Hoy el diputado José Alejandro Arévalo Alburez nos explica en su columna las razones por las que al final de cuentas terminó rompiendo con el partido propiedad del alcalde Álvaro Arzú, y dice que entiende perfectamente la lógica partidista que llevó a reclutar a otros diputados para evitar riesgos de desaparición de los unionistas que pendían del hilo de la elección de Arévalo como congresista.
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En otras palabras, él prefirió apartarse a compartir la bancada con otros representantes de los que no dice absolutamente nada ni califica su actuación, sino simplemente deja todo al entendido por señas.
Pero no es esa la parte medular del artículo de Arévalo que me llamó la atención. Varias veces he escrito sobre este diputado que se desempeñó como Superintendente de Bancos y luego como Ministro de Finanzas porque me parece que es una persona que actúa con principios en la función pública y eso es en realidad extraordinario en nuestro medio. Creo que era la mejor opción para ser nombrado Superintendente, con la única observación que su vínculo tan estrecho hasta la semana pasada con Arzú podría justificar las dudas que algunos sectores expresaron sobre el tipo de papel que podría desempeñar.
El Presidente decidió nombrar a un funcionario de carrera de la SIB para dirigir la institución y ante la carencia de antecedentes y ejecutorias del nombrado habrá que esperar a ver sus actos para formarse una opinión pues es muy difícil hacerlo con base en el desempeño general del burócrata que tiene que subordinarse a las decisiones de sus superiores y ejecutarlas al pie de la letra.
Pero volviendo al caso de Arévalo Alburez, dice que tuvo pocas desavenencias con Álvaro Arzú en el transcurso de 19 años de conocerse y de varios de haber participado con él, tanto en el desempeño de cargos públicos de tanta importancia como el Ministerio de Finanzas como la responsabilidad de ser el único diputado Unionista en la actual legislatura. Naturalmente algunas de esas diferencias fueron por lo que ocurren casi siempre en las relaciones humanas, es decir por la forma de afrontar las cosas que en el caso de los políticos se refieren, generalmente, a las cuestiones nacionales.
Pero el otro tema en el que surgieron discrepancias fue “por no compartir los mismos enfoques éticos y morales”, añadiendo que de todos modos siempre hubo absoluta lealtad mutua. Yo creo que ese punto sí que plantea lo que para un divorcio sería la incompatibilidad de caracteres, toda vez que la participación política tiene que tener un ingrediente básico y fundamental irrenunciable en el campo de los valores éticos y morales, mismos que no se pueden negociar ni aplicar de manera relativa. Al menos eso es lo que yo pienso, puesto que cuando uno empieza a calificar que tan ético o que tan moral puede ser un determinado comportamiento dependiendo de las circunstancias del momento, inicia la carrera al acomodo que termina por hacerse de la vista gorda de ciertas situaciones que para el patrón personal son inaceptables.
Yo creo que es perfectamente entendible que uno pueda seguir trabajando con quien tiene diferencias en la forma de afrontar los problemas y hasta con quien uno tenga discrepancias en el plano ideológico porque la política, es quiérase o no, el arte de la concertación y búsqueda de acuerdos y consensos. Pero no es lo mismo cuando uno no comparte los mismos enfoques (es decir principios y valores) éticos y morales, puesto que allí sí que estamos hablando de diferencias de fondo, profundas, abismales e irreconciliables.
Arévalo no explicó cuáles fueron esas desavenencias y ni falta que hace. Baste saber que existieron, pero que la causa del divorcio no fue esa incompatibilidad, sino que le quemaron la canilla con otros diputados.