Todos los días hábiles del año (los ladrones tienen semana inglesa) bandas de asaltantes se desplazan en motocicletas por las calles de la ciudad de Guatemala con la mayor impunidad que pueda imaginarse para arrebatar a los automovilistas sus teléfonos celulares bajo la pavorosa amenaza de las armas que portan. Los lugares son comunes porque ni siquiera tienen que desplazarse para evadir la vigilancia policial por demás inexistente y por ello hay mucha gente que ha sido víctima en repetidas oportunidades, hasta que decide cambiar de ruta para no circular por las áreas que han marcado ya los delincuentes.
La Policía Nacional Civil, mientras tanto, parece no darse por enterada de esa cotidiana criminalidad y sus agentes brillan por la ausencia en todos los lugares que la ciudadanía ya reputa como peligrosos. Los delincuentes se dan el lujo de actuar de acuerdo a horarios establecidos, aprovechando los momentos de mayor afluencia de vehículos, lo que les permite escapar tranquilamente luego de cometer la fechoría, para simplemente dar la vuelta en la esquina y retornar para sorprender a otras víctimas.
Si eso ocurre con algo tan predecible, qué se puede esperar de otro tipo de crímenes en los que los delincuentes actúan con mayor cuidado. La inseguridad es el signo de nuestros tiempos en la Guatemala de hoy y es evidente que la delincuencia le está ganando la partida no sólo a la mano dura, sino a cualquier otra estrategia que se ha utilizado para combatir el crimen.
De más está decir que esa inseguridad tiene impacto en todos los órdenes de la vida y que no podemos aspirar a atraer nuevas inversiones, ni locales ni foráneas, mientras exista esa hegemonía del crimen sobre el ciudadano honrado y trabajador. Hay que ser ingenuo para suponer que alguien va a apostarle a una “vía interoceánica” en un país donde los delincuentes son amos y señores de la situación. Aquí el contenedor que no se roban, puede ser abierto y le pueden introducir droga o cualquier clase de mercadería ilegal porque no existe ni poder ni voluntad para frenar el avance de los grupos del crimen organizado.
Y eso sirve únicamente como un ejemplo de la vulnerabilidad de nuestras estructuras porque no hay ámbito en el que no se sienta y resienta el efecto de la violencia, de la incapacidad del Estado para cumplir con el esencial de sus fines, es decir, la garantía de la seguridad para proteger la vida de la persona y la pacífica posesión de sus bienes.
No se vislumbra una estrategia capaz de revertir el problema y los ciudadanos seguimos a la mano de Dios. El desamparo es absoluto y las esperanzas nulas.
Minutero:
Con esa deuda creciente
el futuro se oscurece;
crecerá mucho la gente
que de pobreza padece