Martín no pasa de los cinco años. Inscrito en párvulos, cursa su primer ciclo escolar. Las vocales se le hacen materia fácil, pero eso de distinguir las figuras geométricas, al igual que levantar la mano izquierda o derecha cuando se lo pide la maestra, es un poco más complicado.
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Por la tarde, luego de almorzar pasado el mediodía, Martín cumple con las tareas diarias y las horas se le pasan como a cualquier otro niño. Sin embargo, cuando el sol empieza a ponerse su mente se vuelve gris y los nervios le atacan sin saber por qué.
Su papá llega por la noche, cansado del trabajo y con ganas de dormir, pero también con unos deseos bárbaros de pasar algunos minutos con Martín. Ese, es el momento preciso en que el día termina para el niño y empieza la más oscura de las noches.
A Martín le gustan los abrazos de su papá, sin embargo, eso que le toque su pene lo confunde un poco. Las manos pesadas le recorren el sexo hasta que le dan ganas de orinar. «Quiero ir al baño», susurra cuando sabe que ya no puede aguantarse más, a pesar que lo intenta evocando el Ave María que aprendió escuchando los rezos de su madre.
En el baño, entre el hedor de sudor de hombre grande que se le quedó impregnado por todos lados, Martín derrama sus ganas adelantadas, y lo único que puede atender es el sonido de su orina al caer al fondo del inodoro. Su mente, como cada día, se le queda en blanco y seguramente así estará durante muchos años.
El abuso sexual infantil es uno de los peores flagelos que miles de niños y niñas sufren dentro de sus propios hogares. De acuerdo con un informe de la Comisión Nacional contra el Maltrato Infantil, CONACMI, siete de cada diez casos son cometidos por algún miembro del grupo familiar o por una persona muy cercana.
El año pasado, una de las principales discusiones entre varios sectores sociales, agrupaciones políticas y miembros de las iglesias Católica y Evangélica, se dio en torno a la propuesta de la Ley de Planificación Familiar. Esto, porque estipulaba que el Estado se encargaría, a través del Ministerio de Educación, de facilitar información sexual a las y los estudiantes.
Los sectores más conservadores insistieron en la «inmoralidad» de esa iniciativa, por considerar que los únicos que pueden hablarle de sexualidad a la niñez es la familia. ¿Qué pasa con aquellos niños y niñas que nunca les hablan del tema sino que aprenden a través de la propia experiencia como víctimas de este tipo de maltrato?
Hoy, muchos niños y niñas podrían estar sufriendo algún tipo de abuso sin saberlo, y se darán cuenta de lo sucedido muchos años después, cuando las dudas de la adolescencia se instalen.
En definitiva, este tipo de violación es uno de los actos más crueles que puede sufrir un ser humano. Las heridas, las marcas, e incluso las culpas, jamás podrán borrarse.
Sin embargo, como es un delito cometido contra las personas «más pequeñas», contra las y los que «aún no son», poco interesa a las autoridades del Estado. Esta sociedad, al igual que con las mujeres, está acostumbrada a ver a los niños y niñas como objetos de satisfacción sin ningún tipo de derechos.
Otra prueba del desinterés que existe sobre el tema la encontramos dentro de los partidos políticos, que a pocos días de los comicios, no han presentado ningún tipo de propuesta para combatir y eliminar este tipo de violencia.