La historia no los perdonará


Milton Alfredo Torres Valenzuela

En las personas que desempeñan cargos públicos, especialmente aquellos cuya jerarquí­a les exige más responsabilidad, dedicación y entrega, nada justifica su mediocridad. En los cargos de Presidente, Vicepresidente, así­ como de secretarios privados, ministros y diputados, no deberí­a, por ningún motivo, admitirse a chapuceros y oportunistas que llegan a dichos puestos como pago por compromisos adquiridos y a servirse de los mismos para recuperar la inversión hecha en la campaña polí­tica. Los «partidos polí­ticos», que no son verdaderos partidos polí­ticos, tendrí­an la alta responsabilidad de velar porque la mejor gente, los mejor preparados de sus correligionarios, llegaran a los puestos más importantes del gobierno; pero no es así­, la realidad es más triste de lo que cabrí­a esperar. Ya veremos muy pronto la calidad de gente que ocupará los más importantes cargos públicos. Si son como la mayorí­a de aprendices a parlamentario que se infiltró en el Congreso, ya tenemos para pasar otros cuatro años viendo improvisaciones, abusivas excentricidades y la patética pasividad e indolencia de quienes sólo llegan a levantar la mano.

¿Qué mecanismos tiene el ciudadano común para resistirse y protestar ante tales actitudes irresponsables y antidemocráticas de los funcionarios que no responden a ninguna de las expectativas, tanto individuales como colectivas de la Nación? ¿Acaso hay manera de hacer efectiva nuestra exigencia de funcionarios que dignifiquen sus puestos, a sus partidos y a sus propias familias y apellidos?

Ante las arbitrariedades abusivas de los funcionarios que pronto llegarán al poder, sólo la Prensa y las organizaciones polí­ticas y sociales independientes (no los partidos polí­ticos ni los infiltrados y anacrónicos sindicatos) podrán servir de receptores de la conciencia y dignidad colectivas para servir, como el coro en las tragedias griegas, de elemento de enlace y de retroalimentación entre gobernados y gobernantes.

Y si los espacios se cierran, si la mediocridad, la intolerancia y la represión vuelven a ser instrumentos de quienes pronto harán gobierno; y si

la pobreza extrema sigue avanzando y la educación sigue en pos de sueños y no de realidades, entonces también el futuro se cierra y con él, la posibilidad de salir del subdesarrollo.

Y, así­, ante tanta irresponsabilidad, sólo esperemos que la historia no se apiade de ellos y no los perdone; aunque, al fin de cuentas, para el cinismo que impera en los polí­ticos de estos tiempos y de esta Nación, nada importa el juicio severo de las generaciones venideras. Su nombre puede estar manchado pero sus intereses mezquinos, totalmente satisfechos.