Definitivamente que los tiempos cambian y con éste, las personas, las sociedades, las ideas y un poco todo. Antes, con seguridad, el devenir era un proceso lento, pero ahora el concepto de revolución se ha quedado corto si lo referimos a la velocidad con que evoluciona el mundo. Así, ser un sujeto desubicado es lo más común del planeta. Los perdidos ahora son legión.
Pero no es de los que viven en Canopo o en la luna de los que quiero hablar, sino de algunas ideas que el tiempo se ha encargado de superar y dejarlos así en la más completa oscuridad comprensiva. Pensemos, por ejemplo, a propósito de tantos muertos en el país, del concepto franciscano de «la hermana muerte». San Francisco, como saben algunos, pensaba en la muerte no como un acontecimiento aflictivo o angustioso, sino como el momento (en la línea del pensamiento cristiano) del encuentro gozoso del Señor.
La muerte, en consecuencia, era «la hermana muerte», esa cariñosa dama que oportunamente llegaba a la vida del cristiano para finalmente alcanzar la promesa eterna de dicha plena. La idea escatológica franciscana era idílica, hermosa y llena de sentimientos de gozo. Uno puede imaginar que el «pobrecillo» de Asís pensaba en la «santa muerte» como el momento en que el cristiano atacado por una enfermedad, en la hora de la edad adulta, luego de haber cumplido con la vocación encomendada por Dios, entregaba pacíficamente su alma al Creador.
Claro, morir así es hermoso y por eso es justo y apropiado llamar a la muerte «hermana muerte». Pero, como decía al inicio, esta idea franciscana en nuestros días ha quedado superada. Ahora la muerte más que una hermana, si la queremos seguir comparando con algún pariente, es lo más próximo a una suegra horrorosa. Nadie en nuestros días, al menos en Guatemala, se atrevería a llamar a la muerte «hermana muerte», sobre todo cuando, ya sabemos, llega de manera cruel a la vida de las personas.
Pongamos el ejemplo más reciente del hermano «Juancho León» (para seguir con las categorías franciscanas). El «pobre señor», según los informes de Prensa, recibió más de veinte balazos, la mayor parte hiriendo al corazón, la cabeza, las piernas y los brazos. ¿Es esa la forma romántica con que la buena hermana se esperaría que llegue? No, eso se parece más a la llegada del mismo Diablo personificado en los sicarios.
Dirá usted que el caso de don Juancho es aislado y extremo, pero no es cierto porque en Guatemala «la suegra muerte» llega horriblemente en los niños que mueren de hambre, en el migrante que cae a manos de bandoleros en las fronteras, en las mujeres que son golpeadas por sus maridos y en aquel que es secuestrado. En conclusión, la muerte ha dejado de ser lo que era y bien le valdría a las nuevas generaciones buscar nuevas categorías para definirla, yo la he bautizado (medio en serio, medio en broma) como la horrorosa suegra que llega, usted que es mucho más listo y sensible puede sugerir algo mucho más inteligente. Hágalo.