Ganarás el pan con el sudor de tu frente. Bíblica sentencia, sanción inobjetable que ha pesado sobre más del 95% de la población humana a lo largo de todas las edades y civilizaciones. No existe otra forma de sobrevivir. No se tienen a mano otros recursos más que lo que produzca directamente el trabajo. A veces en condiciones agobiantes. En la misma línea San Pablo decretó que quien no trabaje que no coma.
Sin embargo cabe preguntar ¿qué aplica en los casos de aquellos que no pueden trabajar? Claro, el Apóstol de los gentiles se refería a una cuestión de actitud. De vagancia. Pero hay muchos seres humanos que, aunque quisieran, ya no pueden trabajar. Como reza el Eclesiastés hay un tiempo para todo en esta vida; hay un tiempo para crecer, uno para producir y otro para descansar o para convalecer de alguna dolencia y sobre todo; todos tenemos primaveras, otoños y el invierno marcará el final de nuestros días. “Juventud divino tesoro”, es la época de desbordante vigor y potenciales ilimitados. Pero pasa pronto y más para aquellos cuyas labores sean desgastantes. Pronto pasa y llega la madurez. “Recuerdo el alma dormida/ Avive el seso y despierte/ Contemplando/ Cómo se pasa la vida”. Entonces, en la vejez, se van mermando las fuerzas y limitando las facultades.
Pues bien, mientras se despliegan plenamente las facultades se debe obtener el sustento a través del trabajo; en la gran mayoría de la población se representa por el salario a través del trabajo subordinado. Es a este sector, abrumadoramente mayoritario, al que me habré de referir en adelante. Para preparar a los nuevos trabajadores el Estado debe promover dos aspectos: la educación para brindarles mejores herramientas y colocarlos en una posición aventajada; y segundo debe promover a las empresas porque los únicos que van a ofrecer trabajo productivo son los empresarios de cualquier nivel (desde grandes corporaciones hasta pequeños empresarios). Encaja aquí el concepto tutelar del Derecho de Trabajo como un marco de protección a favor del individuo en dependencia. Ello está bien siempre que se mantenga un justo nivel entre la tutelaridad y la inversión pues no existe mejor prestación social que un clima de estabilidad y productividad donde las personas puedan optar a obtener empleos dignos. Su tabla de salvación es su trabajo, su dignidad se representa en el salario dignamente obtenido. Es en este período de su vida que aporta a los fondos de previsión que le habrán de servir cuando se retire.
La otra cara de la moneda es el sustento (atención de salud) de la persona que ya no puede trabajar. Igualmente necesita de un ingreso que debería ser igual al que venía recibiendo en su etapa productiva (no es así lamentablemente). Aquí la tabla de salvación va a ser el fondo de pensión. Históricamente la cobertura a los desvalidos era de tipo familiar o pietista, en el primer caso los hijos se encargaban de cuidar y alimentar a los papás ancianos, en el segundo abnegadas personas e instituciones acogían a aquellos que no tenían medios (especialmente órdenes religiosas). Pero los tiempos han cambiado, las familias ya no incuban los mismos valores y la exigencia de los tiempos modernos no permite el apoyo directo (razones de tiempo, espacio, etc.). De nuevo, la tabla de salvación es el fondo (depósitos), en este caso del IGSS, y es importante resaltar que hablamos de muchísimas personas pensionadas y también de muchos miles de millones de quetzales.
Por lo anterior el derecho laboral privilegia al trabajador, el derecho previsional privilegia al fondo. Por eso es tan importante que esos fondos se manejen de forma adecuada y técnica. No quiero pronunciarme respecto del problema legal que se ha suscitado, que haga su trabajo la Corte de Constitucionalidad. En un contexto qué bueno que haya surgido esa diferencia pues de alguna manera despierta a la población, crea consciencia, sobre un tema tan importante que atañe a toda la sociedad.