LA FERIA DE JOCOTENANGO DE LA NUEVA GUATEMALA DE LA ASUNCION II


La celebración de la Virgen de la Asunción ha sido el motivo principal para llevar a cabo la feria de Jocotenango. Sin embargo, los cambios durante la Revolución Liberal de 1871 la modificaron en alguna medida. En primer término, en 1873, por acuerdo gubernativo y con los auspicios de la Sociedad Económica de Amigos del Paí­s, se fundó la Sociedad Zootécnica, cuyo objetivo principal fue impulsar el desarrollo de la producción pecuaria. Esta sociedad importó de Estados Unidos dos toros de raza Durham y Devon para mejorar la producción.


Al Presidente Barrios no le pareció este lugar y previa incorporación del pueblo de Jocotenango a la ciudad, en 1879 mandó construir en dicho sitio el Hipódromo del Norte como se llamó más tarde: «Que tal circunstancia indica la conveniencia de suprimir su corporación municipal y poner a Jocotenango bajo la jurisdicción de la de Guatemala, con lo que indudablemente se facilitará la acción administrativa. Que los indí­genas de Jocotenango poseen terrenos, cuyo valor es oportuno se destine a la mejora de esa raza; y de acuerdo con la opinión del Consejo de Estado; Decreta:

Artí­culo 1o. Se suprime la Municipalidad del pueblo de Jocotenango el que queda en lo sucesivo sujeto a la jurisdicción de municipio de la capital.

Artí­culo 2o. Se funda un colegio exclusivamente destinado a la civilización de los indí­genas de la República.

Artí­culo 3o. Los ejidos y terrenos comunales que han pertenecido al mencionado pueblo, serán vendidos y la Secretarí­a de Instrucción Pública queda autorizada para atender con su producto los gastos de instalación del colegio de Indí­genas».

El 10 de agosto de 1882, según acuerdo gubernativo, se celebró la feria en el antiguo pueblo de Jocotenango. Antonio Batres Jáuregui la describe así­: En el barrio de Jocotenango, un pueblo indí­gena de albañiles y chichigí¼as (nodrizas), contiguo a la capital. Aquella alegre alquerí­a contaba mil quinientos habitantes y tení­a modesta iglesia, pobre casa de cabildo y extensa plazuela, en donde se sembró una hermosa Ceiba por el capitán General Mollinedo y Saravia. Aquel pueblo formaba el centro del animado villorio, que conocí­ en mis mejores años. En el humilde templo figuraba una colosal escultura labrada en cedro y traí­da de La Antigua Guatemala, representando al Eterno Padre, en legendaria efigie de milagrosa fama, pero de ningún gusto estético. Creo que la tosca imagen aun se conserva en San Sebastián. Los indios jocotecos deben haber encontrado en la monumental escultura mucho de lo primitivo de sus abruptos í­dolos.

Más adelante continúa:

Cuando yo era niño me embebecí­a con el bullicio del corpus de Jocotenango, al ver la altí­sima Ceiba convertida en esbelto altar agreste, lleno de frutas, flores, banderas, pájaros y adornos, que formaban vibrantes ondas, acariciadas por auras de amoroso júbilo. Un pueblo sin í­nfulas de grandeza, era feliz viviendo en apasibilidad campestre. Allí­, junto al templo, existió el cementerio de la aldea, con sepulturas humildes y arrevesados epitafios. En seguida, levantóse un hipódromo suntuoso, en el cual hubo memorables carreras de caballos magní­ficos en tiempo de la presidencia del general Barrios (…) Por entonces todaví­a tení­a la famosa feria de Jocotenango mucha concurrencia y alegrí­a el 15 de agosto, y algunos dí­as después, como centro de ventas y recreo social (…)

Ramón A. Salazar también se refiere a la feria de Jocotenango celebrada durante la época de Barrios. Indica que en esta época el movimiento popular era considerable, concurrí­an numerosos «mercaderes y negociantes de repúblicas vecinas y de los departamentos, para comprar y vender ropas, ganados, frutos y algunas chucherí­as».

