La fiesta de la polí­tica espectáculo


Los primeros dos años del perí­odo constitucional de cuatro concluyeron, y con él se clausura el ciclo de calma en la que se podí­an impulsar polí­ticas públicas y proyectos con relativa tranquilidad. Ese tiempo corto que fue convulso terminó con el gran hallazgo de la CICIG, y empezó el de la precampaña que antecederá al año electoral. Todo empieza a tomar velocidad y a girar y a girar alrededor del gran tornado de la polí­tica electoral. El ciclón empezará a absorber todo cuanto se atraviese en su camino y el arte del asunto para muchos es agarrarse bien para no terminar lanzado a mucha distancia, muy lejos del poder. Para ellos este tiempo se remonta con sabidurí­a pragmática, colgándose de la ola adecuada, acercándose al personaje indicado, inscribirse en el carro más veloz, apostar al caballo ganador porque con astucia y avidez, el rédito no durará solo cuatro años sino varios más.

Julio Donis

En un escenario de tal debilidad institucional como el de este paí­s, la polí­tica ha sido despojada de seriedad y valor. Los partidos polí­ticos, actores por antonomasia de la polí­tica han contribuido a su devaluación porque su propio desarrollo ha quedado en entredicho. El sistema partidario guatemalteco, caso singular en el hemisferio, objeto de estudio por su rareza y precariedad, ha sido causa que los abordajes teóricos más acuciosos sobre el tema den al traste y topen con una pared de incertidumbre. La ciencia polí­tica y la sociologí­a seguirán por mucho estudiando este fenómeno que en principio pareciera la antipolí­tica. Propongo modestamente una explicación inicial que destaca como elemento significativo, una tendencia a la desinstitucionalización. Los partidos parecen orientarse a permanecer pequeños, enanos, sin músculo institucional, efí­meros y por lo tanto embargando la posibilidad de crecimiento y desarrollo como verdaderos actores de la polí­tica. El ciclo de vida por lo tanto es breve. Nacer, crecer, reproducirse y morir no va más allá de los quince años en promedio, y no se alcanza la madurez cuando ya deviene el ocaso.

Ante tal precarización, el juego del poder polí­tico ha abierto la puerta a la mediocridad, a la polí­tica como show, a la transacción mercantil del poder donde la ficha del partido es moneda corriente. En esta polí­tica partidaria ya no figuran instituciones sino personalidades que se valen más de su pragmatismo y de su carisma, que de los principios y posturas partidarias. La autoconfianza del lí­der partidario no radica pues en la ideologí­a de su partido sino en su olfato y ambición polí­tica. Desde ya se anuncia con fuerza que la gesta electoral tendrá nuevos y viejos conocidos, sin embargo hay un cambio inusitado en el gran programa que ha dejado por fuera a uno de sus contendientes, y no hablo de partido sino de Portillo, lo cual alteró ya sobremanera la arena preelectoral, hay unos que rí­en y otros descontentos se ocultan. Seremos testigos de nombres como Lider, Victoria, Creo, Viva o Mio y solo falta el Tuyo que irrumpirán con una fórmula de sincretismo mágico religioso con polí­tica «renovada». Otros concitados que ya han sido jugadores, probarán que sus propuestas de encantamiento polí­tico serán alternativas, solo porque han sido insistentes y persistentes. El partido en el Gobierno tendrá el reto de sostener el cinturón confiando en la organización territorial que ya hizo atí­pica la última elección, sin embargo enfrentará una férrea oposición por el pecadillo de haber impulsado una economí­a levemente «social». Los equipos se concentran ya en delinear sus candidaturas y el que no llegue con su pan bajo el brazo corre menores oportunidades en un sistema de polí­tica privatizada, que limita de antemano otro tipo de capacidades o de elementos estratégicos. No importa si se tiene formación, lo que vale es la transacción. Como aderezo que podrá hacer del show algo espectacular es la posibilidad que una de las candidatas sea la señora Torres. Ante tantos jugadores el sentido común se impondrá rápidamente y valdrá la reflexión que entre menos más para cada uno, y las alianzas harán bailar juntos a oponentes históricos.

Bajo esta lógica qué sentido tiene aquella aspiración liberal de la visión al final del arco iris de una sociedad democrática, si la noción de democracia es lo más parecido a un botí­n que se juega en la gran fiesta de la polí­tica espectáculo.