La inflación en Semana Santa


El deterioro permanente de las condiciones de vida del trabajador que depende de un salario es una realidad que pesa cada vez más sobre su ya apesadumbrada existencia. En la medida en que los precios se incrementan, el valor de la fuerza de trabajo, o sea el salario, se reduce, muchas veces a niveles í­nfimos. Ahí­ radica el misterio de una mayor acumulación de capital en manos de la minorí­a que constituye la clase dominante y la indigencia de las grandes mayorí­as.

Félix Loarca Guzmán

La inflación es un fenómeno propio de las formas capitalistas de producción y por consecuencia nuestro paí­s no escapa ni es ajeno a su surgimiento histórico e implicaciones propias.

El licenciado Tristán Melendreras, economista y catedrático de la Universidad de San Carlos de Guatemala, ha señalado en diferentes estudios sobre el tema que la inflación es un proceso de desvalorización de la fuerza de trabajo a través del incremento constante y generalizado de los precios de las mercancí­as producidas en el paí­s y de las importadas, cuyo fin único es asegurar y elevar el nivel de ganancias de los poseedores privados de la riqueza social, es decir, acelerar el proceso de acumulación de capital.

En la ví­spera del inicio de la Semana Santa, los miembros de la Junta Monetaria acordaron elevar la tasa de interés para moderar el alza de los precios. Por ello, desde el pasado lunes, el Banco de Guatemala está pagando un interés más alto a las instituciones ú organizaciones financieras que invierten en Certificados de Depósito a Plazo.

En los primeros meses del presente año, la inflación fue mucho más elevada que la registrada en el mismo perí­odo del año pasado. En enero el í­ndice de precios subió 1.32 por ciento, mientras que en el mismo mes del 2006 fue de 0.91 por ciento. La presión fue más alta en febrero, cuando la inflación subió 1.67 por ciento, contra apenas 0.88 por ciento en el mismo mes del año 2006. En ese contexto, el costo de vida interanual se ubicó en 6.62 por ciento, muy por encima de cinco por ciento que las autoridades monetarias han fijado como meta para todo el año.

El fenómeno inflacionario se intensificó en los primeros dí­as de la Semana Mayor con un fuerte impacto en los precios de los productos alimenticios como las verduras, especialmente el tomate y la cebolla. A ello se agrega el grosero aumento en los precios de los combustibles, al grado que entre el lunes y martes se operó un alza de dos quetzales en el precio por galón de la gasolina superior.

En este caso es impresionante la «eficiencia» de los expendedores de los combustibles, pues cuando hay un incremento en los precios internacionales del petróleo, en forma inmediata suben los precios aún cuando hayan comprado las existencias a un costo menor. Al bajar los precios internacionales no actúan con la misma eficiencia. En este caso, los más afectados son los trabajadores porque su condición de asalariados con ingresos fijos no les permite transferir el incremento de los precios hacia otros, como acontece con los empresarios, cuyas variaciones en los precios de lo que compran, lo trasladan al vender las mercancí­as a los intermediarios y éstos al consumidor final. No cabe duda que la inflación es la maldición de los pobres, pues reduce su capacidad de compra, pero a la vez esconde la reducción del nivel de vida. En medio del fervor religioso propio de la Semana Santa, algunos que se pasan de listos están amasando grandes fortunas por la ví­a de la inflación.