Un huracán está barriendo Cuba y amenaza la supervivencia del régimen castrista. No viene acompañado de vientos devastadores ni de lluvias torrenciales, pero la consecuencia es la misma tras su paso: hambre y una ola de destrucción ante la que la dictadura nada puede hacer por su incapacidad crediticia y por unas arcas rebosantes de telarañas. Y esta vez el huracán no tiene nombre de mujer. Se trata de la crisis, que golpea la isla con una intensidad brutal. Tanto como para que la dictadura admita que no puede afrontar sus deudas y que es incapaz de acceder a la financiación internacional. Mientras, la demanda y los precios de sus principales productos de exportación caen sin remisión.
periodista y analista político, hmontero@larazon.es
La situación ha llevado a las autoridades a cortar todo lo posible las importaciones, que cuadriplican a las exportaciones. La balanza está tan desequilibrada que, a pesar de que ha reducido la compra de alimentos y otros bienes a Estados Unidos casi un 37% con respecto a 2008, la situación no mejora. Sólo en comida, Cuba batió marcas ese año al comprar a su archienemigo por valor de 710 millones de dólares, un 61% más que en 2007. El año que dejamos atrás fue tan duro para los cubanos que ha sido el primero desde 2000, cuando el Congreso de EE. UU. permitió la venta de productos agrícolas a la isla, en el que las importaciones de alimentos norteamericanos (su principal socio) no crecieron.
Hoy más que nunca, la vida en Cuba está esposada a una cartilla de racionamiento. Pero el kit de supervivencia es cada día más escaso: una pastilla de jabón y otra para lavar la ropa cada dos meses (ninguna limpia lo que se espera), un puñado de arroz para todo el mes, un vaso de aceite de soja, medio kilo de pollo (la mayoría hueso), y 100 gramos de café que nunca podrá tomar con leche porque el «oro blanco», en polvo, se reserva a los menores de 7 años. Además, unos 300 gramos de frijoles al mes y un paquete de carne, presuntamente de res, mezclada con soja en tal proporción que casi nadie se atreve a comerla, otros 300 gramos de pescado que deberá cambiar por otros 200 gramos de pollo «tísico» ya que, pese a estar rodeada de uno de los mares más ricos del mundo, los peces esquivan los mercados de la isla. Para completar el menú carcelario, se entregan 300 gramos de guisantes, la mitad de lo que se le ofrecía meses atrás, como consecuencia de un nuevo racionamiento. Cualquier «capricho» extra debe pagarse con los 20 dólares al mes de que dispone un cubano medio, que reza cada día para que no le agarre con la nevera «llena» uno de los frecuentes apagones.
No escribo estás líneas desde ninguna trinchera política sino desde el pragmatismo. Como buen vasco, tengo familia hispano-cubana en la isla y en Miami, en los dos bandos. Y para que me crean, valga una crónica publicada este lunes no por mi diario, LA RAZí“N, sino por el corresponsal en La Habana de El País, un periódico no precisamente conservador. En ella, Mauricio Vicent refleja cómo la dejadez de un sistema que mata los estímulos ha dejado en la ruina las infraestructuras de la isla.
El economista disidente í“scar Espinosa Chepe, uno de los 75 opositores apresados en la Primavera Negra de 2003, me pone al día de la situación en conversación telefónica. «Este sistema no da para más. El daño es estructural. Cuba vivía de un crédito que no devolvía y que hoy no llega. Cada vez entran menos barcos con importaciones», me asegura.
Con las tierras arrasadas por los herbicidas soviéticos o cubiertas por el marabú (una zarza imposible de erradicar que ha invadido el 20% del suelo fértil) pocos aceptan trabajar el campo porque hay que plantar lo que digan los Castro y venderlo al precio que ellos quieran. Normal que, por ejemplo, la producción de coco haya caído un 80% con respecto a 1990. Y la demanda de aceite de coco para productos cosméticos no deja de crecer -como reflejaba Vicent en su reportaje, hasta las 5.000 toneladas al año- así como su precio, 500 dólares la tonelada, pero Cuba sólo logró producir unas 450 porque los productores están hartos de los míseros precios que paga el régimen.
El caos del sistema provoca que el 55% de la tierra fértil esté ociosa mientras las cárceles se llenan: la tasa carcelaria es de casi 500 presos por 100.000 habitantes, la sexta más alta del mundo, muchos de ellos acusados de «peligrosidad predelictiva», una figura que permite encarcelar por la cara a cualquiera.
El perverso sistema que desmotiva toda actividad comercial está, sin embargo, tocando a su fin. Cuba no puede resistir más ese avejentado socialismo del siglo pasado -irreal, inhumano y fracasado- porque los cubanos ya no aguantan más. Por primera vez en medio siglo, el hastío es generalizado incluso entre los jerarcas de la dictadura. La transición será lenta, pero arrancará este año: primero será la liberalización mediante empresas mixtas de sectores hoy vetados por completo a la inversión extranjera. Luego la apertura casi total de la economía siguiendo el modelo chino.
Un sistema en el que sale más barato irse a comprar a México la taza de un retrete que hacerlo en Cuba, como me contaba la corresponsal de una agencia alemana en La Habana, está condenado a muerte.