«La historia de dominación parece repetirse de forma dialéctica, especialmente en los discursos que crean los intelectuales»


Marlon Urí­zar es un joven profesor de filosofí­a que recientemente (hace un año) empezó los estudios de Doctorado en Filosofí­a en Alemania. En esta entrevista nos habla de su vocación y perspectiva no sólo de la filosofí­a, sino del oficio del intelectual en el paí­s.

Eduardo Blandón
lahora@lahora.com.gt

– Comencemos la entrevista con lo básico: ¿De dónde eres?, ¿dónde naciste?, ¿cómo es que llegaste a la ciudad de Guatemala?

– Siempre me he identificado como quichelense, aunque nací­ en la capital, porque mis padres son quichelenses y porque siempre consideré la casa de mis abuelos -en Santa Cruz del Quiché- como mi verdadera casa. La identificación del modo de hablar, de vivir y de sentir es lo que te une a un lugar, no tanto el registro de nacimiento. Así­ que soy un quichelense nacido en la capital.

– Ya, entiendo, quichelense capitalino. En ese «melange» vital ¿En dónde realizaste tus estudios iniciales?

– Estudié en la Escuela Nacional Darí­o González, que tomo en realidad como una cábala para mi vida. Mi madre daba clases en esa misma escuela, y mis hermanos y yo estudiamos allí­, además, desde mis primeros años empecé a escuchar anécdotas de quién era el nombre que llevaba la escuela. «Darí­o González» fue uno de los llamados iluminados en Centro América en el siglo XIX, que tení­an conocimientos vastí­simos en todas las áreas, con publicaciones sobre pedagogí­a. Eso unido al amor por la poesí­a y la literatura, que me inspiraron mis profesores, fue una de las cosas que marcó mi vida, que se completó con la fuerte influencia de mi abuelo materno, en el amor por los libros y la literatura.

– Si tu mamá era maestra, tu vocación a la enseñanza parece haber sido heredada, ¿no es así­? Con todo, me queda la duda también de ¿Por qué filosofí­a?

– La influencia, como te decí­a arriba, no la pongo en cuestión. Empecé a estudiar el Profesorado de Segunda Enseñanza en Filosofí­a, en la sede Mixco de la Universidad Rafael Landí­var, y una de las primeras clases que recibí­ fue la que me dio el Padre Antonio Galo, hace un poco más de 14 años, la clase se llamaba Fenomenologí­a, -yo por supuesto era casi un púber y no entendí­a nada, aunque me cautivó la pasión con que el padre nos hablaba de Husserl, Wittgenstein y Frege, por lo que optamos por hablar seriamente con él y pedirle que nos ayudara a entenderle mejor. El padre sonrió ante el descaro de nuestra ignorancia y se tomó muy en serio nuestra petición; cada semana nos llevaba lecturas sencillas, para que pudiéramos entender la fenomenologí­a.

-Y desde entonces quedaste enganchado en la filosofí­a… ¿Realmente crees que sea importante un filósofo en pleno siglo XXI?

– Creo que más importante que un filósofo, es la importancia de la ética; la pregunta por la justicia, por la responsabilidad absoluta y por la solidaridad como restitución. Creo todaví­a más importante el planteamiento de estas preguntas en un paí­s como Guatemala; asentada sobre la injusticia, la expropiación, el racismo y sistemas de aprendizaje -social y educativo- fundados en el castigo y en el temor. Es más, creo que tendrí­amos que dar un paso más allá; no sólo considerar la fuente de nuestros problemas en el discurso, sino revisar las estructuras sociales que mantienen a la mayorí­a sumida en la pobreza y la desesperanza.

– ¿No estás arrepentido?, ¿no te habrí­a gustado más bien, luego de los años, estudiar algo «provechoso» y «útil»?

