La furia de la naturaleza


La actividad humana genera impactos en los sistemas de la naturaleza. Irrumpimos, con nuestras demandas de alimentación y energí­a en los ciclos de nuestro ecosistema. Tal el papel humano como especie. La degradación de los suelos, el efecto climático en general, son elementos de una factura ambiental en aumento. Y nuestro entorno se la cobra de vez en vez y con más energí­a, con más agresividad de un hecho al otro. Así­, en menos de doce años el recuento evidencia una furia de la naturaleza cada vez más pronunciada. Anticiparnos al desastre implica entonces pensar exponencialmente, tanto en acopio de ví­veres, como en la provisión de recursos para encarar los fenómenos climáticos, que, para este 2010, recién comienzan.

Walter Guillermo del Cid Ramí­rez
wdelcid@intelnet.net.gt

La precipitación pluvial del Mitch fue superada por la cantidad que trajo consigo el Stan siete años más tarde. Ahora, cinco años después de aquella tormenta llega Agatha y con ella una cantidad de lluvia como no se habí­a registrado en forma similar en más de cinco décadas. En cuestión de horas cayó tanta agua como aproximadamente un tercio de lo que suele llover en todo un año (normal). El colapso de la red vial, el incremento de las áreas inundadas y con ello el número de damnificados, es lo que habrí­a que esperar de tal fenómeno climático.

En el casco urbano citadino se ha puesto de manifiesto que es necesario revisar exhaustivamente la red de drenajes. Las similitudes superficiales en los agujeros de las zonas 6 y 2, son más que coincidencias que deben ser analizadas con un rigor hasta ahora no manifestado por las autoridades municipales. El crecimiento demográfico y con ello el aumento de los complejos habitacionales debe ser objeto de mayores exigencias urbaní­sticas para que en efecto se puedan prevenir las repercusiones negativas del mayor número de poblaciones que implica el aumento en la demanda de vivienda y los servicios conexos.

En Amatitlán, para citar otro ejemplo, también se puso de manifiesto el abandono de los sistemas de desagí¼e en un entorno que no puede darse ese lujo. Como tampoco lo pueden hacer otros municipios del paí­s, tal el caso de aquellas jurisdicciones alrededor de otros sistemas lacustres como Atitlán o Puerto Barrios en la Bahí­a de Amatique. Las comunidades próximas a los cauces de los rí­os deben ser reasentadas para evitar mayores desgracias tanto en pérdidas materiales como en vidas humanas.

La saturación de agua provoca deslaves y otros corrimientos que a su vez generan obstrucciones y destrucciones que son previsibles y por lo tanto prevenibles. La construcción de carreteras y los cortes de montaña implí­citos deben contemplar trabajos adicionales para atenuar los derrumbes derivados por la acumulación de agua.

Nuestro paí­s se encuentra en un punto tal dentro del istmo centroamericano que es vulnerable en varios órdenes. Las construcciones en general deben contemplar este aspecto para prevenir complicaciones y atenuar los impactos derivados de una naturaleza a la que la hemos lastimado continuamente con nuestras actividades como especie.

Es momento ya de aplicar los conocimientos adquiridos a lo largo de las lecciones y los embates padecidos por un ecosistema que no hace más que reaccionar frente a los impactos de una población que empuja, con su crecimiento, a erosionar y romper las cadenas bióticas que nos rodean. También es oportuno que se evalué con mayor atención la manera en la que se implantan las redes del servicio colectivo de transporte. Pudiera ser que con un afán unilateral, se esté produciendo un atascadero que en breve podrí­a provocar mayores problemas y otro tipo de complicaciones. Esta crisis ha provocado en medio de su dolor, generosidad y solidaridad. Aprovechemos este tipo de manifestaciones para consolidar nuestro futuro en medio de esfuerzos colectivos de largo plazo.