La Filosofí­a no es relativa


Harold Soberanis

Es un lugar común escuchar a muchas personas, profesionales o no, decir que la Filosofí­a es una disciplina muy difí­cil y profunda en la que cada quien afirma una verdad válida y certera para sí­ mismo. Dicho esto, infieren que en Filosofí­a es imposible alcanzar un acuerdo común, pues cada quien tiene «su» verdad. Serí­a, pues, según ellos, un saber «relativo», en el sentido de que todo lo que se afirme o niegue dentro de su esfera es válido dependiendo de quién lo diga. Por lo tanto, concluyen, la Filosofí­a es un saber inútil, pues no nos proporciona ni la certeza objetiva de la ciencia, ni la promesa salvadora de la religión.


Para la mayorí­a de los mortales estos conocimientos, el de la ciencia o la religión, son más confiables que el de la Filosofí­a, pues lo que han aportado a nuestras vidas está ahí­, al alcance de la experiencia.

Considerar que la Filosofí­a, dado que no llega a una verdad definitiva, es un saber inútil, demuestra el desconocimiento sobre la naturaleza, valor y función de esta disciplina.

Personalmente, creo que con las expresiones que he mencionado, y otras muchas más, lo que las personas pretenden, en general, es justificar su rechazo o indiferencia hacia la Filosofí­a.

A muchos les resulta un tanto enigmático el camino a la disquisición filosófica. Observan a la Filosofí­a como un saber muy oscuro y difí­cil de abordar. Consideran que penetrar sus misterios requiere de mucho esfuerzo y dedicación que, en la mayorí­a de los casos, no están dispuestos a conceder.

Bien, algo de verdad hay en estas apreciaciones. Sin embargo, considero que es necesario matizar algunos aspectos.

Ciertamente, en Filosofí­a nadie ha dicho la última palabra. Los filósofos de hoy siguen retomando y replanteando los mismos problemas que, en su momento, trataron de resolver los primeros filósofos griegos conocidos como presocráticos. Los mismos problemas que luego retomarí­an Sócrates, Platón, Aristóteles, los filósofos del Medioevo, los de la Edad Moderna y luego los de la época Contemporánea, hasta llegar a los pensadores actuales. Son los mismos problemas, es verdad, pero abordados desde perspectivas distintas, a la luz de los tiempos que cada pensador vive. (Lo que no significa que no haya problemas filosóficos nuevos, ya que sí­ los hay y los sigue habiendo. Lo que quiero decir es que los problemas fundamentales para el ser humano, ésos que tienen que ver con lo profundo de su ser, son los mismos en todas las épocas, pues son problemas trascendentales).

Aunque se ha tratado de dar una solución nueva y más completa, dichos problemas siguen sin encontrar una respuesta definitiva y total. Pero esto, en lugar de considerarlo una desventaja o un defecto de la Filosofí­a, debemos verlo como una de sus grandes virtudes, pues seguimos indagando sobre lo que no terminamos de comprender de la existencia y que nos vuelve a asombrar, tal como les sucedió a aquellos primeros pensadores. Es decir que, este no llegar nunca a una solución absoluta, es una de las grandes cualidades de la Filosofí­a y no un defecto frente al saber, aparentemente certero y universal, de la ciencia y la religión.

Alguien ha dicho que el conocimiento filosófico es como el manto de Penélope: de dí­a se teje y por la noche se desteje. El camino de la Filosofí­a es un camino que siempre se inicia y nunca concluye. Pero esto no hay que tomarlo negativamente, sino como la oportunidad de recrear, de mejor forma, la realidad que nos circunda e interpela. Nos ofrece la posibilidad de encontrar aquella respuesta que se acerque más a nuestra condición existencial.

Respecto a lo arcano y oscuro que puede ser el saber filosófico, he de decir que, si bien hay algo de cierto en ello, no por ello es un conocimiento imposible de alcanzar. Indiscutiblemente, la Filosofí­a nos exige un esfuerzo superior en comparación con otras disciplinas. La religión sólo nos pide fe, y con ello basta. Pero a la natural fe que podemos tener en el conocimiento filosófico, debemos agregar el esfuerzo racional por penetrar la estructura conceptual que sostiene los bien elaborados argumentos que, distinguidos pensadores, han configurado a lo largo de la historia humana. Ahora bien, es necesario reconocer que cualquier cantidad de energí­a mental que podamos invertir para comprender las diversas teorí­as filosóficas, estará bien empleada ya que la recompensa a tal esfuerzo es la percatación de otras facetas de la realidad que no habí­amos advertido antes. En el ejercicio constante de este esfuerzo racional, vamos adquiriendo cierta agudeza mental que nos ayuda a entender una serie de hechos aparentemente incomprensibles.

Pero la ventaja de la Filosofí­a no se queda únicamente en adquirir ciertas habilidades mentales, pues éstas también podrí­amos encontrarlas en otras ciencias como la Matemática, por ejemplo. No. Lo que la Filosofí­a aporta es un conocimiento más profundo. Nos dota de herramientas conceptuales con las que podemos abordar la realidad para penetrar y comprender diversos acontecimientos de la vida diaria. Nos otorga los elementos con los que podemos construir un discurso que refleje la naturaleza de ciertos fenómenos de la vida social e histórica del ser humano. Nos revela la esencia de una condición humana dramática y trascendental. Y nos lleva a intuir una realidad que trasciende lo meramente fáctico.

Así­ que si es verdad que en Filosofí­a no llegamos a ninguna verdad absoluta, esto no significa que sea relativa o que relativice el conocimiento. Por el contrario, esto quiere decir que siempre está en búsqueda de conocimiento nuevo puesto que, al fin y al cabo, la realidad es cambiante y está en evolución constante. Y sobre eso de que es un saber oscuro y difí­cil, no significa que sea imposible de alcanzar, pues, con un poco de esfuerzo y dedicación, podemos llegar a penetrar muchos de sus misterios.

La Filosofí­a nos dota de herramientas conceptuales con las que podemos abordar la realidad para penetrar y comprender diversos acontecimientos de la vida diaria. Nos revela la esencia de una condición humana dramática y trascendental.