La inconclusa democracia


En apenas los nueve años que llevamos recorridos desde el inicio del siglo XXI, las sociedades marcan interesantes cambios en su comportamiento. A veces pareciera que se avanza en la consolidación democrática y otras, como el caso de Honduras, que se retrocede. Pero como colectividad lo que hemos comprendido es que la democracia es un conjunto de procesos inacabados y en constante construcción.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@intelnet.net.gt

En la pirámide población guatemalteca, la base conformada por aquellos cuya edad oscila entre los 18 y los 35 años es levemente superior al 50 % del total. En consecuencia puedo asumir que esa gran mayorí­a etaria ha de tener la percepción que el acudir a las urnas y que las autoridades electorales anuncien al ganador de las votaciones, cuya percepción es que en efecto es el aspirante que se esperaba sea el ganador, es la más acabada expresión democrática. Y peor aún, que estimen que siempre ha sido así­.

Nuestra Carta Magna, al igual que la mayorí­a de las de Latinoamérica, se desenvuelven en el marco de un régimen republicano (es decir representativo por la existencia de al menos un Congreso que sirve de contrapeso al Organismo Ejecutivo, entre otras caracterí­sticas) presidencialista. Sin embargo, como toda obra humana el modelo está condicionado a la personalidad que le impregne el lí­der o quien conduce. Es decir, el régimen republicano presidencialista, se encuentra circunscrito alrededor de la huella que le impregne la persona que ejerce la presidencia.

En Latinoamérica, a lo largo del siglo anterior, con la excepción de Costa Rica, desde 1948, y la de México con su Partido Revolucionario Institucional, se observó un generalizado irrespeto a la voluntad de su población expresada en las urnas. El criollismo, como movimiento sociopolí­tico dirigido por el nacido en América, como descendiente directo de españoles o portugueses, fue el rector de esta forma de democracia, a partir de los movimientos independistas del siglo XIX. Era el que imponí­a a los candidatos y en consecuencia a los únicos elegibles, los gobernantes. Ese fue el inicio de nuestro contacto con la democracia. Ese fue el punto de partida para la construcción de los laberintos estructurales que hacen de menos a las mayorí­as, sencillamente porque niegan su existencia.

A nuestra región le ha sido muy lento el proceso de consolidación democrática. Dado el enorme peso que representa el culto a la personalidad, la idealización del Estado como un «padre» protector y el caudillismo imperante, se nos hace muy complicado pensar tan siquiera en otras formas democráticas de gobierno como el parlamentarismo.

¿Pero, es la alternabilidad y la no reelección en el ejercicio de la presidencia una condición indispensable de la democracia? Según algunas constituciones sí­. La nuestra queda dentro de esa categorí­a. En la subregión centroamericana, otra vez, la excepción es Costa Rica en cuanto a la reelección, pues allá en tanto se haya producido un gobierno que alterne, es factible volver a elegir a quien ya hubiese sido presidente. El doctor í“scar Arias es el ejemplo contemporáneo de tal afirmación.

¿Y cómo se superan las limitaciones constitucionales que restringen el desenvolvimiento democrático, cómo se deja de transitar en una inconclusa democracia? Mediante reformas a ésta. Reformas a su Carta Constitutiva. Empero, reformas conducidas con una vocación que implique apertura participativa en su proceso de conformación. Reformas lideradas por estructuras polí­ticas que se abran al diálogo y a la persuasión como los principales argumentos de convicción. No se trata de plantear reformas al estilo sociopolí­tico de un criollismo del siglo XXI. De esas aberraciones históricas ya tuvimos suficiente.