– Creo que si no hubiera estudiado filosofí­a, habrí­a estudiado medicina. Cuando trabajé en las aldeas de los municipios de Quiché me di cuenta que muchí­simos niños mueren por enfermedades comunes, de un dí­a para otro; uno los podí­a ver jugar por la tarde, y al dí­a siguiente morir, así­ como si nada. Eso me marcó mucho y pensé muy seriamente en meterme a médico, pero luego me di cuenta que la causa de la muerte de esos niños no era la enfermedad, sino la injusticia y la historia de opresión, por lo que me dediqué a la filosofí­a, teniendo la intuición que vivimos un grave problema ético. Todaví­a hay gente entre nosotros que trata de negar la inmensa cantidad de muertos que generó el conflicto armado, y con ello demuestran que el racismo sigue operando con nuevas modalidades en el imaginario de este paí­s, porque el 70% de los más de 200 mil muertos eran indí­genas, so pretexto del discurso del desarrollo, explí­cita o implí­citamente neoliberal. La historia de dominación parece repetirse de forma dialéctica, especialmente en los discursos que crean los intelectuales, al negar la cantidad de muertos tal vez lo que está detrás de sus afanes es su profundo racismo, al considerar que los miles de indí­genas asesinados eran de segunda categorí­a o no eran importantes, precisamente por ser indí­genas. Mientras no consideremos la justicia, la responsabilidad absoluta con el otro y la restitución, seguiremos inmersos en los graves problemas que nos aquejan; con suntuosos centros comerciales, y a pocos kilómetros, miles de niños muriendo de hambre.

– Bueno, hablemos de filosofí­a que es lo que te gusta. ¿Qué lí­neas de trabajo filosófico encontrás en Guatemala?

– Me parece que existen tres tendencias en investigación filosófica. La primera le podrí­amos llamar la corriente de los Estudios Interdisciplinarios, que se une a investigaciones de ciencias sociales, y por supuesto los filósofos estamos para trabajar en la parte ética y epistemológica, que surge, sobre todo, gracias a los movimientos indí­genas.

La segunda tendencia es la que se une a lo que podemos llamar los Estudios del Mercado, de corte liberal y/o neoliberal. En realidad la influencia liberal en Guatemala tiene un poco más de cien años y se constituye en una opción muy atractiva para algunos intelectuales en este paí­s, creo que eso es porque el liberalismo parece ofrecer soluciones a los problemas sociales en la constitución de un Estado sobre la idea de los contratos individuales, y deja la posibilidad a los intelectuales de eximirse de esos problemas en el ámbito de lo llamado privado.

De esta forma se pueden dedicar al estudio anticuario de la filosofí­a, sin saber absolutamente nada de lo que les rodea, o sin ni siquiera enterarse del mundo en el que viven, por contar los casos más ingenuos, porque los otros terminan apoyando ideológicamente a instituciones represivas y a polí­ticos absolutistas. También creo comprender el motivo por el que el neoliberalismo tiene tanto auge: las instituciones gubernamentales están viciadas de cabo a rabo por la corrupción, por lo que la solución que parece más a la mano es evidentemente su reducción, no obstante, olvidan que precisamente el Gobierno fue diseñado para responder a los intereses de los oligarcas -especialmente en la defensa de la propiedad privada para los monocultivos, que sostienen la llamada «economí­a» de Guatemala, pero nunca se ha pensado en las mayorí­as, más que como mano de obra barata.

– Eres muy sensible al tema?

– Sí­, claro, como no. Déjame continuar. El Gobierno de Guatemala nunca ha sido un «Estado Benefactor», como los mismos neoliberales gustan en llamarlo, no sólo, y ahora que se tendrí­a que plantear la cuestión de la justicia social y distributiva, y cuando ha cumplido con el cometido de asegurar los privilegios para los oligarcas, entonces se habla de su disminución so pretexto de su gran «ineficacia» para resolver los problemas sociales, todo esto serí­a como decir: ¡Oferta, oferta! – Le creamos la enfermedad y luego se la curamos.

La tercera tendencia, ahora termino, es la de los filósofos que se dedican a la erudición de algunos temas, como filosofí­a antigua u otras corrientes en el pensamiento. Lo único que caracteriza a estas tres corrientes creo que es una producción e investigación muy limitada a sus propios grupos y una comunicación inexistente.

– Una visión interesante, pero un tanto pesimista. No parece haber una producción significativa de pensamiento ¿qué sugerí­s al respecto?

