvió.

Los toros «eran unos enormes bultos en movimiento, podí­a oirlos gruñir…», «cuando has estado cerca de un toro y has visto la fuerza del animal (…) la adrenalina te hace ver la vida de otra forma. Estos siete dí­as en Pamplona me dan tanta energí­a que aguanto todo el año. Cuando estoy en Parí­s y me meto en la cama a las diez (…) pienso en cuando estoy cerca del toro», relata.

La fama nacional e internacional de los encierros de Pamplona, adonde también acuden muchos aficionados a los toros de las vecinas regiones del sur de Francia, les ha llevado a masificarse, de lo cual se quejan los curtidos como el catalán Alejandro (41 años y 15 corriendo).

El aumento de corredores sin experiencia deja sin espacio a los veteranos y al final «la mayorí­a de los corneados son corredores experimentados», lamenta este veterano, que junto a aficionados de toda España recorre los encierros de diversas localidades del paí­s previa cita a través de Facebook.

Desde 1924, 15 personas han muerto, el último el año pasado, a pesar de las medidas de seguridad y el fuerte dispositivo policial y de la Cruz Roja desplegado cada mañana.

Pero aunque el fin de semana, se multiplican los participantes, Larry Belcher correrá el sábado: «Los toros de (la ganaderí­a de) Dolores Aguirre me encantan», alega.

«Â¿Qué tal hoy? Ha sido peligroso, ¿eh? Se fijaba mucho el toro», comenta Carmelo Buttini, un local de 42 años, corredor desde los 12, que después del encierro abre su librerí­a y departe con otros «divinos» –así­ se llama a los veteranos– mientras vende la prensa.

«Y encima la calle resbalaba», responde su interlocutor, a pesar de que al pavimento del Casco Viejo de Pamplona le ponen un producto antideslizante para la ocasión.