Salazar, al referirse a las ventas que vení­an del interior de la República, dice: «Los indí­genas de los Altos traí­an manzanas, camuesas y nueces de Quetzaltenango, pan de San Diego y pitos de Patzún; sillas, cacharros de barro y otras industrias de Totonicapán; ponchos y jergas de Quetzaltenango, Momostenango y Chiantla, que podrán y pueden sostenerse parangón con las inglesas. Del Norte, nos vení­an: jí­caras de Rabinal, chinchines y objetos de jarcia de Cubulco; hamacas de pita floja de Cahabón; de Amatitlán: pepitoria, chancacas y colación, alborotos, niguas y dulces de azúcares clarificadas y teñidas con colores inofensivos; figurando animales de las más diversas especies; de San Martí­n Jilotepeque las rapaduritas en forma de rosarios, envueltas en hojas de maí­z teñidas de los más diversos tintes, con los cuales era de moda adornar el pecho de los caballos o de los mismos jinetes, que se les atravesaban de izquierda a derecha y con los cuales iban algunos tan contentos y satisfechos».

Según los diarios el presidente José Marí­a Reyna Barrios mejoró y dio auge al paseo actualmente denominado Simeón Cañas y las carreras hí­picas se incrementaron.

Con el dictador Manuel Estrada Cabrera cobró importancia la feria de Jocotenango entre los grupos dominantes de la ciudad. Destacaban las carreras de caballos, el desfile de carruajes de lujo y las transacciones de ganado. Era el sitio ideal para que las damas y los caballeros lucieran sus mejores galas.

El Viejo Reporter escribe el 17 de agosto de 1899 refiriéndose a Jocotenango: Esta bonita plaza estuvo frecuentada por toda clase de personas; unas fueron de paseo, otras a hacer negocio y muchas a apostar dinero en las mesas de juego. Los Chingolingueros, ruleteros, vendedores de jergas, rosarios de rapaduritas, nueces, matagusanos, pitos, et. hicieron negocio, y no se diga las cantinas y ventas de cerveza que estuvieron llenas de tragones al por mayor. Los carros del tranví­a -servicio que estuvo muy bueno- condujeron a Jocotenango y al Hipódromo, inmensa multitud de personas.

Refiriéndose a los artí­culos que se vendí­an en la feria, el mismo Viejo Reporter escribe en 1901: «Este bonito lugar estuvo materialmente invadido por toda clase de ventas de ropa de lana, sillas de madera y guitarras de Totonicapán, rosarios muy vistosos de rapaduritas; guacales, jí­caras y chinchines de Joyabaj y de Rabinal. En otros puntos vimos los puestos de nueces, castañas, membrillos, camuesas, rosquitas y pan de Patzún, lo mismo que los pitos de barro de este mismo lugar, y tunas, granadas y alborotos de Amatitlán. Esos Chingolingueros, además de ser en extremo listos para decir atrocidades, también tienen su maña para arrancar el ní­quel y los billetes de banco a los incautos que se acercan a las pequeñas mesas de juego…»

También describe otras diversiones como: La rueda de los caballitos que hizo las delicias de los niños, así­ como la poesí­a popular. Prueba de ello encontramos en una crónica de la feria de Jocotenango, publicada en el » Diario de Centro América» el 18 de agosto de 1906, que cita la siguiente letrilla la cual era recitada por un hombre con «un cuchumbo en mano»:

«Letrero de la mañana

Puso en su tienda un amigo

Buenos géneros de lana,

Para señoras de abrigo.

Las morenas hizo Dios

y las blancas un platero

Las coloradas un sastre

Las negras un zapatero»

En la crónica citada también se refiere a la procedencia de los vendedores de la feria: «Vinieron de varios pueblos de occidente regular número de indí­genas trayendo manzanas camuesas, nueces, pan de San Diego, pitos de barro de Patzún, guitarras de Totonicapán, ponchos y jergas finas de Momostenango; del Norte trajeron hermosas jí­caras de Rabinal y Cubulco, de Amatitlán diversidad de golosinas y de San Martí­n Jilotepeque los hermosos rosarios de rapaduritas; y los rosarios hechos en la casa de la señora Clara Soto de Gámez, quien enví­a rosarios a toda la República para las ferias, que son muy apetecidos y mejores que los indí­genas».

Basten estos apuntes para que quede constancia de la importancia del dí­a de la Patrona de la Nueva Guatemala de la Asunción.

La presente publicación se basó en distintas fuentes especí­ficas sobre el tema. Asimismo, en varios autores, en especial en el capí­tulo XIII del libro Las fiestas populares de la ciudad de Guatemala: una aproximación histórica y etnográfica de Ofelia Columba Déleon Meléndez (Guatemala: CEFOL, 1989). Las citas hemerográficas y bibliográficas se deben exclusivamente a la autora de tan excelente ensayo, las cuales fueron tomadas para enriquecer este artí­culo divulgativo.