– No, no tanto así­. Pero ahora te doy algunas ideas. Creo que nos tendrí­amos que liberar de las ataduras de las grandes tradiciones de pensamiento, especialmente de lo occidental, y luego empezar a indagar en nosotros: ¿Quiénes somos? ¿Qué pensamos? y ¿Por qué pensamos con esos parámetros? Cuando resolvamos esas preguntas entonces podremos empezar a crear conocimiento, de lo contrario seguiremos en la repetición o imitación del pensamiento de otros lados. Creo que ya hay esfuerzos en ese sentido, especialmente los que surgen del movimiento indí­gena.

– En un plano más vocacional ¿qué amas de la filosofí­a?

– Precisamente eso, la capacidad de preguntar, de cuestionar; todo es cuestionable, no preguntar por preguntar, o por juzgar a los demás, sino preguntar para indagar en nuevas posibilidades, en ese sentido la filosofí­a no tiene lí­mites.

– ¿Cómo llegas a Alemania? Cuéntanos ese, por decirlo de alguna manera, «milagro».

– Mi formación fenomenológica me remitió a los filósofos alemanes y yo que me incliné por los estudios de Nietzsche. Y llego a Alemania gracias a una beca que me concedió el KAAD (Servicios Católicos para Estudiantes Extranjeros, por sus siglas en alemán) y también gracias a la paciencia infinita que ha tenido conmigo el profesor doctor Axel Honneth.

– ¿Has aprendido algo de los humildes alemanes?

– ¿Humildes?… Vamos al grano. Creo que lo que más me ha gustado de mi estadí­a en Alemania es que me ha dado la oportunidad de ver de cerca el taller -por decirlo de una manera- en que construyen su filosofí­a, y me he dado cuenta que la premisa es saber todo lo que se pueda de filosofí­a, para hacer señalamientos crí­ticos sobre ella, y con esa actitud empezar a decir algo nuevo, -lo que uno tiene y tendrí­a que decir-, pero es importante resaltar que no tienen veneración alguna por una filosofí­a especial. Ni siquiera a las que ellos mismos han impulsado, sino que todo puede ser cuestionable, eso sí­, se tiene que argumentar todas las posturas. Precisamente eso es lo que estoy tratando de aprender; las muchas formas de cuestionar, preguntar, argumentar y contra argumentar. En ese sentido creo que en Guatemala tendrí­amos mucho qué decir, y no tendrí­amos que estar repitiendo lo mismo que otros han dicho, sino conocernos y luego entrar en diálogo con la filosofí­a occidental, para no tener que ser solamente repetidores.

– Interesante, ¿extrañas en la lejaní­a a Guatemala?

– Más que extrañar a Guatemala, -que la extraño y mucho-, es el inmenso dolor que siento cuando veo los graves problemas en que está sumida; con la mitad de los niños desnutridos, el inmenso racismo que sigue imperando en las relaciones sociales y las inmensas desigualdades sociales.

– ¿Cuáles son tus expectativas al regresar a tu paí­s?

– Quiero dedicarme a la investigación de la ciencia maya, porque creo que en las comunidades indí­genas hay un gran potencial, además de soluciones para nuestros graves problemas. Un ejemplo lo encuentro en las investigaciones que se están realizando en comunidades de Chiapas, México, en que se está trabajando sobre la democracia comunitaria, como superación de la democracia participativa occidental.

– Dos preguntas más, las últimas: ¿Qué le aconsejás a los jóvenes que estudian en Guatemala?, ¿qué le aconsejás a los que desean estudiar filosofí­a?

– Creo que no es tanto si estudiar filosofí­a u otra carrera, creo que es más bien el sentido que ello nos da. Si nos atenemos a la evidencia de nuestra conformación como seres humanos; los otros son más importantes, y creo que con ese imperativo ético, de que el otro es más importante, nos debemos dedicar con esmero a una profesión para tratar de ser responsables de los graves problemas sociales que tenemos y dejar de pensar en nosotros mismos, eso además de darnos perspectivas inmensas para nuestra vida, nos ayudará a darle amor y justicia a esta tierra que ha sido tan golpeada, saqueada, abusada y abandonada.

– Gracias, Marlon. Ojalá regreses pronto.

– Gracias a ti por tu tiempo.