En las personas que desempeñan cargos públicos, especialmente aquellos cuya jerarquía les exige más responsabilidad, dedicación y entrega, nada justifica su mediocridad. En los cargos de Presidente, Vicepresidente, así como de secretarios privados, ministros y diputados, no debería, por ningún motivo, admitirse a chapuceros y oportunistas que llegan a dichos puestos como pago por compromisos adquiridos y a servirse de los mismos para recuperar la inversión hecha en la campaña política. Los «partidos políticos», que no son verdaderos partidos políticos, tendrían la alta responsabilidad de velar porque la mejor gente, los mejor preparados de sus correligionarios, llegaran a los puestos más importantes del gobierno; pero no es así, la realidad es más triste de lo que cabría esperar. Ya veremos muy pronto la calidad de gente que ocupará los más importantes cargos públicos. Si son como la mayoría de aprendices a parlamentario que se infiltró en el Congreso, ya tenemos para pasar otros cuatro años viendo improvisaciones, abusivas excentricidades y la patética pasividad e indolencia de quienes sólo llegan a levantar la mano.
¿Qué mecanismos tiene el ciudadano común para resistirse y protestar ante tales actitudes irresponsables y antidemocráticas de los funcionarios que no responden a ninguna de las expectativas, tanto individuales como colectivas de la Nación? ¿Acaso hay manera de hacer efectiva nuestra exigencia de funcionarios que dignifiquen sus puestos, a sus partidos y a sus propias familias y apellidos?
Ante las arbitrariedades abusivas de los funcionarios que pronto llegarán al poder, sólo la Prensa y las organizaciones políticas y sociales independientes (no los partidos políticos ni los infiltrados y anacrónicos sindicatos) podrán servir de receptores de la conciencia y dignidad colectivas para servir, como el coro en las tragedias griegas, de elemento de enlace y de retroalimentación entre gobernados y gobernantes.
Y si los espacios se cierran, si la mediocridad, la intolerancia y la represión vuelven a ser instrumentos de quienes pronto harán gobierno; y si
la pobreza extrema sigue avanzando y la educación sigue en pos de sueños y no de realidades, entonces también el futuro se cierra y con él, la posibilidad de salir del subdesarrollo.
Y, así, ante tanta irresponsabilidad, sólo esperemos que la historia no se apiade de ellos y no los perdone; aunque, al fin de cuentas, para el cinismo que impera en los políticos de estos tiempos y de esta Nación, nada importa el juicio severo de las generaciones venideras. Su nombre puede estar manchado pero sus intereses mezquinos, totalmente satisfechos.