La fiesta de carnaval en Guatemala


Este artí­culo no trata de hacer un estudio determinado sobre lo que representa la fiesta de carnaval, sino algunas consideraciones sobre el gran arraigo que ha tenido esta manifestación popular, como consecuencia de una tradición griega, romana o hispana, que se ha incorporado a la idiosincrasia nuestra.

Celso Lara

Sobre los orí­genes del carnaval considero que no es oportuno extenderse, ya que muchos autores han dicho algo al respecto. Sin embargo, es interesante el auge que, en el ámbito latinoamericano, ha tenido este fenómeno tan propio de la cultura popular, representado en las fiestas de carnaval.

La llegada de los españoles a nuestras tierras trae consigo las fiestas de carnestolenda, que aunque se organizaban como complemento de una celebración de carácter religioso y comercial, también ofrecí­a recreación y alegrí­a al espí­ritu humano. No obstante, el carnaval es por excelencia una fiesta que no tiene otro objeto que la diversión, y es la fiesta, si no más alegre, al menos la más jubilosa y entretenida que se ha conocido, ya que trae consigo el entretenimiento, el resarcimiento de nuestros estados de ánimo y el anuncio de la tradicional Cuaresma.

Félix Coluccio nos ofrece la siguiente información en su Diccionario folklórico argentino: Las ceremonias para festejar el carnaval son antiquí­simas, creyéndose que se deriva de los saturnales romanos, aunque existen vestigios de estas fiestas en todos los pueblos de la antigí¼edad, celebrando el año nuevo y muy especialmente la llegada de la primavera. En B. Aires, el juego con agua durante las carnestolendas, y en muchas ciudades del interior aún persisten, aunque el entusiasmo por el carnaval en sí­ ha ido disminuyendo en casi todas partes.

En casi la mayor parte de los pueblos de Guatemala se ha perdido el entusiasmo para celebrar las fiestas de carnaval, reduciéndose únicamente a celebraciones que tradicionalmente hace la iglesia. Sin embargo, la fiesta de carnaval tiene mayor vitalidad en las regiones costeras o de climas cálidos; en los lugares altos adquiere otros aspectos peculiares, aunque con una misma finalidad.

Es posible que en Guatemala el carnaval haya sido una manifestación puramente aristocrática practicada por los españoles, quedando para el pueblo únicamente el juego de la harina, los cascarones y el agua. Don José Milla, en sus Cuadros de Costumbres, nos habla de un martes de carnal en la plaza de toros: La última vez que estuve en los toros el martes de carnaval, seis o siete años hace, entraron numerosas partidas de máscaras y como estoy poco al corriente de los cambios de los gustos caprichosos del público, creí­a yo que este año habrí­a también disfraces en la plaza.

En realidad los disfraces son la verdadera manifestación del carnaval, pero con el transcurso de los años ha sido totalmente transformada, quedando para un reducido núcleo el caso de las mascaradas, los bailes de disfraces y el juego de las serpentinas.

En los últimos tiempos la gente del pueblo ha practicado más el juego de los cascarones y lo que en otro tiempo fuera de gran problema: el juego de la harina y el agua, ha sido desplazado por los cascarones, cuya preparación se inicia desde pasado el Año Nuevo, en que la gente se dedica a picar retacitos de papel de china en variedad de colores.

La fabricación de cascarones en Guatemala es una industria doméstica, en cuyo procedimiento intervienen varios factores que son: recolección de cascarones, lavado y secado de los mismos, picado de papel de china para hacer retacitos; pintura de los cascarones con añilina en variedad de colores y formas caprichosas. Esta pintura rememora los Huevos de Pascua que se regalan en Estados Unidos.

Posteriormente, ya pintados y secados al sol, se le pone en el interior un poco de retazo picado y se cubre la abolladura con un pequeño pedazo de papel a manera de parche, con lo cual ya está formado el cascarón y listo para que pueda jugarse con él.

Los cascarones son llevados a las plazas públicas y después del dí­a de Candelaria (2 de febrero), dan principio los domingos de carnaval, especie de preludio de los dí­as cuaresmales. Generalmente se juega con los cascarones en los parques y plazas públicas, como es tradicional en los pueblos del paí­s. Aún en las escuelas de enseñanza primaria, se destina un dí­a para festejar carnaval, que muy del gusto de la gente es destriparse cascarones en la cabeza.

En los mercados, plazas públicas y parque, se encuentran canastos con los cascarones. Estos se pueden adquirir aproximadamente a razón de dos por centavo o a centavo la unidad. Además, se pueden comprar por bolsa o por docena, de acuerdo a las posibilidades y necesidades del usuario.

Es de reconocer que el carnaval ha sido heredado de la vieja España y ha sido practicado por varios siglos en todos los paí­ses latinoamericanos. De gran renombre en toda Latinoamérica y ampliamente conocido mundialmente es el Carnaval de Rí­o de Janeiro. También lo son los de Panamá, Venezuela y toda Sudamérica.

En Guatemala ha variado notablemente la fiesta de carnaval, en un proceso acorde con la evolución de la cultura. En la actualidad se celebra el carnaval en sociedades, clubes u otras instituciones que patrocinan un baile de carnaval, en donde únicamente hay disfraz, confeti, serpentinas y baile. Naturalmente que esta es una manifestación para determinado grupo o élite social, pero en ningún momento podrí­a ser de tipo popular, como el juego de cascarones.

El hecho de quebrarse cascarones en la cabeza, echarse pica-pica, arrojarse agua y harina, no es nada nuevo en nuestro medio y aunque ha sido prohibido por varias generaciones administrativas, también en España se ha practicado y aún persiste. Y es que siempre se ha practicado esta tradición carnavalesca, milenaria, porque es algo que el pueblo tiene dentro de su propio ser, como un escapar de las costumbres que se impone el género humano.

Sirvan estos pequeños escarceos históricos y paremiológicos para que el público lector de La Hora se entere un tanto de la festividad del Carnaval, motivo de profundas meditaciones de etnólogos e historiadores, entre los que se encuentran Julio Caro Baroja, George Frazer, Mircea Eliade, Arturo Castiglioni y Humberto Eco cuyos estadios nos sirvieron para cimentar estos apuntes.