La garita de seguridad


Salgo de la colonia donde habito, se levanta una talanquera y un rostro me lanza un gesto de aprobación porque mi cara le resulta conocida; el guardia hace un rápido reconocimiento y me deja pasar. Lo que antes era el barrio o la cuadra hoy se ha convertido en el condominio o la colonia, lugares que han sido literalmente transformado o rediseñados como verdaderos fortines. Nadie entra o sale si no es escaneado, revisado, identificado y aprobado por una empresa privada de seguridad, que fue contratada por la administración del lugar, o en su defecto por la asociación de vecinos de la colonia, que cobra puntualmente el impuesto que le asegura noches tranquilas de los malhechores y de la inseguridad. La desconfianza ha acampado y el vecino es el primer sospechoso.

Julio Donis

En los nuevos barrios de la ciudad y más allá, la seguridad está garantizada con garitas de control, cámaras instaladas en las calles que vigilan cualquier comportamiento «indebido», pequeños ejércitos que patrullan y rondan todos los rincones del condominio limitando la libre movilidad y acceso, que se auto adjudican el derecho de despojarlo de su propia identificación. La ciudad se va dividiendo en espacios públicos que son los menores, puesto que ahora los parques también tienen puerta y horario de acceso; y los privados que son la mayorí­a de suburbios, condominios o colonias con sus propias reglas.

Bajo esta mirada creo que el Estado ha perdido territorio a manos de sus propios ciudadanos, que aspiran a controlar sus pequeñas propiedades y a impartir justicia directa. Esta repercusión es un reflejo bastante natural en un escenario que tiene un Estado débil con poca presencia histórica y una oligarquí­a todopoderosa. La noción de la propiedad privada como valor que se defiende a ultranza, es pilar del conservadurismo chapí­n. Se aspira a poseer para privatizar y asegurar.

Sigo por las calles y me dispongo a ingresar a uno de los lugares más agresivos, un centro comercial. El ingreso al parqueo es controlado también por un guardia de seguridad que le exige un ticket sellado el cual deberá presentar para salir, aunque se ha impuesto en la mayorí­a de áreas comerciales que usted pague por el estacionamiento o lo que es lo mismo, pagar por ingresar a consumir, lo cual tampoco garantiza que su auto estará libre de ladrones, como lo dicen los rótulos de descarga de responsabilidades. Los pasillos del mall están controlados por guardias vestidos en traje como para pasar desapercibidos y tampoco faltan las cámaras discretamente dispuestas hasta en los baños.

Salgo del lugar y un ejército en tres camionetas todo terreno se abalanza y toma el sitio, para permitir en una acción rápida que un reconocido embajador y su hijo salgan de otro auto de manera segura para ingresar al supermercado. Por las calles, restaurantes, centros comerciales usted puede ver con mucha frecuencia autos todo terreno con hombres que van sentados de manera perpendicular como queriendo tener un mejor ángulo para vigilar, esos son los ejércitos privados de guardaespaldas. Cuidan familias poderosas, embajadores, personalidades extranjeras, etc. Su presencia amilana a cualquiera, pero sobre todo impone la pregunta: ¿se sentirá el protegido más seguro o vivirá una permanente ansiedad?

Termino el dí­a y visito a familiares en otro condominio, voy en taxi y en la radio se escucha la noticia del debate sobre la Ley de Armas y Municiones, que resalta el artí­culo sobre la cantidad de cartuchos que se puede permitir a cada portador de armas, llego a la garita y me niegan el acceso porque el reglamento impide ingresar a pie… Al establecer un análisis de riesgo que toma en cuenta las vulnerabilidades y las capacidades propias es fácil llegar a la conclusión que la mayor amenaza la representan las contradicciones, limitaciones, vací­os de un conglomerado que es más multitud consumista que pueblo.