Guatemala tiene pocas celebraciones colectivas que cohesionen con entereza a todos los habitantes de este envoltorio mágico. Guatemala no canta, o baila, no danza. En las conmemoraciones de Cuaresma y Semana Santa se resume todo el espíritu y la idiosincrasia del guatemalteco, pues el guatemalteco ha hecho de la Pasión y muerte de Cristo la expresión más genuina de su personalidad colectiva.
Es la fiesta que parte en su esencia de la espiritualidad más profunda, donde se combinan indisolublemente las ancestrales creencias mayas con el fervor del cristianismo occidental, por lo que el respeto y el recato permean todo el espacio sagrado de estos días, que se convierten en el año completo.
Pero a su vez y sin lugar a dudas la Semana Santa, es la gran fiesta del guatemalteco, se encarga de cohesionar a la familia nuclear, sus amistades espirituales y sociales, y convierten la convivencia colectiva en un canto a la hermandad. El guatemalteco ríe, llora, se estremece, canta, bebe y come durante este espacio que lo hace sentir y vivir a plenitud su ser colectivo único e irrepetible.
Guatemala no podría entenderse sin la Semana Santa; por algo los guatemaltecos inventamos las marchas fúnebres, las procesiones de nazarenos, llevamos a su máxima expresión el arte efímero de las alfombras de aserrín y hacemos una creación inusitada de cada velación. Familias que se unen, que viajan del exterior sólo para cargar a sus santos. Turnos que se heredan de generación en generación, Señores y Vírgenes que se convierten en amigos íntimos y entrañables.
Por tanto, la Semana Santa es una fiesta sacroprofana que debe entenderse como la máxima expresión de la nacionalidad y del alma colectiva del guatemalteco de todas las clases sociales y de los cuatro pueblos que habitamos este envoltorio mágico del sur de Mesoamérica.
Guatemala, además de ser un país multiétnico, pluricultural y plurilingí¼e, también se caracteriza por ser una nación plurireligiosa desde los tiempos de la colonización y evangelización, en donde los procesos históricos y culturales llevaron a la sincretización de las ideas sacras. En tal sentido, hasta el siglo XIX en Guatemala convivían la religión católica en su vertiente oficial y popular y la religiosidad maya en forma oculta.
A partir del siglo XIX, con la Reforma Liberal, surgen la libertad de cultos y las denominaciones religiosas no católicas que han crecido paulatinamente hasta nuestros días. Sin embargo, la fuerza de la Semana Santa no ha sido minada por las iglesias evangélicas, ya que esta fiesta sacroprofana va más allá de la fe, pues en su esencia hay un crisol de nacionalidad, de identidad y cultura propia. De tal manera que las transformaciones de la Semana Santa han sido mínimas, pues, por un hermano que se separa del rebaño, surgen más que vienen a llenar estos vacíos.
Por lo tanto, Guatemala tiene garantizada esta gran fiesta nacional por los siglos de los siglos, por su genuina autenticidad y su acentuada espiritualidad.