La guerra de los contras


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No me refiero a “los Contras”. No traigo a colación las guerras de Nicaragua en la época de Reagan, ni al Iran-Contragate. No hablo de quienes combatieron al recién instalado régimen neo-sandinista. No. Me estoy refiriendo a otro paí­s del Sur: a Perú y sus recientes elecciones. Los candidatos de la segunda vuelta tuvieron una tarea un poco diferente.

Luis Fernández Molina

 


Buscaban votos, obvio, pero no tanto de personas convencidas por su causa. Procuraban exacerbar el rechazo frente al rival y bien levantar esos candados que impedí­an votar por ellos. Buscaban una absolución, o al menos perdón condicional, de la condena que el electorado habí­a decretado sobre ellos: jamás votar en su favor. En otros escenarios de nuestra colorida Latinoamérica muchos candidatos no mayoritarios terminan ganando, pero no por su carisma o por la aceptación de su propuesta sino por el castigo a los oponentes. El tí­pico escenario Carpio que solamente opera cuando existe una segunda vuelta. No aplica en los casos de elecciones en una sola ronda. En la ronda definitiva quien llega de segundo puede capitalizar el voto de los que están en contra del que lideró los conteos. En estos casos los resultados son previsibles, sin embargo, en la tierra de los incas se dio el extraño fenómeno de dos fuerzas que traí­an su caudal de votos al punto que los hicieron ser finalistas. Pero al parecer ese porcentaje era su nivel máximo y sus números no eran apabullantes por cuanto eran más las personas que no votaban por ellos. En la segunda vuelta se enfrentaron dos clases de votantes: el que rechazaba todo lo que tuviera aroma a Fujimori, el dictador, el megalómano, el corrupto, el socio de Montesinos, etc. versus el que rechazaba todo lo que oliera a Ollanta, el populista, el izquierdista, el chavista, el lobo que se cubre con piel de oveja, etc. Era una guerra de los contras. Así­ el Perú se fraccionó en dos sectores cuyo motivo último de integración no era otro que el voto en contra de uno o del otro candidato. Los segmentos eran muy parejos y al final el resultado fue muy ajustado. Distinto hubiera sido el escenario en caso de que en vez de uno u otro, una tercera cara hubiera aparecido en las boletas. No fue así­. En todo caso fue una decisión muy difí­cil para el electorado peruano y queda de lección, especialmente a los polí­ticos, que todo candidato debe tener muy presente los votos que tenga a favor, pero no debe perder de vista ese voto duro, contrario, de aquel que nunca marcarí­a su foto en la papeleta.