Como quien celebra el día de las madres, no comercialmente, sino como un acontecimiento especial. Evento que expresaría lazos emocionales inocultables. Los lectores anualmente festejan el libro en una feria que reúne a editores, libreros, intelectuales y bibliófilos en general. Son días de banquetes diversos en los que se combina la alegría de encontrar a los amigos, junto a los espacios oportunos de reflexión.
La Feria Internacional del Libro (Filgua) permite a sus visitantes no solo acceder a los libros en venta, los obsequiados y promocionados, sino participar en conferencias, foros, conversatorios y cuanto formatos creativos ofrece el mundo académico a los apasionados del saber. Es una oportunidad de encontrarse con escritores, poetas, narradores, ensayistas y cuentistas para saludarlos y platicar con ellos.
El evento es cada vez más raro en nuestros tiempos. Extraño porque vivimos en una cultura que no privilegia la lectura. Inundados por la tecnología, mucho de ella es empleada por los jóvenes para jugar, distraerse con aplicaciones y sedarse con música de fácil acceso. Los libros a veces parecen aburridos porque exigen más que las distracciones que requieren poco esfuerzo.
Si a ello le sumamos los altos costos del libro, la falta de hábitos lectores por una educación deficiente, tanto en la escuela como en la familia, el poco incentivo social y la proclividad por lo superfluo, tendremos el resultado que tenemos ahora. No somos un país de lectores, pero eventos como Filgua ayudan a desarrollar en las jóvenes generaciones el amor por el conocimiento.
El desarrollo de un país también va en la vía de la pasión por los libros. No basta el desarrollo económico, se necesita una masa social crítica, suspicaz, con profundidad espiritual (sin que esto haga alusión a lo religioso), ingeniosa, creativa y con gran sensibilidad por lo bello. Si hoy tenemos un Congreso impresentable, con cacos de pacotilla y ramplones, se debe a la falta de cultivo por lo bello. Nosotros los elegimos porque nuestro paladar no daba para más. Pero los libros puede reconfigurarnos el sentido del gusto.
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La lectura debería ser un imperativo categórico que marque nuestras decisiones futuras. Comprender que de no refrescarnos intelectualmente, amueblar nuestro cerebro, modificar nuestros esquemas, poner en crisis nuestras creencias e imaginar mundos mejores, alternativos, nos condenaremos a más de lo mismo. Nuestras crisis, ciertamente, están relacionadas con nuestra falta de capacidad en la comprensión de mejores opciones. Los libros pueden ayudarnos.
Hoy estaremos en Filgua a partir de las cinco de la tarde en un conversatorio filosófico y, posteriormente, presentaremos la revista Cultura de Guatemala de la Universidad Rafael Landívar. Espero saludarlos y tomarnos un café. Hasta entonces.