No vayan a creer que me estoy inventando este texto para ofender a políticos y menos al Presidente, ni a empresarios copetudos porque todos merecen mi respeto, pero como ya estoy fastidiado de publicar artículos encaminados, según mi desnutrido razonamiento, a contribuir a que los responsables de conducir los destinos de este sufrido y masoquista pueblo logren superar los obstáculos que impiden su desarrollo, opto por congraciarme con mis contados lectores, especialmente los que carecen de Internet, compartiéndoles una historieta capturada en el espacio cibernético y que he parafraseado, advirtiendo que no se refiere a Guatemala ni a los guatemaltecos, necesariamente.
Cuenta la leyenda que en un lejano país de América Latina en el que florece la democracia, la decencia y la honorabilidad individual y colectiva, a un individuo a quien denominaré Romualdo, para no perjudicar reputaciones, lo capturaron flagrantemente robando gallinas y prestamente lo condujeron pie con jeta a una comisaría, donde se establece el siguiente diálogo entre el jefe de la estación policiaca y el presunto delincuente.
– ¿Querías comer sin trabajar? ¡Métanlo a la bartolina!, ordena a sus subalternos. Pero el sospechoso (acuérdense del principio de inocencia) replica: –No era para mí; era para vender. -¡Peor! –Se asombra el comisario– Es venta de artículos robados, competencia desleal al comercio establecido. –Pero yo vendo más caro –Enfatiza el capturado. ¡¿Más caro?! –Sí, hice correr el rumor de que las gallinas de las empresas estaban infectadas, y las mías no. –Sos un descarado (pero el jefe de la estación ya lo dijo con cierta mesura) Mirá si se enteran los socios de las empresas polleras.
Romualdo confiesa: –Ya lo saben, pero hice un trato con ellos. Me comprometí a no correr más bolas sobre sus pollos y gallinas y ellos me prometieron aumentar los precios de sus productos, para que haya igualdad de oportunidades. Invitamos a otras empresas pequeñas similares a entrar en el esquema y formamos un oligopolio. – ¿Y qué hace usted ¡señor! con las ganancias? Preguntó ya con dejo de respeto el comisario. –Especulo con dólares; invierto algo en el tráfico de drogas, financio a algunos diputados y ministros y he conseguido exclusividad en el suministro de gallinas y huevos, sobrefacturando los precios.
El jefe policiaco le sirvió un café y prosigue: –Disculpe, ¡licenciado!, pero ¿ya es millonario? –Por supuesto, porque evado el pago de impuestos, pero tengo mi dinerito depositado en bancos extranjeros. –Y así, usted continúa robando gallinas ¡doctor! –A veces. Ya sabe cómo es esto. –No, no lo sé, ¡excelencia! Cuénteme. –Es que con las actividades que le he narrado no siento la sensación de peligro, de estar haciendo una cosa prohibida, la inminencia del castigo. Sólo robando gallinas me siento realmente un ladrón. Es excitante. Ahora fui detenido e iré preso.
–De ninguna manera, ¡eminencia! ¡Usted no irá a la cárcel! – ¡Pero si me agarraron infraganti!, insiste
–Sí, sí; pero eso es secundario –repone el comisario– Además, con esos antecedentes usted ¡ya debería ser Ministro o candidato presidencial, por lo menos!